En el Parque de las Victorias, en Villa Lugano, emerge un fútbol desde abajo: un proyecto villero, comunitario y con mujeres que se organizaron para jugar como un acto revolucionario. Para que la pelota le cambie la rutina de sus vidas y ellas se junten para disfrutar: para tener un rato para ellas en una cancha armada con lo que haya. Hoy hay mochilas para señalar los palos de los arcos, una pelota gastada y un bidón grande de agua para compartir. El equipo tiene nombre de futuro. Se llama Venceremos.
A metros de donde están por hacer el piedra, papel y tijera para ver quién saca del medio hay un símbolo de la desigualdad: una reja separa este parque del Club de golf que el gobierno de la Ciudad le entregó por 20 años a una asociación. Detrás de la reja el pasto tiene un verde artificial y gente vestida de blanco que se mueve en carritos.
Acá, con el césped un poco largo y natural, las pibas patean. Venceremos brotó de una organización social y política de la Villa 20 que lleva ese nombre. Es el barrio de Kiki Lezcano, el pibe asesinado en 2009 por el ex policía Daniel Santiago Veyga. Entre casas bajas, la feria que copa la calle Pola, los puestos de comida con pescado frito o sopas y la comunidad boliviana que pasa vestidas con sus trajes porque es carnaval, estas mujeres armaron el equipo hace doce meses.
Manuela tiene 32 años. A veces juega adelante, a veces abajo. Ahora trabaja de ama de casa, pero es docente. Tiene dos hijos. María tiene 31, se para de 9 y cuenta que tiene un equipo de fútbol 5 en su casa: es madre de cuatro varones y una nena. En el barrio, es una de las responsables del merendero ‘Cielo celeste’. Zulma tiene 30, cuatro hijos, es ama de casa y dice que no sale a ningún lado porque tiene “un bebé especial”. Se está sumando a jugar: hoy fue arquera y se lució, le puso el pecho a cada ataque, se mostró sin miedo. Le gusta. Quiere dejar la casa para distraerse un rato. Janet, de 20 años, es la más joven y da sus primeros pasos con una pelota en los pies. Estudia y trabaja en Maleza, una cooperativa de productos de cosmética natural que también armó la organización para que las compañeras pudieran tener un ingreso. Bernardina, de 34 y madre de cinco hijas, está terminando la escuela primaria. Participa del merendero y de las clases de tejido. La invitaron a jugar. Aceptó, claro, ella era buena en básquet y vóley, así que no podía fallar. Hay otra María, de 41 años, que juega con las chicas desde el año pasado. Le encanta. Andrea, de 29 años, coordina el grupo de tejido y el espacio de mujeres. Empezó a invitar a esos encuentros a las mamás de los compañeros de jardín de Darek, su hijo, y ellas se fueron sumando. Claribel, de 21, también trabaja en el merendero, al igual que Guillermina, de 49, que nunca había pateado una pelota hasta que acompañó a Letsy, su hija, y la mandaron a la cancha. En un partido aprendió todo porque se dio cuenta que había visto mucho fútbol en su vida.
–Pensé que si me caía no me iba a levantar. ¡Pero me caí y me levanté! Ahí dije, listo, soy futbolista –cuenta Guille.
Acá en el Parque empieza el partido. Se cargan entre ellas porque un arco es más grande que otro. A la derecha, de fondo, se ve Lugano 1 y 2. Hoy el espacio está libre, pero a veces tienen que defenderse de los varones que las quieren correr para jugar ellos.
Venceremos es una de las organizaciones que está dentro de la CTEP: desde ahí intentan cambiar la realidad de los barrios populares.
Entre estas mujeres que patean la pelota y que hacen goles (Silvia, la profe de tejido, se muestra como una atacante certera, le pega desde afuera del área imaginaria y no falla) la realidad está presente cotidianamente. Manuela, que incita a María a que apure a las defensoras rivales, dice que en esta hora de juego se olvida de que los alimentos están carísimos y de que en el barrio hay cada vez más gente con hambre.
Guille, que corre con la sonrisa en la cara, también se pone seria para hablar de eso: en el merendero no les alcanza para todas las personas que van. El Gobierno de la Ciudad les manda menos raciones que la cantidad de gente que se acerca. Y esas raciones son cada vez más chicas. A Guille le duele que haya pibes con hambre porque a ella le pasó alguna vez: iba con sus cuatro hijos a comedores que no daban a basto y se volvía llorando a su casa. Por eso dejan una dirección de contacto por si alguien quiere hacer alguna donación ([email protected]).
El año pasado Venceremos participó de un torneo relámpago y de la Liga Nosotras Jugamos, un certamen con perspectiva de derechos que coordina la dirigente social Mónica Santino y que apoya la legisladora porteña Andrea Conde (Nuevo Encuentro). Dicen que al primero fueron de cara duras. Pero ganaron un partido y sintieron que ya no iban a poder dejar de jugar: el fútbol les dio felicidad.
En la Liga enfrentaron a equipos superiores. Pero le ganaron a uno que las había agredido. Cuando jugaron contra uno de los equipos, un tipo les gritó: “Les vamos a romper el culo”. Y cuando Guille, que es boliviana, ingresó a la cancha desde el banco, se escuchó que cantaron: “Argentina, Argentina”. El machismo y el racismo fueron la motivación. Se impusieron 4 a 3.
–María ¿tuvieron que dar batalla en sus casas para defender el derecho al juego?
–Sí. Los domingos que íbamos a la Liga, en Villa Luro, teníamos que salir a las 9 y volvíamos a las 2 de la tarde. La comida tenía que prepararla el marido o el hijo. Antes nosotras teníamos cocinar y esperarlos a ellos. Es un mecanismo que empezó a cambiar. Al principio nos decían: ‘¿Cómo vas a ir, con qué derecho?’ Y bueno, sí, tengo derecho. Yo también existo y quiero jugar. Me hace bien.
–¿Y vos, Manuela?
–A mí no me costó en mi casa, pero sí con los otros hombres, que sus amigos lo aceptaran. Le decían: ‘¿Cómo tu mujer se va a jugar a la pelota?’. Nosotros ahora arreglamos los horarios de cada uno los domingos para ver quién cuida a los chicos. Hicimos un pacto: el que llega primero, cocina. Yo tengo mi as bajo la manga porque mi hijo me escribe por whatsapp: ‘Papá no llegó, te aviso cuando venga’. Así que yo llego después (risas).
En Venceremos el fútbol es ahora parte de la rutina. De hecho ya tienen entrenadora: Juliana Román Lozano, que es DT también de La Nuestra, la escuelita para chicas de la Villa 31. Acá, jugar es una condición también para estas mujeres que en octubre pasado fueron juntas por primera vez a una cancha para ver a la Selección argentina de pibas y que festejaron ese triunfo frente a Panamá por la clasificación al Mundial de Francia 2019.
En el Parque de las Victorias, en la Villa 20, Venceremos es un sueño que brota.