Montañas hay muchas en la filmografía del cineasta alemán Werner Herzog. Su presencia es, a veces, secundaria pero en otros casos los “gritos de piedra” se transforman en los protagonistas centrales del drama, ya sea este ficcional o incondicionalmente real. Pero es en El oscuro brillo de las montañas, mediometraje documental realizado para la televisión germana en 1985, donde el director de Fitzcarraldo y Aguirre, la ira de Dios intenta atrapar con su cámara las razones detrás de un aparente acto de insania: los alpinistas Reinhold Messner y Hans Kammerlander están dispuestos a llevar a cabo la casi imposible tarea de escalar, una detrás de la otra y sin tanques de oxígeno, las laderas de las montañas Gasherbrum I y II, ubicadas en la frontera entre Paquistán y China, dos de las más altas del mundo. La película incluye algunos planos de los peligrosos itinerarios pero lo que más parece interesarle al realizador es otra cosa. Una y otra vez, directamente o mediante subterfugios, les pregunta a los intrépidos amantes del montañismo -toda una pasión alemana, por cierto- qué es lo que los impulsa a sostener una actividad con rasgos tan peligrosos que, por momentos, pueden confundirse con lo suicida. La muerte de muchos de sus colegas es una marca de fuego que nunca se borra y la posibilidad de enfrentarse a la propia extinción un pensamiento cotidiano. Herzog, que alguna vez estuvo a punto de morir de agotamiento durante su caminata desde Múnich hasta París y, en otra ocasión, pudo haber sido enterrado por la lava de un volcán en erupción, comprende las respuestas e intenta transmitir esa extraña pasión al espectador.
Algo similar ocurre en Free Solo, el documental de Jimmy Chin y Elizabeth Chai Vasarhelyi que registra la principal actividad en la vida de Alex Honnold, un escalador profesional californiano que practica la más difícil y peligrosa de las vertientes de ese deporte: el free solo o “solo integral”, el ascenso solitario y sin la protección de ningún elemento de seguridad. El film, que acaba de ganar hace algunos días el premio Oscar al Mejor Largometraje Documental, tendrá su estreno en la televisión esta noche en la señal de National Geographic, su principal compañía productora. El punto dramático central, que ocupa cerca de un tercio del metraje y fue registrado al detalle por los documentalistas, es el ascenso, sin sogas ni arneses, de la pared de granito conocida como El Capitán, cuyos 914 metros de altura se encuentran emplazados en el corazón del Parque Nacional Yosemite, en California. En palabras del protagonista y las de algunos de sus compañeros de aventura, una de las laderas más difíciles y peligrosas del mundo. No se trata, de ninguna manera, de un film revolucionario y, en gran medida, Free Solo describe la vida de su protagonista con las herramientas más convencionales del cine documental. Pero a pesar de ello, a pesar incluso del tono triunfalista que lo empapa durante los últimos minutos, luego de la victoria humana sobre la mole de piedra, el relato también sale a la caza de aquello que Herzog buscaba insistentemente: trazar las coordenadas de esa pizca de locura que permite lo aparentemente imposible. El mismo protagonista afirma en un momento que ningún ser humano ha logrado nada importante viviendo una vida cómoda.
¿Es necesario ser una persona con características especiales o fuera de lo común para dedicarse a una actividad como esta? Personaje solitario, Alex Honnold duerme todas las noches en su camioneta, donde también come, se baña y hace sus ejercicios físicos, indispensables para mantener la elasticidad de músculos y tendones. No parece un joven demasiado sociable aunque, con el correr de los años, afirma que ha aprendido a hablar frente a una audiencia sin morir en el intento. “Me costó mucho aprender a abrazar”, dice en un momento, recordando la falta de contacto físico con sus padres durante la infancia. Su madre menciona síntomas del Síndrome de Asperger en su marido y, muy posiblemente, también en su hijo. En cierto momento, el muchacho acepta que le realicen una tomografía cerebral y el resultado más destacable es que su amígdala, centro de control de las emociones -entre ellas, el miedo- no parece activarse como la de la mayoría de sus congéneres. Como si un guionista de la vida real hubiera interferido durante la filmación de la película, Alex conoce a una chica y comienza una relación (“la más larga que he tenido en mi vida”) justo unos meses antes del comienzo de su misión más peligrosa a la fecha, elemento de enorme desequilibrio en la organización mental del escalador. “Para hacer free solo a ese nivel, realmente hay que tener una armadura mental. Y tener una relación romántica es perjudicial para esa armadura”, afirmará un amigo y colega de Alex.
Es que la posibilidad concreta de toparse con la muerte en cada milímetro de un ascenso es muy diferente cuando hay alguien cercano que espera mantener una relación a largo plazo. La escalada en sí misma se ve afectada por esa situación, como así también por la presencia de un grupo de camarógrafos registrándola. Uno de los aspectos más interesantes de Free Solo es precisamente la inclusión del rodaje como elemento que, inevitablemente, altera lo que ocurre en la realidad. ¿Cómo filmar cada paso del infernal trayecto sin desconcentrar al intrépido deportista? Habrá varias idas y vueltas entre Alex y el co-realizador Jimmy Chin, a su vez montañista, respecto de dónde y cómo posicionar las cámaras o si es conveniente utilizar un dron que sobrevuele al protagonista en los momentos más peligrosos. El resultado final, luego de un intento fallido, será un punto de consenso. Pero antes de que eso ocurra, los preparativos, que ocupan la mayor parte del metraje: decenas de ascensos (con sogas) durante los cuales Alex Honnord recorre en detalle cada centímetro del muro, mensurando y sopesando caminos alternativos, describiendo en su cuaderno de apuntes cada arruga, superficie resbalosa y saliente, anotando a su vez los posibles movimientos de dedos, manos y pies para superar los desafíos más grandes de la travesía.
Cuando llega el momento ansiado, la película de Chin y Vasarhelyi logra transmitir, a través del contenido de las imágenes y del montaje, una palpable sensación de peligro mortal, de suspenso por momentos insoportable, como si se tratara de una película de súper acción rodada en la seguridad de un estudio y con efectos especiales. No es un mérito menor, dada la elección de los realizadores de sostener ese elemento de espectacularidad en el relato y del hecho de que el espectador sabe de antemano el favorable resultado final. El resto se reduce a la gran pregunta, la misma que se hacía Herzog. ¿Estamos ante el triunfo del hombre sobre la naturaleza luego de enfrentarse a su inmensidad gracias al esfuerzo, el tesón y la experiencia, o es apenas el reflejo más extremo de la locura, de esa necesidad, tan humana, de demostrar que incluso la muerte puede ser domada? Posiblemente las dos cosas.
* Free Solo se exhibe hoy a las 22 horas por la señal NatGeo.