Mientras lxs hermanxs escriben, la vecina lee y la acción parece ser una sola como si ante la inminencia del diálogo todo estuviera aprisionado en esa atmósfera indeleble de la literatura.
Tiene algo de Casa tomada ese matrimonio de hermanxs jóvenes que forman María y Bruno, encerradxs en un duelo por la muerte de sus padres. A lo largo de los días ellxs no tienen muchos deseos de salir. Prefieren imaginar y meterse en la rutina de la pareja vecina. Más grandes que ellxs, desigualmente jóvenes, lxs hermanxs se encuentran encantadxs por la figura de Audri. Su fisonomía asiática y su trabajo de editora, ese que la obliga gustosamente a leer, es un atractivo demasiado imposible de dominar para estxs escritorxs inéditxs. Pero ella no es tan feliz como María supone. A todos los personajes los iguala una insatisfacción mansa que siempre parece preciosa en su universo de casas cómodas, arte y comida abundante. En esa mesa donde se sientan a saborear el pollo magnífico preparado por Audri para velar la supuesta ausencia de un marido que inesperadamente llegará a horario.
En Cyan existe una soledad que se tolera gracias a la inventiva luminosa de sus personajes. Pilar Fridman escribe como si formara parte de una de esas películas francesas donde todxs tienen la tibieza de una felicidad perdida y buscan, con cautela y a veces con rabia, hacerse de una parte del otro, meterse en sus vidas, enamorarse o simplemente seducir, creer, por un instante, que ese afuera, esa realidad a la que Edward quiere llevar a María, va a dejar de ser horrible por obra y gracia de ese corazón empeñado en darle estilo a lo opaco.
Es que Fridman parece una actriz de la nouvelle vague, una de esas chicas que surgen en cualquier calle de Paris con un encanto que puede gobernar el mundo. En el personaje de María sus ojos verdes y asombrados la vuelven una estela capaz de cortar esa monotonía sobre la que ella misma escribe. Porque Fridman es la autora de Cyan, la directora y también la actriz que quiere vivir a partir de sus ficciones.
En Cyan todo es una potencia que, tal vez, nunca concluya. Esos textos que atrapan a Bruno por días enteros. El deseo y los celos frente a cada manuscrito que fascina a Audri, esa mesa donde lxs escritorxs noveles e insensatxs necesitan alimentarse mientras la editora lxs mira comer sin probar el bocado que ella misma preparó. La seducción engañosa entre María y Edward como una pequeña escena que la chica ensaya para ver si es una buena escritora, si puede atraparlo en su actuación, si logra tramar algo que conjugue un tiempo donde no hay hechos, solo pruebas eternas de historias que arma con su hermano en una alianza inocente contra el mundo.
Edward es el único personaje que se rige por lo práctico. Alguien que se dedica a vender seguros. Tal vez este oficio lo deje vulnerable frente a tantxs escritorxs y se convierta en un ser maleable a las pasiones del entorno. Porque aquí todos los personajes escriben a partir de sus acciones. Un poco porque la vida de los otros se revela tan aburrida como la propia, y lo único estimulante es la ambición de contar cuando el universo privado se detiene.
Pero también está Frank. Podría ser un invento más, un personaje que expresa esa escritura de Bruno. A veces parece un doble de Bruno o un fantasma que, de pronto, se hace visible. Participa de los diálogos como un chico freak que ha escrito una saga descomunal. Es una criatura ajena, que parece estar de más en escena y que, por esa razón, genera una tensión admirable, como si de algún modo Fridman entendiera que una puesta, al igual que la literatura, no es un espacio ordenado sino una zona de preguntas donde debe surgir una figura discordante.
Cyan se presenta los viernes a las 20:30 en el Centro Cultural Rojas.