Escribo desde las tripas y desde la experiencia, escribo como se espera que escriba una mujer. Así en carne viva se nos quiere, como antes calladas, como antes analfabetas. Pero no cumplo ningún destino ni asumo el deseo de los otros. Ya no más. Escribo como deseo igual que las mujeres en la villa 21-24, el sábado pasado y ya empezando la agitación que hoy va a oponer músculos al viento que vuelve pesadas las banderas, dijeron: “¡Paramos porque se nos canta!”. Y no es que les falten otras razones, tienen muchas y también las enumeran, pero ahí está el deseo, lo que se les canta, como se nos canta. Como toda militancia, la feminista también diseña futuro; pero ahora mismo, hoy, nuestras vidas se transforman, plantamos semillas de insumisión y nuestros cuerpos se transforman. En el acampe feminista que expandió el tiempo para nosotras y nosotres, vi a las dibujantes del colectivo Línea Peluda abultar las panzas de las chicas que ilustraban con remeras que las dejaban al aire, parece poco pero habla de una libertad que todavía no es pero que venimos conquistando. También somos gordas y somos hermosas y el deseo pide caminos de caricias entre las estrías. Estuvieron además las compañeras de Mamá Cultiva con sus remeras que decían: “Todo cuidado es político”, hablaron en la carpa de la Tupac sobre el cultivo de cannabis, sobre la experimentación necesaria para desafiar a uno de los poderes más concentrados y machistas, el poder médico. Entre nosotres y nosotras también nos sanamos. Nos consolamos de las heridas de la violencia machista, nos amparamos en el hombro de la otra, ninguna “sale” sola de la violencia, lo sabemos, porque no es cosa de uno o de otro, es estructural, es el modo en que se articula el poder y se sostiene el mundo sobre los trabajos invisibles que hacemos y que podrán gustarnos más o menos, le pondremos a la vez más o menos amor; igual son trabajos y nadie los paga ¿Quién acompaña a las que van a demandar un aborto? Otras, otres que entienden que la esclavitud de la maternidad y la gestación obligatoria se tienen que terminar ¿quién apaña a las travas expulsadas de sus casas? ¿y quién a las tortas chongas que no entran en la enorme mayoría de trabajos que exigen buena presencia? Nosotras, nosotres ¿Quiénes atienden los comedores comunitarios, quiénes cuidan les hijes de las que tienen el privilegio, en esta era de ajustes y despidos, de tener trabajo? ¿Por qué creemos que ese tiempo que ponemos a disposición no merece dedicación, remuneración, reconocimiento, formación para hacerlo cada vez más de manera feminista? Esa agenda está en este 8M que volvimos a hacer combativo aquí y en buena parte del mundo. Este 8M en el que otra vez, por tercera vez, nosotras y nosotres paramos y lo detenemos todo: lo doméstico como encierro, la naturalización del acoso callejero, el amor romántico que nos quiere lánguidas, recatadas y propiedad de otro, parar es también abrir preguntas, poner luces de neón sobre lo que soportamos a diario: cobrar menos que los varones o no cobrar, no estar representadas en las organizaciones políticas porque las decisiones se siguen tomando en camarilla de chongos que encime insisten en que lo nuestro no es político, tampoco en los sindicatos, ni siquiera en los medios desde donde hace un siglo venimos escribiendo y agitando, sembrando semillas de insumisión. Anarquistas, socialistas, independientes; haciendo hojas sueltas, enhebrando versos, panfletos, contraseñas de libertad. Ayer también leí, en Twitter a una estrella de esa red social desilusionado porque sigue a muchas mujeres y nunca hablan de arte o de literatura si no solamente de género y de hombres malvados ¿Por qué frente a nuestras demandas, al cuestionamiento del orden patriarcal, a la opresión que develamos a diario se puede mostrar tamaña ignorancia? Dale, escribí sobre arte que nosotras y nosotres cambiamos el mundo también para vos que no quisiste ser columnista gay para que no te encasillen. Disculpen el desvío, es