El año pasado llegó a mis manos un libro perfecto llamado Noches de placer, de Gian Francesco Straparola, en la hermosa traducción que Lila Weinschelbaum hizo para Ediciones de la Flor. El encuentro con este libro tuvo la intensidad de mis deslumbramientos de adolescencia: nocturnos desvelos, largas mañanas al sol junto al gordo libro que no-quiero-que-se-termine-nunca.
Como entre la escritura de un libro y otro libro se abren a veces lapsos pantanosos, paréntesis, o el vacío del mundo, y siendo que atravesaba yo uno de estos períodos, decidí huir del desasosiego haciendo mis propias versiones de algunos cuentos populares, y entrenarme, de paso, en ritmos de la prosa, tensión, personaje, y todas esas cosas que me gustan. Así fue como quise tener mi “Gato con botas”.
Distinto que Perrault, que no acierta la moraleja para este héroe de honestidad dudosa, Straparola (best seller de principios del XVI) solo quería entretener, y se entregó con entusiasmo a la escritura de sus andanzas. Me gustó que en su propia versión del cuento (la primera que se conoce) el gato fuera gatita y no llevara botas. Ya estaba delineada su imparable personalidad de coaching empresarial o agente de prensa. Éste fue el punto de partida de mi versión. ¿Quién no quisiera heredar una gatita mágica que te ofreciera fama y riquezas sin pedirte nada a cambio y acallara de un sopapo el enflaquecido dedo que repetiría desde la sombra “el dinero y la fama no hacen a la felicidad”? Mi gatita-gate contemporánex, hábil para moverse en redes y adaptarse a las expectativas y sinuosos sistemas de valores del público de hoy, mágicx gatitx del arrabal porteño, no tiene moral, ni ideologías, tal vez tampoco tenga piedad, pero sí un muy personal y encomiable sentido de la justicia.