Escribí los tres cuentos breves que conforman “Tríptico familiar” antes de los veinticinco años, dentro de una serie intermitente que se prolongó en el tiempo con otros relatos y que llamo para mí la línea “familiar”. El primero, “Brindis con Witold”, apareció publicado en mi libro inicial Infierno grande y solo diré que acabó para siempre con las reuniones de fin de año en mi familia. Mi padre me reprochó en aquella época que no hubiera acudido al recurso de la anamorfosis para enmascarar un poco más a los personajes. No sabía entonces el significado de esa palabra y creo que nunca lo aprendí del todo en los cuentos sucesivos.
“Un día muy raro” lo escribí después de un viaje al campo, en que vi al atardecer el vuelo corto de las gallinas hacia las ramas bajas de los árboles, pero nunca me decidí a publicarlo. Finalmente, “El secreto” figura como una incrustación arqueológica en mi reciente libro Una felicidad repulsiva: la historia me la contó una novia de la universidad y solo tuve que imaginar al hermano menor derribado una y otra vez con tomas de judo y en posesión inesperada, por un regalo ambiguo, de un arma letal de contraataque con su propio tic-tac interno.