que así como nos mueve el deseo, también nos mueve la rabia. Por cada una que ya no está y por todas las sobrevivientes de la violencia machista que no salen en ninguna estadística. Este es un texto de corrido porque es desde las tripas, desde el deseo de narrarlo todo después que atravesó el cuerpo, ahí donde sentimos, ahí donde nos duele, ahí donde los latidos se aceleran por dolor o por amor, en ese terreno donde lo único sagrado son los abrazos que nos damos y los orgasmos que también reclamamos. Escribo desde las tripas y no por qué se espere eso de una mujer, aunque si nos buscamos para leernos las entrañas tantas veces, lo hago porque se me canta y porque así es hoy en que seremos millones en el mundo con nuestros hartazgos como bandera y el mundo otro que hacemos bien desde abajo porque primero hay que derrumbar este con todos sus supuestos, con todas sus formas de someternos, endeudadas para pagar el gas, endeudadas para comprar el delantal, siempre por abajo de lo que deberíamos, hartas. Y a la vez, el corazón en la mano por todo lo perdido que no quiero volver a encontrar: la creencia que el amor es un sistema de pertenencia, el deseo antiguo de agradar a otros, el miedo a envejecer, a que nadie me quiera; siempre estarán las compañeras. El corazón en la mano por las adolescentes que también paran, que exigen educación sexual integral, que no se bancan más ningún abuso, que hablan y leen y preguntan, se juntan con otras y con otres, se dicen lesbianas, se dicen travas, no buscan más completarse con otro. Mi hija se quejaba, cuando era adolescente, de que el feminismo le había arruinado la vida y ya no podía mirar televisión porque en todo estaba el machismo y la rabia le nublaba la vista. Ahora no estamos solas las dos, ahora somos marea, ahora la rebeldía se nos atropella en la garganta y cantamos y ocupamos las calles y demandamos. Y somos millones y somos también en las villas y en las comunidades migrantes y con las afrodescendientes y con las indígenas, desnaturalizándolo todo. Somos manada anunciando lo que es irreversible porque lo estamos tirando: se va a caer, el patriarcado se va a caer. Y nuestros empujones hablan las ancestras, las abuelas que sacaron del clóset sus abortos y los pusieron en común con las nietas que también sacaron su ejercicio de la sexualidad recién estrenada que no quiere castigo, que no quiere maternar antes de tiempo, que quiere aborto legal, seguro y gratuito y también vidas sin miedo ni topes, que intervienen en política y quieren que se vaya Mauricio Macri del gobierno porque no prestamos nuestras demandas para el maquillaje del liberalismo pacato, moralizante, que también tiene planes para nuestros cuerpos, el plan de devolvernos al encierro doméstico mientras prometen para unas pocas un puesto en el directorio de una empresa. Hoy, nosotras paramos, nosotres paramos, con las travas, con las tortas, con las trabajadoras formales y con las de la economía popular, con les gordes y las viejas, las originarias y las negras. Porque esto que construimos, que venimos construyendo y que seguiremos haciéndolo es así: interseccional, no es lo mismo ser mujer en el campo o ser trava en una villa, no es lo mismo ser negra que ser blanca, no es lo mismo la pobreza cada vez más extendida que la clase media que araña su posición porque el despojo es demasiado. Y hacemos política y ponemos en juego nuestras identidades, también políticas. Porque cuando paramos, para el mundo. Cuando paramos, abrimos la pregunta y la contestamos: todo lo que detenemos es lo que mueve el mundo y estamos hartas de sostener sobre nuestros cuerpos al patriarcado. Paramos porque no damos más y porque nos apropiamos de la fiesta rebelde de estar juntas y a los gritos, cambiándolo todo ahora mismo aunque estemos tramando futuro. Paramos por nosotras y por les otres. Paramos porque deseamos. Y porque se nos canta.
Paramos porque deseamos
Este artículo fue publicado originalmente el día 8 de marzo de 2019