“¡¿Qué pasa con la lluvia?! ¡Dale che!”, gritaba desde el micrófono Coco Orozco, guitarrista de Usted Señálemelo, cuando ya todo parecía imposible de revertir. Los charcos de agua se multiplicaban alrededor del predio y solo quedaba frente al escenario una pequeña porción del público, que se desmembraba debajo del diluvio. El éxodo se produjo en menos de media hora, dejando a la vista un territorio dantesco. Entre los tótems que circundaban el inmenso predio del Anfiteatro Municipal, lo único que quedaba era un grupo de diez pibes en cuero que gritaban, corrían y bailaban, exigiéndole al cielo que arroje más agua. Eran los únicos a los que pareció no importarles que la lluvia se hubiese cargado la mitad del show de Usted Señálemelo y la presentación de Babasónicos. Afuera, las calles de la ciudad estaban anegadas. Pibes y pibas se refugiaban en los zaguanes de las casas coloniales esparcidas en el centro. En medio de la noche, con una lluvia cada vez más violenta, un comunicado oficial de la organización de Rock en Baradero informaba que la banda liderada por Dárgelos se presentaría anoche. Ese cierre inesperado oscurecía lo que había sido una jornada signada por un pop fluorescente y lumínico, cargado de vientos y sintetizadores ochentosos, que funcionó como contracara del día anterior, como ese otro lado de lo que sucede hoy en el rock nacional.
El día había comenzado impasible, sin ningún rastro de la primera fecha, que habían encabezado Los Gardelitos, Jóvenes Pordioseros, Guasones, Riff y La 25. El camino hacia el predio exhibía la parsimonia de los estrictos lineamentos de cualquier pueblo bonaerense: la plaza central rodeada de sus instituciones, las motos estacionadas en cada recoveco, los perros en busca de sombra, el club social que funciona también como boliche, la siesta como parte de la religión. Solo llegando al Anfiteatro aparecían las marcas de lo que había ocurrido: en las calles adoquinadas, las casas abrían sus ventanas y ofrecían choripanes, fernet, cerveza y vino en cartón. Pero el público ya era otro. Ahora todos caminaban con botellas de agua y traían ensaladas y sándwiches vegetarianos desde el centro. Ese recambio, que no había llegado hasta los puestos improvisados, se hacía sentir desde temprano en el predio.
Las primeras luminarias poperas las encendió Chita, con una avanzada de melodías suaves que se sostienen gracias a la alquimia de sensualidad y movimientos frágiles que despliega frente a su teclado. Unos minutos después, ya en uno de los escenarios principales, Lo Pibitos despertaban el baile agitado debajo del escenario. El intercambio de frecuencias y armonías entre sus dos vocalistas –que alternan rimas veloces y precisas–, se montaba a una banda ajustadísima que entre sus teclados y guitarras en clave funk también tenía espacio para solos de una percusión con raíces latinas. La mayoría de las canciones provenían de su último disco, En espiral, y subían su intensidad con un gesto que recorrió toda la jornada. Su versión repleta de scractchs de “La rubia tarada”, de Sumo, marcaba una línea clara: el universo musical de los ochenta es una de las grandes fuentes de las que se nutren las bandas que hoy exploran los límites del rock. Ese movimiento se repetiría, más tarde, con Airbag trayendo al presente una versión recargada de Sultans of Swing, de Dire Straits, y con Usted Señálemelo sosteniendo al público bajo la lluvia con “Sintonía Americana”, de Los Abuelos de la Nada. El otro elemento clave de esa búsqueda de nuevas experiencias tendría en Louta a su representante más extremo: un performer desquiciado que pone su cuerpo casi por delante de la música.
