Entre los libros de historieta que circulan por las bateas de librerías especializadas (o librerías en general, aunque no en todas), abultadas por numerosas ediciones en donde hay paladar para lo bueno y muy bueno, acá se distinguirán tres. Tres opciones de características peculiares, con participación del sello editor local Rabdomantes -que dirige César Libardi- y el horizonte puesto en la persistencia que significa hacer historietas. A pesar de todo.

Doctor Oscuro

De los nombres de relieve que ofrece el panorama de la historieta, destaca el del dibujante Lucas Varela (Buenos Aires, 1971). Curtido en la edición independiente, con presente ligado a la publicación internacional, autor de un estilo que le caracteriza, Varela es una referencia obligada para conocer no sólo a un artista completo (ha sobresalido como autor integral con Paolo Pinocchio y El día más largo del futuro), sino a una de las expresiones más depuradas que arroja la historieta de los últimos años.

Rabdomantes ya había ofrecido, en un tomo integral, Los hermanos Segelín, que Varela realizara junto al guión de Roberto Barreiro. Ahora es el turno de Doctor Oscuro, otro delirio de la dupla, surgido a partir de una creación de Luis Felipe Fotheringham. Publicado originalmente en el fanzine Kapop -publicación considerada hoy legendaria, con vida durante los años '90-, Doctor Oscuro recupera un clima de pulp y aventuras a través de elementos característicos como la acción rocambolesca, los trajes enmascarados y los planes maléficos, de esos como sólo podían suceder entre las páginas amarillas de las revistas de kioskos.

Hay también un pretendido regusto por el cine, a través de un clima que reitera el espíritu de los serials, a la par del bajo presupuesto característico de aquellas películas pero que la historieta, obviamente, puede sobrellevar con holgura (la historieta, de hecho, deriva de un serial artesanal de mismo título, en cuya hechura participara el propio Barreiro y que puede verse en YouTube).

En este sentido, vale apreciar el hacer del dibujante, ya que aquí es donde forja sus armas primeras. Otro tanto sucede al leer Los hermanos Segelín. Siempre es un gusto curioso, valioso, atender al "grado cero" de ciertos artistas que se admira, y observar para descubrir lo que estéticamente se estaba gestando. Más la idiosincrasia de aventura pura, con ribetes grotescos, que tanto disfruta escribir Barreiro.

Esquizomedia

El dibujante local Maxi Falcone está por conseguir lo que tal vez sea una obra de culto. Con el título Esquizomedia, Falcone lleva adelante, desde hace unos años, una publicación virtual -http://www.esquizomedia.com/- donde promete "un inoportuno sesgo de luz desde el lado oscuro de la incertidumbre descreditada". Lo del "lado oscuro" remite, claro, a La guerra de las galaxias: el título que la película de George Lucas supo tener por estas pampas cuando el dibujante se quedaba prendado de Darth Vader. ¿Comprar todavía muñequitos de esta efigie oscura? ¿Por qué no? Peor es comprar una posverdad. No es macana.

Admirador de Basil Wolverton y Robert Crumb, con el lápiz a punto en publicaciones como El Eslabón y Alegría, Falcone ha felizmente "rebooteado" Esquizomedia y ahora es el mismo sello Rabdomantes el que le dedica un librito integral. Allí se pueden ver/leer las ocurrencias "confesionales" y deliberadamente incorrectas del dibujante. Esquizomedia oficia como diario personal o como un rejunte de caprichos, con algo del tono que despertara el American Splendor de Harvey Pekar. De manera acorde con el espíritu de tamaña propuesta, nadie mejor que el (talentosísimo) dibujante y humorista Diego Parés en la autoría del prólogo.

La buena que se suma al Esquizomedia de Falcone es su próxima presentación, prevista para el 21 de marzo en la librería Mal de archivo.

Felicidad

Con guión de Damián Connelly (Buenos Aires, 1980) y dibujos de Pedro Mancini (Buenos Aires, 1983), Rabdomantes logra uno de los mejores libros de historieta del último año. Con Felicidad, la dupla indaga en una aventura de carácter introspectivo, inducida por el consumo de cierto fruto. Para llegar a él, el doctor Rimbauer tuvo que pagar un alto precio. El árbol del fruto feliz no es para cualquiera. Y mejor tener cuidado de en qué manos caiga. Escondido en un pueblito, con el mar a la vista y entre chicos que juegan, el doctor pondrá a prueba su soledad y beatitud.

Desde ya, nada de lo escrito arriba orienta demasiado. Antes bien, se trata de una excusa para la sinergia que surge entre Connelly y Mancini, dadores de un mundo minimalista y alterado. Los comportamientos de sus personajes son raros. Y la felicidad del título no aclara demasiado sino, mejor, provoca ironía. Los niños, eso sí, aparecen como una emanación inevitable de esa soledad que los adultos, y nadie más, han provocado. Conceptos tales como familia y sociedad son puestos aquí en un suspenso que los denuncia como máscaras que ya nada esconden.

En este sentido, hay algo malsano dando vueltas por las páginas de esta historieta, como si sus autores se hubiesen propuesto despertar este ánimo para ver cómo lidiar con él. No en vano en una cueva se esconde un secreto lovecraftiano. Los ecos de un disgusto que permanece lidian con la aventura metafísica de la propuesta.

Si no se ha leído antes a ninguno de sus autores, Felicidad es una historieta precisa, justa para descubrir a dos creadores de la mejor historieta argentina, en admirable armonía.