A Natacha Jaitt la mataron. O se murió. Ante cualquiera de los desenlaces de la investigación, hay una voz que, ya no sobre el teléfono de Alberto Migré conectado por Alejandro Romay, sino sobrevolando el estudio de Mauro Viale producido por él mismo y los fondos públicos que lo mantienen en pantalla, suena fuerte: la voz de Carolina Papaleo, actriz, estudiante de Ciencias Políticas y “vayaina empoderada” (así las denomina la conductora) en el panel de “Incorrectas”, el ciclo de Moria Casán en América.
Mauro Viale: Carolina quiere decir algo.
Carolina Papaleo: Sí, en realidad algo que dijiste vos…
Mauro Viale: Yo no dije nada. Yo me lo callé eso…
Carolina Papaleo: Claro. Pero dijiste que tenía un virus que es parte de su intimidad; deduzco que tenía HIV; entonces, si no lo decimos parece que es un tema tabú hablar del HIV.
ESO. “Yo me lo callé ESO”. El diálogo demuestra que puede haber dos responsables de este delito que en otro contexto legal acabaría con la condición (o la ocasión) de “comunicadores” de ambos. Viale dice que él no dijo. Pero observada en perspectiva experiencial, la escena repone una probable instancia anterior; el periodista podría haber vociferado en el corte –donde como dice Chiquita Legrand, pasa lo mejor–. Así, no es descabellado imaginar que habría apostado a una ya legendaria estratagema de los bastoneros de paneles televisivos: decir fuera de aire, incentivar a los presentes y provocar que alguno de ellos, en tren de notoriedad, caiga y diga lo indecible cuando vuelve a encenderse la lucecita roja. Mauro Viale ríe. Ríe como quien admite, subiendo sus hombros y con los brazos cruzados, que aprovechó y lanzó “el dato” cuando los micrófonos estaban apagados. El enunciado de Papaleo “En realidad algo que dijiste vos…” colabora en esa dirección. Aunque en suma, fue ella y no él.
Con o sin cocaína, éxtasis y marihuana; con o sin sexo grupal y con o sin arreglo para futuros shows de stand up y alcohol, dice Papaleo que Jaitt en La Ñata murió de sida. HIV es para ella sida y sida es muerte. Natacha, señoras putas y señores putos, murió de sida. No cojan demasiado ni se prostituyan en exceso. El organismo es sistémico, todo tiene que ver con todo, siguió diciendo Papaleo. “Ahora ya está, ya falleció, podemos hablar”. Y de inmediato propuso concientizar sobre los peligros virales a los que pudo haber estado sometido ese cuerpo. Hubo interrupciones y Carolina nos privó entonces de una cadena de asociaciones que habrían convertido estas líneas en una exposición kilométrica. Nexos que persisten delante y detrás de las decenas de portadores de ignorancia con acceso vitalicio a los estudios de Palermo.
El test que sí le dio positivo a Natacha es el de la rifa, porque desde que cundió la noticia en adelante, su cuerpo fue ofrecido de la peor manera por los organizadores de la kermés a la que siempre perteneció la morocha, la tv. Desde el policía que difundió las fotos (alejado de su puesto de trabajo) hasta Luis Ventura, que preside Aptra, entrega premios a la radio y a la tv y asegura que a Jaitt le hubiera encantado que él tuitee, como de hecho hizo, esas imágenes (Ventura no fue apartado de ningún puesto). Bueno, se sabe: la televisión es anterior a la injusticia. Funda sus bases y enciende sus motores. Natacha estaba llena de enemigos, construidos durante más de una década de jadeos, orgasmos transmitidos en cadena nacional, deslices varios y acusaciones múltiples; enfrentamientos y prohibiciones, caja de consoladores en la puerta de un canal y puntitas célebres. Palabrerío que en muchos casos terminó en Tribunales y sobre todo, en puntitos de rating nunca despreciables.