El cielo había comenzado a ennegrecerse con algunas nubes cargadas y en el escenario principal aparecían diseminados postes de luz, otros con cámaras de seguridad, y un banco de plaza repleto de girasoles. Una sirena sonaba detrás de una batería azotada y una guitarra cuyas cuerdas chirriaban con un arco eléctrico de violín. La figura plástica de Louta, el hijo de Diqui James –creador de De La Guarda y Fuerza Bruta–, comenzaba sus contorsiones furiosas en “Todos con el celu”, una especie de llamado de la selva entre “nativos digitales”, instándolos a que luchen por cortar las cadenas virtuales que ordenan sus vínculos. Acompañado por dos bailarines que mezclaban artes marciales y una danza contemporánea frenetizada, Louta volvió a demostrar que puede manejar el pulso de su generación. Casi sin mediar palabra, con su cuerpo como herramienta, hizo que el público bailara, saltara, se agachara, retuviera la respiración, todo en medio de sus diatribas postapocalípticas. “Ahora que no hay Netflix veo que otros tienen hambre”, aullaba en “Uacho”, y ponía entonces sobre el escenario, esa necesidad latente de artistas que además de ofrecer sus canciones, logren congeniarlas con altas dosis de despliegue escénico.
Poco después, Marilina Bertoldi arengaba desde el otro escenario: “¿Cuántas mujeres somos acá?, ¿dos minas, tres, cuatro? Un montón, gracias che…”. Detrás de unos anteojos rectangulares y con una campera negra de brillos, su voz volvía a poner de manifiesto el debate por el cupo femenino en este tipo de festivales, mientras desplegaba su último disco, Prender un fuego, votado por sus colegas como el mejor disco de 2018 en la encuesta del Suplemento NO. Su puesta en escena casi intimista contrastaba con la llegada de Airbag, comandada por los hermanos Sardelli, que exhibía sendas paredes de cuatro inmensos amplificadores Marshall para cada uno de sus instrumentos. El trío que arrancó hace varios años con canciones adolescentes de desamor, ahora mostraba un sonido y una estética más propios de los Guns N Roses, con su frontman soltando extensos solos de guitarra y con ciertas preguntas existenciales en sus letras. “Para los que están mirando desde Youtube, mostrémosles de qué se trata esto”, decía antes de finalizar con su guitarra tocando el himno nacional y luego junto a la banda con una versión en clave Green Day de su viejo éxito “Sigo acá”, mostrando que esa lucha por dejar atrás cierta parte del pasado, todavía estaba en pie.
El último tramo se iniciaba con una banda que volvía a canalizar los elementos que marcaron la jornada: Bandalos Chinos. Su hiperpop sintetizado hacía bailar al público una vez más, conectado con los movimientos felinos y estilizados de su cantante, Goyo Degano, y con los solos pentatónicos y magnéticos de las guitarras, que pasaban al frente a cada momento. La mayor parte del público que los despedía, se quedó observando el escenario vacío, esperando por Usted Señálemelo, mientas en el otro extremo comenzaba Attaque 77. “Muchas gracias a los que nos dan la espalda…”, ironizaba Mariano Martínez, cantante de la banda punk que acaba de cumplir treinta años. El público que se amontonaba debajo del escenario respondía cantando “Yo soy de ataque” y el “Hit del verano” –MMLPQTP–. La propuesta de Attaque fue correrse de una lista “festivalera” –aunque hubo espacio para temas como “Beatle” y Western”–, y meterse en sus primeros discos. Así aparecieron “América”, “Alza tu voz” y “Sola en el microcentro”. El sonido compacto de la banda mostró que esas canciones aún mantienen la potencia con la que fueron concebidas.
En ese momento, cuando el viento apenas soplaba, resultaba imposible presagiar lo que estaba por suceder. Apenas pudieron escucharse un puñado de canciones de Usted Señálemelo, el trío sub-23 que tiene la extraña y cautivante facilidad de revivir las melodías spinetteanas, En ese punto, la tormenta se desató con furia y barrió con todo, dejando abiertas las dudas sobre qué sucedería al día siguiente, sobre cómo podrían reformularse las grillas para darle lugar a Babasónicos, la banda destinada a cerrar la jornada, que ni siquiera había podido salir de camarines.