“Ayotzinapa” quiere decir en náhuatl “Río de tortugas”. El paso de la tortuga es el paso de quienes transitan por esa localidad del estado mexicano de Guerrero, uno de los sitios más pobres y violentos del país. Ayotzinapa, el paso de la tortuga es también el título del documental que puede verse actualmente en Netflix. Escrito y dirigido por Enrique García Meza y producido por un peso pesado de la industria cinematográfica mundial, el cineasta y productor mexicano Guillermo del Toro (quien no estuvo sólo en esta tarea ya que produjo el film junto a la experimentada productora Bertha Navarro y Alejandro Springall), el documental traza un riguroso racconto de la masacre y desaparición de 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa, producida entre el 26 y el 27 de septiembre de 2014. Poniendo en primer plano una combinación del proceso doloroso de los sobrevivientes y de los padres de los estudiantes fallecidos y desaparecidos, el documental no ahorra críticas al gobierno neoliberal de Enrique Peña Nieto, quien no supo ni quiso esclarecer unas de las mayores tragedias de los últimos tiempos. Fue realizado antes del 1º de diciembre de 2018, fecha en que asumió Andrés Manuel López Obrador como presidente de México. Unos días después, el flamante primer mandatario mexicano ordenó reabrir el caso de los 43 y la creación de una comisión investigadora.
El audiovisual comienza relatando el espíritu de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa Raúl Isidro Burgos, donde estudian jóvenes que quieren ser maestros. En los testimonios de los que ocupan sus aulas puede notarse la diferencia con otras instituciones educativas públicas y privadas: los “normalistas” –tal como se denomina a los estudiantes de esta escuela– no sólo aprenden teoría sino que también trabajan el campo y cuidan a los animales. Pero no es ésta la única diferencia. La primordial es que aprenden el valor de la política de una manera muy diferente a quienes ocupan sillones y ascienden en la escala de poder casi como por arte de magia.
Una vez presentado el escenario, el film se detiene, entonces, en lo que motivó su realización: traza con precisión milimétrica y con el empleo de animaciones cómo fue le emboscada que, durante la noche del 26 de septiembre y la madrugada del 27 de septiembre de 2014, la policía municipal y estatal de Iguala (en el norte de Guerrero) realizó, persiguiendo y disparando en contra de numerosos estudiantes. Los jóvenes habían llegado a ese lugar en cinco autobuses. La masacre dejó un saldo de nueve personas fallecidas, 27 heridos y 43 estudiantes desaparecidos. La idea de los jóvenes era llegar hasta allí para partir luego a Ciudad de México. Planeaban arribar a la capital del país azteca el 2 de octubre para conmemorar un nuevo aniversario de la Masacre de Tlatelolco. Así se denominó al asesinato de 400 estudiantes y civiles por militares y policías el 2 de octubre de 1968, en la Plaza de las Tres Culturas, en la sección de Tlatelolco de la Ciudad de México. De algún modo, la historia tomó de la mano a los estudiantes de Ayotzinapa y los depositó en el mismo lugar que a los de Tlatelolco.
Los sobrevivientes y familiares de algunas víctimas relatan en el documental la impunidad y la injusticia de las autoridades. “Es muy duro saber que los que deben cuidarte hagan lo contrario”, dijo una vez el director del documental. Detrás de ese inmenso dolor, los testimonios de quienes fueron testigos de cómo sus compañeros fueron atacados, así como los comentarios de las familias hablando de cada uno de los jóvenes son pruebas irrefutables del accionar de la policía. Estos se complementan con comentarios de periodistas que investigaron el caso sobre el destino final de los 43 estudiantes y el rol que jugó el Estado mexicano tratando de ocultar la verdad. Por ejemplo, la periodista Anabel Hernández tiene su versión: el origen del ataque a los micros llenos de estudiantes desarmados era recuperar de dos buses un cargamento de heroína de una banda narco internacional. La orden la habría ejecutado un narco local a un alto oficial del Ejército. Por su parte, la versión ofrecida por el gobierno de Peña Nieto tendía a “explicar” el rastro perdido de los estudiantes en un crimen realizado por narcotraficantes, que en pocas horas lograron incinerar los cuerpos de los jóvenes en un basural al aire libre. El rol del gobierno de Peña Nieto recibió una condena internacional: la ONU calificó los hechos como “los más terribles de los últimos tiempos”. El gobierno mexicano también fue cuestionado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y por la organización Human Rights Watch, que criticó duramente la lentitud en el esclarecimiento.
¿Quiénes fueron los responsables? ¿Por qué desaparecieron y bajo qué condiciones? Esas son las preguntas que busca desentrañar Ayotzinapa, el paso de la tortuga que, a tono con el reptil del título, deja entrever que en el terreno judicial y político la investigación caminó muy lento. Mientras tanto, los padres de los 43 estudiantes desaparecidos claman justicia por la calles de esa localidad: “¡Ayotzi aguanta, el pueblo se levanta!”, gritan. “¡Nos faltan 43!”, “¡Porque vivos se los llevaron, vivos los queremos!”, vociferan sin entender aun cómo aquellos jóvenes que se subieron a cinco autobuses con el sueño de homenajear a otros muertos terminaron siendo pasajeros de una pesadilla.