Quizás por no querer aceptar uno de los pocos medios disponibles de promoción de mujeres en los canales (“casarse” con una sola catrera de un solo caballero decisor) y por autodenominarse primero puta, después trabajadora sexual y más tarde prostituta; por revelar la identidad de unos de sus “clientes” más famosos, contar que ella consumía drogas y desplegar esa alevosía verbal que la convertía en vehículo ideal para operaciones de inteligencia (“La noche de Mirtha” y los abusos en las divisiones inferiores del Club Independiente, con Enrique Pinti, Marcelo Longobardi, Carlos Pagni y Gustavo Vera como invitados sorpresa) la ex Playboy TV era un cuerpo de segunda y fue tratado de décima. Ulises Jaitt, su hermano, ya demandó a “la vayaina incorrecta”.
La “defensa” de Papaleo, días después, se basó en una información de una fuente amiga del Hospital Tornú, que vio entrar a Jaitt así y asá y le mostró documentación de esto y de aquello. Carolina llevó un análisis a la mesa, no vaya a ser cosa que falten pruebas. Esto es, empeoró con las horas y ninguna autoridad, en esas horas, la detuvo. Pero sobre todo, su “descargo” (un término amado por la brutalidad inherente a los intercambios de la forrándula, toda vez que ella gestiona su propio equilibro judicial) insistió en desmitificar una enfermedad, como quien anula las determinaciones históricas del virus y los condicionamientos actuales. De la historia, todo, pero sobre todo, la marca. La enfermedad inoculada para marcar. Del presente, por ejemplo, las innumerables denuncias a empresas que para sus búsquedas laborales piden de manera encubierta y en connivencia con laboratorios químicos análisis del VIH; formularios de acceso a créditos bancarios que apelan a la misma herramienta para negar préstamos y permanentes denuncias de falta de medicación en todos los puntos del país. Del derecho a la intimidad, las reglas de confidencialidad, la protección de datos sensibles, ni noticia.
La guía de buenas prácticas ético-legales en VIH/sida de la Dirección Nacional de sida, inspirada en la ya viejísima ley de 1990 (pero como guía, muy actualizada) indica que sólo para las personas interdictas judicialmente, con capacidad reducida, corresponde dar la información pero a un representante, con debida constancia de la confidencialidad. Las personas con enfermedades mentales también son titulares del derecho a la intimidad. E incluso, la realización de serologías pos - mortem, ya sea por pedido del Poder Judicial en procesos de autopsia también son confidenciales. La protección de la intimidad debe continuar aún después de la muerte; en consecuencia el eventual resultado reactivo de las serologías realizadas con posterioridad al fallecimiento deben mantenerse en secreto, pudiéndose notificar el resultado sí y sólo sí se acerca una catástrofe o asoma un cataclismo social. ¿Sabrá algo Papaleo de lo que vendrá si vuelva a ganar Macri y por eso boqueó?
Hace exactamente 10 años, en 2009 y en Showmatch, la vedette Graciela Alfano y el coreógrafo Aníbal Pachano discutían a diario en los intersticios del segmento “El musical de tus sueños”, en Canal 13. La duda estirada para la platea era si ella había o no contado que él vive con el virus. Él se lo había compartido hacía años en su piso de la Avenida Alvear y ella en apariencia había violado ese secreto. A pesar de que la víctima allí era sólo una (él), las discusiones ocuparon tardes, noches y meses hasta quedar licuadas por el acqua dance y el adagio. En el medio, la actriz Reina Reech terminó revelando la causa de muerte de su madre, la vedette Ámbar La Fox, fallecida de cáncer de pulmón en 1993 tras haber contraído el virus. A pesar del enchastre, Alfano y Pachano conservan una integridad que Jaitt, viva o muerta, perdió. ¿Por qué? Hay un deemer, un regulador oculto de bestialidad y ridiculez que exime a algunos y mata a otros. No es aleatorio: es jerárquico. A lo sumo, Carolina pasó de ser “Por siempre, mujercita” a habitar una “Zona de riesgo”. Natacha, en cambio, no llegó a firmar contrato en Xanadú.