Una noche de los años 90, los amigos del periodista Salvador Benesdra lo acompañaron a la avenida 9 de Julio, según la versión de que se trate por razones opuestas: para mostrarle que los extraterrestres no se habían llevado el Obelisco o para aguardar la llegada de los E.T., cumpliendo así su deseo. Por obra de la demencia, el Turco Benesdra se había convertido brevemente en un ufólogo trotskista. Desde la restauración de la democracia este periodista brillante pasó por los diarios La Voz, La Razón y PáginaI12, desempeñándose siempre en la sección Internacionales. Cuando no trabajaba para el diario avanzaba en la escritura de su primera y única novela, El traductor, que algunos consideran “la” novela de los 90, no sólo por su nivel sino por el modo en que refleja la década. Uno de los ya acostumbrados “achiques” periodísticos lo dejó en la calle, y eso fue demasiado para él.
La de Salvador Benesdra, nacido en Buenos Aires en noviembre de 1952, es la historia de una vida taladrada por la locura. A los veintipico tuvo su primer brote, estando en Francia, a donde había ido a especializarse en Epistemología Genética, tras recibirse de psicólogo en tres años. En la clínica medio se lo sacaron de encima: había intentado organizar una rebelión de pacientes, a partir de las teorías de los psiquiatras Ronald Laing y David Cooper, que estaban en contra del sistema psiquiátrico. Benesdra, el paciente-agitador. Hablaba siete idiomas, incluidos ruso y alemán, y durante la escritura de El traductor estaba aprendiendo japonés. “Es un brote, no te preocupes”, le dice a su primera novia, Mirta Fabre (“¿querés ser mi primera novia?”, se le declaró). “No es importante, enseguida pasa”. Benesdra, el psicótico lúcido. Pero también lo contrario: siendo delegado de los empleados de PáginaI12, después de una asamblea salió disparado hacia la zona de los directivos, con un tomo de La riqueza de las naciones, de Adam Smith, en la mano. Estaba convencido de que haciéndoles leer algunos párrafos, los directivos iban a comprender la situación de los trabajadores e iban a deponer su posición pro-achique. Benesdra, el trosko cándido.
Más allá de su vacilante salud mental, dicen que con la caída del Muro, en 1989, algo en él se cayó, como una torre de luz. Cuentan también que era un orador extraordinario, que en las asambleas desarrollaba argumentaciones geniales. Geniales y a los gritos: parece ser que “el Turco” empezaba a generar vapor y tomaba velocidad. Según testimonia su ex compañero de sección, Rubén Levenberg, se ponía rojo, parecía a punto de estallar. El compañero Tato Dondero recuerda algunas de sus peculiaridades y señala también que en los últimos tiempos se había puesto muy individualista, desinteresado del interés de conjunto.
Trasposición de su propia vida, El traductor es una novela de más de 600 páginas, que muestra a un traductor ex marxista, Ricardo Zevi, que trabaja en una editorial cuyos empleados son pequeñoburgueses, algo timoratos a la hora de tomar medidas. El texto que traduce es de un ficticio ultraderechista alemán, llamado Brockner, cuyas ideas empiezan a desorientarlo. Benesdra hace algo titánico: escribe el texto “original” en alemán, para reproducirlo (y traducirlo) en la novela. A la vez, Zevi se enamora de una joven predicadora evangelista salteña, que no entiende una palabra de lo que dice. Una mente en modo licuadora.
Dirigida por Damián Finvarb y Ariel Borenstein (que conoció a Benesdra trabajando en PáginaI12), Entre gatos universalmente pardos (una cita del libro, que refiere a su escasa consideración por la especie humana) arma la figura de Benesdra como un rompecabezas. Y esa es también la forma que adopta la película. Al autor le resultó imposible publicar El traductor: a las editoriales les resultaba demasiado “intrincada”. Recién más tarde fue factible. “El Turco” publicó un segundo libro, que tratándose de él era normal que no fuera normal. Se llamaba El camino total y era un volumen de autoayuda. Pero una autoayuda algo extrema: lo que el libro propone es superar las debilidades, insistiendo en ellas hasta el límite del dolor y el sufrimiento. Parece que a los lectores del género mucho no les gustó la idea.
El escritor Elvio Gandolfo, Ernesto Tenenbaum, la periodista cultural Raquel Garzón, el psicólogo Alejandro Mantero y la psicóloga Silvia Plager son otros testimoniantes con los que cuenta la película.