PáginaI12 En Gran Bretaña
Desde Londres
Hay que sospechar cuando se dice que no hay recursos, que debemos apretar el cinturón porque estamos viviendo por encima de nuestras posibilidades. En el Reino Unido o en Argentina, en el mundo desarrollado o en los llamados mercados emergentes, el dinero aparece si la necesidad política manda. Veamos el caso del Brexit.
En 2017 Theresa May convocó a elecciones anticipadas para aumentar su mayoría parlamentaria de cara a la negociación con la Unión Europea (UE) sobre la salida británica del bloque. El tiro le salió por la culata. May quedó en minoría en la Cámara de los Comunes y para poder gobernar tuvo que forjar una alianza con el más reaccionario de los partidos del Reino Unido, el DUP de Irlanda del Norte. El precio: mil millones de libras para salud, educación e infraestructura en la provincia.
Ahora, a menos de cuatro semanas del 29 de marzo, fecha señalada para la salida del Reino Unido de la UE, el dinero que la austeridad fiscal prohibía gastar, volvió a aparecer. Ciudades abandonadas a la buena de Dios en el norte del país recibirán 1600 millones de libras de estímulo estatal para reconstruir una región que todavía no se recuperó del knockout desindustrializador thatcherista de los 80.
Este pase de magia fiscal se debe a la ajustada aritmética parlamentaria que decidirá el 12 de marzo a más tardar si finalmente la Cámara de los Comunes acepta el ligero maquillaje que presentará Theresa May para el acuerdo que consiguió con la UE a fines de noviembre. Cada voto cuenta. En enero la Cámara le asestó a May la más dura derrota que sufrió una moción gubernamental en la larga historia parlamentaria británica. Obligado por la magnitud de la debacle, el gobierno ha buscado – muy sobre la hora– el apoyo de diputados laboristas de zonas que votaron por el Brexit o que pueden aceptar el acuerdo como mal menor siempre que haya algo a cambio.
El gobierno, por supuesto, ha negado que se trate de un soborno político. “Estos fondos no tienen una condicionalidad. Es para que estas ciudades crezcan, para que ninguna quede relegada respecto al resto”, señaló este lunes James Brokenshire, ministro de Comunidades, a cargo de la relación entre el gobierno central y las ciudades y regiones (no hay gobiernos provinciales en el Reino Unido). El taparrabos es demasiado transparente. Más cuando la “charm offensive” gubernamental se ha extendido a los sindicatos, bestia negra de los conservadores desde que el Thatcherismo les declarara la guerra en los 80.
El gobierno ha ofrecido a los sindicatos una serie de concesiones, entre ellas la plena incorporación de los derechos laborales consagrados por la Unión Europea y un relajamiento de las restricciones que existen sobre el derecho de huelga. Los sindicatos reclaman desde hace años que la votación a favor para la realización de una huelga se pueda hacer por mail o mensaje de texto. El gobierno se oponía señalando que el voto electrónico era poco seguro. El Brexit parece haber cambiado las cosas.
¿Serán suficientes estas concesiones para que el parlamento vote a favor del acuerdo? La fragmentación política que generó el Brexit es tal que nadie lo sabe. Los medios británicos debaten si la Cámara de los Comunes tiene hoy seis u ocho grandes tribus parlamentarias sobre el tema europeo. La realidad es que cada grupo se subdivide entre halcones y moderados, entre distintos proyectos sobre la futura relación con la UE con muchos matices locales como el voto en el referendo de 2016 de la circunscripción que representa cada parlamentario. En este laberinto político es muy difícil prever la salida. Eso sí, está claro que Theresa May está poniendo toda la carne en el asador.