Una verdadera flor de fuego, una quemada hermosa, podría llegar a ser cuando decida convertirse en una sobreviviente de la hoguera. “Las quemas las hacen los hombres, chiquita. Siempre nos quemaron. Ahora nos quemamos nosotras. Pero no nos vamos a morir: vamos a mostrar nuestras cicatrices”, dice una de las “mujeres ardientes” que se rebela contra la violencia de género en Las cosas que perdimos en el fuego, de Mariana Enriquez, que ganó el premio Ciutat de Barcelona, dotado con 7000 euros, en la categoría literatura en lengua castellana. El libro, publicado en 2016 por Anagrama, despliega doce cuentos que “traducen” los viejos miedos desde una perspectiva contemporánea. La escritora sabe cómo provocar mayor extrañeza y espanto sumergiendo a los lectores en las entrañas de un terror que fluye que da gusto en una realidad tan perturbadora como familiar. El jurado, integrado por Jordi Gracia, Antonio Iturbe, Lolita Bosch, Teresa López e Isabel Sucunza, eligió a Enriquez por “el modo en que combina en sus relatos naturalidad de estilo, sin patetismo melodramático y con dosis de humor negro y ácido, para minar la cotidianidad con subsuelos inquietantes”.
Enriquez, subeditora de Radar, ganó el mismo premio que recibiera Ricardo Piglia (1941-2017) por Los diarios de Emilio Renzi. Años de formación en 2016. “Este premio es un honor; puesto en términos de ‘el mismo premio que Piglia’ me parece algo injusto para los dos. El era uno de los escritores más importantes de este país y de América latina, no se puede comparar. Creo de todos modos que está bien que un premio alterne entre principiantes y bestias literarias como él. Sobre todo es un honor, y estoy contenta y agradecida”, dice la autora de las novelas Bajar es lo peor (1995) y Cómo desaparecer completamente (2004), de las colecciones de cuentos Los peligros de fumar en la cama (2009) y Cuando hablábamos con los muertos (2013) y el relato de viajes Alguien camina sobre tu tumba-Mis viajes a cementerios (2013), entre otros.
–¿Cómo es trabajar el terror, los miedos, los fantasmas, todo aquello que asedia de diversas maneras desde lo cotidiano? ¿Qué desafíos implica ese tipo de escritura?
–Para mí, sinceramente, es muy natural. El terror es mi género favorito; el terror y sus alrededores: el fantástico, el cuento extraño, cierta ciencia ficción, los relatos folk. Combinar el terror y el cotidiano es algo que hace, por ejemplo, Stephen King; si uno piensa en Cementerio de animales, todo comienza con una familia tipo que se muda y entierra a una de sus mascotas. Y luego la novela es un libro sobre el miedo a la muerte y también una crítica a la familia perfecta. Cuando decidí escribir terror quise “traducirlo”, pensar cuáles eran los miedos de nuestras sociedades, en nuestros cotidianos, en nuestro lenguaje. El desafío es encontrar esa traducción y no hacer simplemente un cuento de género con los arquetipos, los recursos y los trucos que se pueden aprender, sino aplicarlo a nuestras fobias, nuestros traumas, personales y colectivos. Cuando digo “nuestros”, hablo de nuestro país y de alguna manera de América.
–Se podría decir que la realidad política se ha vuelto terrorífica. ¿Incide lo que está pasando en el país en lo que está escribiendo? ¿De qué modo aparece?
–Me interesa la política pero la relación no es tan directa, en mi caso. Siempre incide lo que ocurre, en la actualidad y antes. En mis cuentos, la Argentina está por todas partes: hay cuentos que transcurren en el alfonsinismo, otros donde el horror está disparado por personajes que “desaparecen” –y no ignoro ni esquivo el peso de la palabra–, otros donde la desigualdad y la exclusión son la base del terror que tiene elementos de género, pero también ocurre en los cuerpos de mujeres, de niños abandonados, de chicas en riesgo.
–¿Por qué gustó tanto Las cosas que perdimos en el fuego? ¿Qué logró captar del “espíritu de la época” o algo del orden de los fantasmas o temores de este presente que hizo que tantos lectores, por fuera del género, hayan recibido tan bien el libro?
–Nunca se sabe por qué gusta un libro y el autor es el que menos sabe. Supongo que sí, hay algo del espíritu de época: pienso, por ejemplo, que todas o casi todas las narradoras y protagonistas de los cuentos son mujeres. Y está claro que la cuestión de género es un tema central de la discusión pública actual y a nivel global. Debe haber muchas cuestiones así. También un poco de suerte, por qué no.