Razones para parar hay tantas como millones de mujeres, lesbianas, trans, travestis y no binaries se movilizan en el mundo. Y como están movilizadas, se organizan colectivamente. Es decir que esos motivos personales se hacen colectivos. Razones sobran, se pueden contar en los números de femicidios, y también en las estadísticas macroeconómicas, pero en esa lista se suman las violencias cotidianas, esas que todos los días hacen sentir en el cuerpo el patriarcado con sus diferentes matices e intensidades. Hay razones económicas, políticas, sociales, culturales, personales. Hay algunas que se repiten en todo el planeta: la violencia de género, la violencia sexual, la justicia patriarcal, la brecha salarial, el derecho al aborto en América Latina. Algunas tienen números bien concretos: en México asesinan a 49 mujeres por semana, en Colombia a 15, en Argentina a 5,2. Esos números que fueron relevados en 2016 por Small Arms Survey, y retomados por Onu Mujer, quedan constantemente desactualizados por la virulencia de la violencia machista, que entre enero y febrero de 2019 sumó 42 femicidios sólo en la Argentina, uno cada 26 horas. Con un aporte estatal que apenas supera los 11 pesos por mujer volcados en el Instituto Nacional de las Mujeres, las políticas públicas no sólo adolecen de falta de presupuesto, sino también de integralidad.
Tres niñas torturadas por estados provinciales que les negaron su derecho a la interrupción del embarazo en pocos meses son un motivo potente para parar, como también lo son las 3000 niñas madres que se contabilizan por año en la Argentina.
Porque el reclamo de la legalización del aborto encarna ahora también en los cuerpos a los que se les niega incluso aquello que hoy es indubitablemente legal, la interrupción del embarazo por las causales previstas en el artículo 86 del Código Penal.
El 26 por ciento de brecha salarial en la Argentina es otro motivo, pero también la precarización creciente -con las mujeres a la cabeza- que produjo que en España se haya creado la cuenta de Instagram #Quieroynopuedo, donde se recogen las voces de mujeres que se quieren suman a la huelga pero no tienen posibilidad de dejar de trabajar.
“Los motivos por los que no podemos parar, son por los que hay que parar”, dice la biografía del perfil que juntó 1984 publicaciones en pocas horas. “Porque con 28 años soy becaria y no me ampara el derecho a huelga”, dice uno de los mensajes y otro se suma “porque soy enfermera eventual en un hospital y siempre formamos parte de los servicios mínimos en huelgas, festivos y períodos vacacionales, por lo que siempre se nos niega ese derecho”. En esa lista, hay estrategias en distintos lugares del mundo para manifestar la adhesión al paro, aunque no se pueda dejar el puesto de trabajo.
“Una vez más vamos a demostrar al mundo nuestra fuerza colectiva. En las calles, en las camas, en las redes, en las casas, en el trabajo, en todos lados. Volvamos a mostrar que somos imparables y estamos juntas y juntes”, dice La Internacional Feminista, una articulación de decenas de países, donde plantean que el paro es “por la construcción de un feminismo antiracista, antipatriarcal, anticapitalista, en contra de las violencias machistas, en contra del transodio. Un feminismo transversal que integre todas las maneras de habitar la corporalidad”.
Tras los contundentes paros internacionales de 2017 y 2018, se suman países y ya llegan a más de 170, y también se suman razones: las relaciones interpersonales crujen con los modos que los feminismos traen a la vida cotidiana, y no hay donde dejar de mirar el machismo, la gordofobia, la transfobia que circula en las relaciones de cada diá.
En la Argentina, con la marea verde en plena ebullición y en vísperas de la presentación de un nuevo proyecto para legalizar el aborto, el aborto legal seguro y gratuito es una de las consignas de confluencia. Y la violencia machista: desde Mujeres de la Matria Latinoamericana (Mumalá) y otras articulaciones, como la Campaña para la Declaración de la Emergencia en Violencia de Género se pide esa herramienta, que supone: “aumento presupuestario para el abordaje de las violencias al Instituto Nacional de las Mujeres”, así como “definir que un 10 por ciento del Presupuesto de cada Ministerio se destinen a políticas hacia la igualdad de oportunidades y derechos entre varones, mujeres e identidades disidentes”. Otro de los reclamos es el “monitoreo del plan de desarme de los integrantes de fuerzas de seguridad con antecedentes en violencia de género. Impulso de Protocolos provinciales en el mismo sentido”. El petitorio de Mumalá es extenso, e incluye la “aplicación urgente de dispositivos electrónicos para agresores sexuales y a agresores que incumplen medidas judiciales”, como así también la “asignación para Víctimas de Violencia (AVV). Becas. Rentas para alquiler”, y la “creación en el territorio nacional de juzgados y fiscalías especializadas en violencias de género”. Un viejo reclamo, que subsiste desde el 3 de junio de 2015, se suma en esta petición: la implementación del Patrocinio Jurídico Gratuito, como así también “los aportes a las provincias para creación y fortalecimiento de Áreas de una Políticas de género. Así como en Organizaciones de la Sociedad Civil: sindicatos, vecinales, clubes, espacios culturales, etcétera”.
Algunos reclamos persisten, como la efectiva implementación de la ley de Educación Sexual Integral, que hoy se enfrenta a los embates de los antiderechos, con la exportación de los discursos de otros países para impedir una política de estado consistente. La ESI se considera una política preventiva fundamental para las violencias machistas.
Parar se para, aún cuando no se pueda. Las maneras son creativas, porque hay miles de formas de sumar un cartel en la puerta de un negocio, porque cada une hace su pancarta artesanal para llevar a la marcha, porque se puede inscribir en su cuerpo el motivo que le identifica: desde “Paro porque no quiero salir a la calle con miedo” hasta “no quiero tu piropo”, el glitter y los fibrones hacen lo suyo para que los cuerpos encarnen las demandas, esas que no tienen edad, pero sí un tramado transversal que suma reclamos similares a lo largo del mundo.
Claro que se piden políticas públicas, pero entre las razones que cada une tiene para llegar hasta la marcha, para dejar de realizar sus tareas diarias, están también las íntimas, esa voluntar de debatirlo todo, la vida cotidiana, los lazos que anudan las violencias más invisibles a las visibles, la voluntad de crear un mundo feminista donde los cuerpos no sean moneda de cambio. Por eso, habrá tantos motivos para ir a la huelga feminista como mujeres e identidades feminizadas en el mundo, pero todos se entrelazan en un grito colectivo que tiene como objetivo no dejar nada en pie.