Escribí este cuento a pedido, como suele ocurrir con muchos de mis cuentos, pero en una circunstancia particular. Fue después de una suerte de encierro-residencia de escritores en el Viejo Hotel Ostende, bajo la siempre generosa atención de los Salpeter, especialmente de la querida Roxana. El hotel, como se sabe, tiene sus mitos y también su pasado literario notable: la trama de Los que aman, odian, la novela policial escrita a cuatro manos por Bioy y Silvina Ocampo, transcurre allí. Y también se alojó en el Saint-Exupéry, se puede visitar su habitación. Y varias medallas más. Como sea, fuera de temporada, en 2005, se había ahí reunido un grupo enorme del que sólo nombraré a algunos porque no tengo buena memoria y no recuerdo a la totalidad de los invitados: Hebe Uhart, insólita e inteligente como siempre; Fogwill, con sus hijos; Fabián Casas que una noche tuvo miedo; Juan Forn que vino una tarde y jugó al fútbol; Marina Mariasch al lado de la chimenea porque hacía frío. Fue intenso y divertido y también hubo encontronazos y malhumores y antipatías. Mariano Llinás filmó todo acompañado de Agustín Mendilaharzu. No sé qué hizo con el material y por mí está bien. Yo no estaba en mi mejor temporada mental, por resumirlo de alguna manera.
Se me ocurrió que el hotel necesitaba un fantasma. Me contaban muchas historias pero ninguna de fantasmas y me encargué de eso. Escribí sobre dos jóvenes, en (más o menos) dos planos, una es la fantasma-vampira, la otra está deprimida. Alguien me dijo alguna vez –creo que Claudio Zeiger– que los planos de dos mujeres jóvenes le recordaban a “Lejana” de Cortázar pero, como suele suceder, si fue una influencia no fue consciente, no estaba pensando en ese magnífico cuento cuando escribí éste que, por supuesto, no se le compara. Pero “El mirador” tiene cosas que me gustan: esa mujer joven amarga, la soledad radical de la tristeza patológica y la locación: me gustan los cuentos sobre o en hoteles, y no sólo los de terror, aunque especialmente. Ningún lugar que recibió a tanta gente con sus fantasmas y sus oscuridades puede dejar de ser un lugar hechizado. El mejor cuento de terror que leí en mi vida se llama “Campanadas”, es de Robert Aickman y transcurre en un hotel. Es terrorífico, un desquicio y una exquisitez.
“El mirador” está incluido en mi primer libro de cuentos Los peligros de fumar en la cama, que en 2009 publicó Emecé y ahora acaba de ser reeditado por Anagrama. También apareció en Libro de huéspedes. 100 años del viejo hotel Ostende (Planeta) una historia del lugar desde múltiples ángulos que como bonus incluye algunos de los cuentos escritos en aquel encuentro: éste y los de Marina Mariasch, Cecilia Pavón, Pedro Molina Temboury y Dani Umpi.