"Discutir el tatuaje como arte para mí es una barbaridad, tiene la adrenalina del saber que no te podés equivocar, que un punto o una línea queda para siempre y que no trabajás con un bastidor, sino con alguien que sufre, sangra, transpira, se desmaya, que le duele, que se mueve", plantea Diego Staropoli, uno de los organizadores de Tatoo Show, la expo de tatuajes más importante del país. Tatoo Show celebrará desde este viernes a las 12 y hasta el domingo su 15º edición en el pabellón Ocre del predio ferial de La Rural (Av. Santa Fe 4201). En el encuentro de la piel y la tinta hay invitados internacionales como Carlos Rojas (Black Anchor CollectiveTatoo, California), Jasmine Rodríguez (Nueva York), Javier Obregón (Barcelona, Bryan Sanchez (Colombia) y otros, que se encontrarán con colegas nacionales. También hay seminarios, bandas en vivo, subastas, clases de baile, exposiciones concurso de barbas y la última edición de Miss Tattoo ("es la última vez que lo hacemos, porque ya estaba anunciada y no la pudimos bajar a tiempo", explica Staropoli).

"Tenés tatuadores y artistas tatuadores. Yo me considero uno normal. No soy mediopelo, pero tampoco un mega artista. Hoy la vara está muy alta. Acá (en Mandinga, su estudio) tenemos 14 tatuadores y 10 son artistas. Gente que puede replicar la foto de tu vieja con un 99 por ciento de precisión. Hablo de tatuaje artístico, no el escudo de Chicago, el nombre de tu vieja, frases de Las pastillas del abuelo. Eso es otra historia, es tatuaje comercial", plantea. Él lo zanja con una definición: hay tatuajes que son arte y tatuajes que son tatuajes.

Desde que abrió su propio estudio de tatuajes, Staropoli percibe un cambio social en la relación con los tatuajes. "En el 93 si éramos diez locales de tatuajes, era mucho, pasaban semanas que no se tatuaba nadie, te cagabas de hambre", recuerda. Para la época, grabarse el cuerpo aún era "marginal" y la mitad de su clientela eran ex convictos. "Se había corrido la bola en los penales de que un tipo en Lugano te tapaba las cicatrics y los tatuajes tumberos con tatuajes a color", cuenta. El resto de su clientela la completaban punks y metaleros. Ver entrar a una mujer era rarísimo y había más probabilidades de ver pasar la puerta a un unicornio con bigotes que un oficinista. "Hoy vas a ver gente tatuada en un banco, una cabina de telepeaje o un restaurant", señala Starapoli. En algunos círculos hoy es raro incluso no estar tatuado. "Fuimos evolucionando como sociedad", reflexiona.

Internet -opina- cambió el juego cuando permitió a la gente saber qué se tatuaban sus ídolos. Los realities televisivos hicieron otra parte (Mandinga tiene su programa hace siete años, que incluso les valió un Martín Fierro en 2018) para popularizar el tatuaje como arte. Las celebrities, deportistas y mediáticos hicieron otra parte para naturalizar la circulación del arte en la piel. "Que tipos mediáticos como (Marcelo) Tinelli se hayan tatuado también ayuda, y no porque él sea un precursor ni haya marcado camino, porque al contrario, se tatuó cuando ya era popular, pero que él, siendo un tipo ultrapoderoso y exitoso, con proyectos donde quizás estar tatuado le juega en contra, se haya tatuado, es valorable", considera Staropoli. "Además no hace apología de sus tatuajes, no los muestra todo el tiempo ni lo hizo para llamar la atención, como hacen algunos, se tatuó de grande y porque le gusta, doblemente valorable. No tenía necesidad y le importó tres carajos todo. Y tatuarse es adictivo, no parás".

Staropoli hasta usa la palabra "excesivo" cuando habla de gente que se tatúa cualquier cosa. "Hay gente que suena un número de quiniela y se lo tatúa, que se tatúa cualquier boludez. Yo creo que todo tiene que tener un límite. Tengo tatuajes en su momento me parecían relevantes o visualmente atractivos y hoy no me los haría, o me tatuaría otra cosa, pero hay que aprender a convivir con el tatuaje. Una vez que está en tu piel, se muere con vos. Entonces es algo que uno tiene que evaluar y saber dónde está parado. Para mí tiene que contar una historia, o que te tenga con la sangre caliente".

Staropoli ofrece el ejemplo de Susana, una mujer que se tatuó por primera vez a los 86 años y hoy tiene el 80 por ciento de su cuerpo ilustrado. "Fue de vacaciones a Mar del Plata y no hubo día en que la gente no le pidiera fotos", cuenta. "La gente se proyecta a sí misma con un tatuaje a los 80. Ponele que llegás a esa edad, ¿vas a privarte de haber vivido algo que te gustaba toda la vida? ¿A quién le tenés que dar explicaciones? ¡Viví como te guste! Si te gusta tatuarte, a los 80 qué te importa si tenés el tatuaje arrugado? Uno vive privándose de cosas para después justificarse por qué no lo hizo. Y el tatuaje es libertad".