Rudy no se conforma con escribir humor sino que también lo verbaliza desde hace tiempo. El también psicoanalista cumple una década con sus monólogos y lo festeja a pleno, porque desde hoy, los viernes y sábados de febrero a las 22 desplegará toda su creatividad al servicio de la risa en un lugar al que casi siente como su segundo hogar: el Café Montserrat (San José 524). Si bien el título del nuevo show es Diez años hablando solo, Rudy espera que el público lo acompañe, porque todo humorista tiene el objetivo de “lograr ser escuchado”, como él mismo define. “Empecé en los primeros meses de 2007 a hacer monólogos de humor y, al principio, era un show en el que participábamos cuatro, pero desde 2008 arranqué, además, con los unipersonales”, cuenta el artífice del chiste diario de la tapa de PáginaI12 junto a Daniel Paz.
–¿En qué difiere escribir humor para decir usted mismo respecto del que es para leer?
–El lenguaje es otro. Cuando escribo para decirlo yo, escribo como con mi voz. O sea, me lo voy imaginando también cómo lo digo. Lo escribo y al mismo tiempo lo digo. A veces, el escribirlo es también una de las formas de memorizarlo. A diferencia de un texto literario, cuando lo decís en público podés cambiarlo y no pasa nada. Si me olvidé un chiste y me lo acuerdo después, puedo engancharlo en el monólogo. No tiene la estructura de un texto literario donde el camino está más definido.
–¿El humor oral, entonces, trabaja más con el inconsciente?
–¡Uy! No sé (risas). Todo el humor trabaja con el inconsciente. Quizá lo que pasa con el humor del monólogo es que tenés las personas ahí. Hay otro tipo de comunicación. Cuando uno escribe humor de monólogo también piensa en los gestos: “Esto lo voy a decir poniendo cara de...”.
–No sólo importa el qué sino también el cómo...
–Sí, el cómo es la mitad. Hay quienes dicen que en el humor oral el cómo es todo. No estoy de acuerdo con eso, pero creo que son importantes las dos cosas, el qué decís y el cómo lo decís. No es que cualquier cosa que expreses va a estar bien por cómo la digas. En realidad, esa dualidad también está cuando escribís, pero en el humor oral estás ahí parado, está tu cara, tu gesto, tu tono de voz, se ve para dónde mirás, qué estás haciendo con la mano.
–A través del humor, la gente suele reírse de sus desgracias, a veces a nivel individual, pero también en lo social. ¿Por qué cree que pasa eso?
–Está muy bueno que eso pase, pero una cosa es que yo me ría de mi desgracia y otra es que otro se ría de mi desgracia (risas). Si alguien que se quedó sin trabajo puede hacer un chiste sobre esa situación que está pasando, quizá sea una manera de ayudarse a sobrellevar eso o de ponerse e pensar cómo se sale de eso, sea individual o socialmente. Incluso diría que, tal vez, sea una manera de incluirse, extraña pero posible. El humor siempre tiene que ver con lo que anda mal. Lo que pasa es que a mí no me funciona mucho algo donde los que andan mal son sólo los demás. Si yo me incluyo en eso, ahí me divierte. El reírse de uno mismo, de lo que le anda mal a uno, me parece fantástico. Ahora, esta cosa del poderoso que se ríe del débil a mí no me gusta. El débil que se ríe del poderoso me gusta mucho más. Y el débil que se ríe de sí mismo, también.
–Al crear humor para los monólogos, ¿tiene algún límite con temas controvertidos como la religión y el sexo, o cree en eso que decía Freud de que en el chiste se comparte el levantamiento de una inhibición?
–Voy más con Freud, pero nuevamente no es el tema que uno dice. Yo hago humor sobre las creencias. En el monólogo digo que si Dios existiera se ocuparía de las cosas importantes. Una religión dice que no tenés que comer jamón y otra que no tenés que desear la mujer del prójimo. Ni hablar de querer comerte el jamón de la mujer del prójimo (risas). Nunca tuve ningún tipo de problema con este tipo de chistes, porque me meto con la religión, pero no le digo al público “Vos, sos creyente y está mal”. ¿Qué sé yo si está mal? Sí me meto en el lugar de “Che, ¿pero Dios pensando en si comiste o no comiste jamón?”.
–¿El humor oral implica también una actuación?
–Sí, claro.
–¿Crea un personaje o sigue siendo usted mismo?
–No, soy yo. En general, la mayoría de los que hacemos monólogos somos nosotros mismos. A ver, es raro lo que voy a decir: “Es uno y, a la vez, no”. Soy yo, pero como una caricatura de mí mismo cuando hago eso. No soy otra persona, no soy un personaje, no me pongo ropa que no use, pero sí me pongo ropa que tiene más que ver con la elegida para estar ahí actuando. O sea, no sería la misma ropa que me pongo para ir a comprar fideos, por ejemplo. Pero no es otra persona, es la misma. Si a mí no me resulta absurdo que la gente coma salame, ¿por qué voy a decir que es absurdo que la gente coma salame? No va a tener ninguna gracia.
–O sea que el primero que se tiene que reír con el chiste que crea es usted...
–Sí, claro, te tiene que hacer un click en algún lugar y decir: “Esto me resulta raro” o “Esto está bueno”.
–Cuando empezó con los monólogos, ¿el humor oral le facilitó expresar cosas que el gráfico no le permitía?
–No sé si no me permitía o yo no había encontrado la manera, porque eso uno nunca lo termina sabiendo. Pero aunque tengas enfrente a 10 mil personas, el monólogo tiene cierta característica intimista. Hay 10 mil ahí y vos decís: “Che, ¿saben lo que me pasó?”. Creo que tiene ese clima intimista aun si son 50 mil tipos los que te están viendo. En ningún otro ámbito que no sea el de un monólogo de humor uno diría cosas íntimas como las dice allí. Ese clima generado te permite meterte con más facilidad en otros temas.
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