“Zombi, bruja, monstruo, malvada”. Esos son algunos de los adjetivos con los que diversas voces en off, en tono maniático y encendido, califican a Ruth Bader Ginsburg, integrante de la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos, en el documental RBG (2018) –que tuvo su nominación al Oscar y su canción en la ceremonia, interpretada por Jennifer Hudson–, dedicado tanto a su trayectoria como magistrada como al curioso y atractivo personaje que ha construido de sí misma. “No tiene respeto por la Constitución y las tradiciones de nuestro país. Es una desgracia para la Corte de Justicia”, continúan los incansables detractores de siempre, frente a su meteórico ascenso como una de las voces disidentes en el seno de una Corte afín al conservadurismo cultivado por el triunfante Donald Trump en los últimos años. Celebrada como heroína por una nueva generación que ha descubierto su persistente labor como defensora de los derechos de las mujeres, a sus 85 años Bader Ginsburg es una figura compleja y fascinante, artífice de una estrategia gradual y efectiva para transformar el sistema legal de su país y educar a colegas y discípulos con sus dictámenes ejemplares. Pero también RBG, como hoy se la conoce, es la protagonista de La voz de la igualdad, una ficción que recorre sus primeros años en Harvard, su longevo matrimonio con el incondicional Marty, su rol de inteligente y desafiante litigadora que luchó para a derribar un sistema legal que naturalizaba la desigualdad de género desde tiempos inmemoriales.
La voz de la igualdad retrata los albores de un proceso que llevó décadas: desde el ingreso de RBG a Harvard y los primeros atisbos de malicia y condescendencia por parte del decano de la Universidad en la fiesta de bienvenida –que invitaba a cada alumna a justificar por qué estudiaban allí ocupando el lugar que debiera ser de un hombre–, hasta el comienzo de su tarea como abogada defensora de casos perdidos, incandescentes ejemplos de la injusticia de la ley además de su temida inconstitucionalidad por no cumplir esa enmienda que asegura que “todos somos iguales ante la ley”. Dirigida por Mimi Leder –quien resucita para el cine luego de una década en la televisión–, y escrita por Daniel Stiepleman –sobrino de Martin Ginsburg–, La voz de la igualdad –On the Basis of Sex en el original, frase clave de los alegatos por la desigualdad de género– es menos un biopic atado a la vida y el carácter de su protagonista que el fresco de un momento puntual de la historia del Derecho y su consecuencias en la actualidad. El mérito de Bader Ginsburg, visto desde el presente, fue su comprensión de que las transformaciones que se daban en las calles en los años 70, de las que ella generacionalmente ya no era parte, debían tener su correlato en el sistema institucional, del que las leyes eran uno de sus fundamentos.
La película recorre los años académicos de RBG, sus ambiciones personales y la enfermedad de su marido, su sacrificio y tenacidad para mantener los estudios de ambos, el traslado a Nueva York y la imposibilidad de conseguir trabajo como abogada en la práctica privada, el inicio de su tarea como profesora universitaria en Rutgers. Felicity Jones, con ese aire menudo y angelical y contagiada del aura guerrera de Star Wars, entiende que no es a la leyenda de Bader Ginsburg a la que debe dar cuerpo sino a la joven Ruth llena de dudas e inseguridades. Su baja estatura, su tono tranquilo, sus emociones en permanente control. La dinámica con Armie Hammer como Marty consigue plasmar, pese a algún cedido romanticismo, su compañerismo y mutua admiración. En el documental RBG de Julie Cohen y Betsy West, la omnipresencia del slogan “Notorious RBG” no deja imaginar demasiado esa aridez que marcó sus inicios, las puertas cerradas que siguieron a sus excelsas calificaciones, las luchas constantes contra los prejuicios. Aquí, el “antes del mito” asoma –aún bajo los límites de la corrección– dando matices a la firmeza de Ruth cuando discute con su hija Jane de 15 años (Cailee Spaeny), cuando se ve intimidada por una veterana de las leyes civiles como Dorothy Kenyon (interpretada por Kathy Bates), cuando enfrenta el caso que marcará su futuro.
El giro decisivo para la carrera de Bader Ginsburg y para la ficción que sigue sus pasos es su participación en la defensa de Charles Moritz, un hombre de Denver, soltero y dedicado al cuidado de su madre enferma, discriminado de los beneficios sociales por su condición de género (la ley solo concebía a la mujer como responsable del cuidado de familiares enfermos). El caso llega como un recorte periodístico de la mano de Marty, as del derecho impositivo, e impulsa a Ruth en un raid sin precedentes para convertir a ese hombre en ejemplo de la injusticia que padecen las mujeres. Los contactos de RBG con la American Civil Liberty Union dan pie a una serie de amistosas tensiones con su líder, Mel Wulf (excelente Justin Theroux), quien considera que las mujeres no son una minoría como los negros, los comunistas o los musulmanes. En ese álgido clima de época, las disputas se dan dentro y fuera del colectivo que pone esa lucha impensada sobre el tapete. Así, el tribunal se convierte en algo más que en un escenario donde medir fuerzas y validar legislaciones: es aquel en el que Bader Ginsburg ve posible socavar la permanencia de leyes que sostienen la opresión de las mujeres en un mundo cuyas calles luchan por cambiarlas.
Volviendo al documental RBG, hacia el final se repiten las escenas que muestran a Bader Ginsburg hoy, dando conferencias a jóvenes estudiantes, liderando tendencias en las redes sociales, como rostro en tatuajes o remeras. De hecho, en una entrevista asegura que comparte más de lo que se cree con el rapero The Notorious B.I.G., se ríe de la imitación de Kate McKinnon en Saturday Night Live y se viste para participar de una ópera en el Kennedy Center dos días después de la elección de Trump. Esos gestos dan cuenta de su sintonía con un presente que ha convertido su legado en algo vigente, en un ejercicio de resistencia, en la defensa de sus ideas pese a los tiempos adversos. La vuelta a los comienzos que supone La voz de la igualdad, aún con sus convencionalismos, implica resignificar el trabajo de Ruth Bader Ginsburg a la luz de hoy, comprender su brillante estrategia para transformar ese sistema legal de apariencia indestructible, y celebrar su desafío a un poder que tenía a su favor cientos de años de Historia.