Desde Madrid
95-51-95. Parece la talla de una modelo, pero no, es la tapa del diario deportivo As del día del partido por la Liga entre Real Madrid y Barcelona. Son los números de los enfrentamientos entre los dos grandes de España en 87 años de historia. 95 triunfos para cada uno y 51 empates. El periodismo español es tan amante de las estadísticas y los números, que pueden hacer de eso la tapa de un periódico. El programa oficial parece contagiarse y entonces se lee que Sergio Ramos es el quinto madridista con más partidos, que los tipos tienen 13 Copas de Europa, siete mundiales de clubes, cuatro Supercopas de Europa, etc., etc. y que en el estadio hay seis vomitorios en los que atiende la Cruz Roja. Le dicen vomitorios a las puertas de acceso, como los antiguos romanos, y no son los lugares donde la gente va a expulsar el odio que les provocan los catalanes cada vez que ganan en el Bernabéu. Contagiados del fervor estadístico y de la idea de ponerle número a todo, nos preguntamos cuántos pasos dimos desde que bajamos del subte en la estación Santiago Bernabéu, hasta la entrada al sector que teníamos asignado. No fueron más de 50. Te bajás del subte, 50 pasos y ya estás adentro del estadio, en un asiento que nos facilitó el bueno de Jorge Valdano. Les preguntamos a los vecinos de asiento y nos cuentan que el abono vale tres mil euros por año, que se hacen cuatro mil si agregás partidos de la Champions y de la Copa del Rey. Y nos preguntamos cuántos son esos catalanes que están allá arriba en el quinto piso, más cerca del celeste del cielo que el verde del pasto brillante que riegan una y otra vez. 150, 200, no son más. A una buena parte de ellos los habíamos cruzado en la Plaza Mayor, cuatro horas antes del clásico. Cantaban de todo ante la indiferencia de los madrileños y la curiosidad de algunos turistas. Tienen un espantoso cantito dedicado a Messi que dice así:
“Oh Leo Messi, dios del fútbol,
marca un gol
si intentas compararlo en evidencia quedarás
él regatea a todos justo antes de marcar”.
Pero al menos son un poco más creativos cuando defienden a Piqué y gritan: “Piqué, Piqué Pinquenbauer”, asociándolo al Kaiser alemán. Lo defienden de los madrileños que cantan eso de “Piqué, cabrón, España es tu nación”. Es que Piqué es independentista y eso no se lo perdona nadie por acá. Y durante el partido mucho menos les gusta que el hombre gane siempre de arriba, y destruya uno por uno todos los intentos del Madrid que quiere accionar toda su artillería, pero con balas de fogueo. Y así no hay pelota que entre al arco contrario, ni cuerpo técnico que resista demasiado (¿qué pasará con (Santiago) Solari si no sigue adelante en la Champions?), ni delantero que se salve de los silbidos (a Bale le dijeron de todo cuando salió), ni recuerdo de Cristiano Ronaldo que no se agigante. La fiebre de los números nos lleva a contar cuántos son los hinchas de camiseta blanca que están detrás de uno de los arcos. Unos tres mil deben ser. Parecen de utilería, extras para darle color a ese circo frío que se congela cuando pasan los minutos, y el rival toquetea la pelota. Los de blanco cantan: “Ida, ida, ida, Madrid es mi vida”, y estribillos así de inocentones.
En algunos se adivina que copian a los de hinchadas argentinas, pero con una música que no pega. Los tipos tienen una bandera con el número “7” , que homenajea a Juanito, y otra con el “4” que está dedicada a Sergio Ramos, como para darle un poco de actualidad.
En la calle, antes de empezar el partido, nos habíamos cruzado con un hincha que caminaba con el pecho inflado, cubierto con una camiseta de la banda.
–¿Venís a ver en qué arco hizo el gol el “Pity” Martínez? –le preguntamos.
–Si, ¿cómo sabés?
–Es obvio…
–Sí, pero también vengo a ver a Messi.
Cerca pasa un vendedor: “Calentitas las empanadas argentinas”, vocea. Lleva puesta una camiseta de Boca y el cero en la espalda. Cero descensos.
–No les queda otra –dice socarronamente el de River.
Nosotros también, como el hincha de River, vinimos a ver a Messi. Y lo disfrutamos. Un jovencito cerca nuestro vino asimismo a ver a Messi, pero para insultarlo y sufrirlo.
–Enano… hijo de puta… vete a tu pueblo… juega en la Selección Argentina… enano… hijo de puta…
Y así toda la noche.
Al lado nuestro, un granadino simpático y charlatán se suma y le dice hijo de puta a Messi, pero en otro tono y con otro sentido: “¡Hijo de puta, cómo juega!”, comenta resignado después de una gambeta en la que el diez desparrama dos camisetas blancas por el piso.
Cuando termina el partido, la gente tarda un puñadito de minutos en desagotarse por los vomitorios y huir del infierno. En la cancha quedan todavía los jugadores del Barcelona haciendo una ronda y saludando al quinto piso, que es el lugar donde están los hinchas culés. El paraíso.