Querida, dulce, preciosa, así empezaron a llamarse entre sí las chicas alrededor del mil ochocientos. Por ese tiempo, las irlandesas Eleanor Butler, de 39 años y Sara Ponsonby, de 23, se fugaron y vivieron juntas por más de 50 años haciéndose famosas como las “Ladies de Llangollen”. “Casamientos Boston”, se denominó a esas uniones de mujeres “generalmente solteras trabajadoras y de clase media” que se mudaban juntas para compartir gastos, siempre que la relación “se presumiera inocente”. Entre mujeres es un libro colmado de ese tipo de datos en derredor de la amistad femenina. Marilyn Yalom –escritora y académica del Instituto Clayman de Estudios de Género en la Universidad de Standford y casada con el psiquiatra Irvin Yalom, cuyas memorias acaban de publicarse en castellano– empieza a escribir luego de la muerte de su gran amiga y confidente Dianne Middlebrook para hacer un recorrido histórico que dé cuenta del modo en que la amistad entre mujeres evolucionó desde una invisibilidad casi total hasta convertirse en una opción real. Cabe señalar que como corresponde al tema, Marilyn Yalom contó con la colaboración de la escritora y académica en economía Theresa Donovan Brown para la investigación histórica, y que es presentada como coautora del libro.
El lector podrá enterarse que por más de dos milenios (desde c. 600 a. C. hasta c. 1600 d. C.) estas amistades fueron ignoradas por la historia escrita por hombres. Y que Epicuro, el filósofo clásico más joven contemporáneo de Aristóteles, fue el primer intelectual del mundo grecorromano en incluir mujeres en su famoso Jardín, un espacio abierto en Atenas donde se disfrutaba del placer de la conversación. Recién con las primeras monjas pre modernas, la amistad femenina entrará en la Historia. Hacia fines del siglo IV San Agustín fue el primer religioso en alentar públicamente a que las monjas se quisieran entre sí aunque recelaba ante la posibilidad de que esa amistad se llevara al plano sexual. Y ese temor se repetirá a lo largo de los siglos y será objeto de represión.
Sor Juana Inés de la Cruz formó parte de “Las beguinas”, considerado el primer movimiento en la historia europea que logró que las mujeres no necesitaran enclaustrarse en un convento para vivir en libertad. Siendo solteras o viudas lograban huir del sometimiento que por ese entonces representaba la vida matrimonial. Incluso los conventos pasaron a ser una opción válida para acceder a una vida intelectual. Era tal el temor en la edad media a las mujeres educadas, que los manuales escritos por hombres durante los siglos XIII y XIV afirmaban explícitamente que las mujeres no debían aprender a leer ni a escribir a menos que fueran a convertirse en monjas. Es así como muchas de ellas dejaron gran cantidad de cartas, memorias y tratados de teología como legado. Fue el caso de Santa Teresa de Ávila (1515-1582) cuyos escritos sobre su práctica de “plegaria mental” son leídos en pleno siglo XXI no sólo por religiosos o intelectuales, sino por todo el mundo. Según Yalom, Santa Teresa no sólo rendía honor a la amistad sino que tenía una mente abierta y evolucionada que le trajo problemas. Cita: “por más de los dieciocho años de los veintiocho que hace que comencé a rezar, sufrí esa batalla y conflicto entre la amistad con Dios y la amistad con el mundo”.
El libro sitúa los orígenes de los grupos organizados de mujeres en aquellos que se reunían – de manera informal pero sostenida– en las iglesias o en las casas (de allí datan los grupos de costura y sus famosas colchas de producción colectiva patchwork). Estos grupos no sólo funcionaban como excusa para que la mujer pudiera salir de su casa, sino que llegaron a convertirse en grupos de contención y cuidado. En el siglo XIX aparecerán de manera formal las convenciones de asociaciones de trabajadoras impulsadas por empleadas de fábrica. Estos no sólo constituían un lugar de encuentro y resistencia, sino que ofrecían desde préstamos, cuidados médicos, empleo o dactilografía, hasta un baño caliente y un plato de comida.
Los últimos capítulos de Entre mujeres están dedicados al análisis de la amistad atravesada por la tecnología y la aparición de las redes sociales. Alguien dice: “Intercambio mensajes constantemente con mis mejores amigas a lo largo del día…Compartimos todo porque lo que queremos son noticias, cero censura. Aceptación y amor (…) esos intercambios en tiempo real son catárticos y ahuyentan la soledad como si fuera un insecto molesto”.
Queda claro que a medida que las mujeres acceden a la cultura y a los derechos económicos y civiles, su amistad se vuelve no sólo más visible sino más determinante para el mundo. Esa potencia basada en el afecto y el reconocimiento mutuo que caracterizan la amistad femenina, son la fuerza que motoriza movimientos transformadores de la Historia.
“Juntas trazamos un puente sobre un abismo”, escribe una mujer luego de participar de una convención de obreras del siglo XIX. Y bien podría ser una frase hoy, de nuestras mujeres del “Ni una menos”.