Olmedo: El rey de la risa

Argentina, 2018

Dirección y guión: Mariano Olmedo.

Fotografía: Flavio Dragoset.

Compaginación: Ezequiel Scarpini.

Música: Pablo Sala, Humberto Ortiz Mariano Olmedo.

Reparto: Alberto Olmedo, Mariano Olmedo, Sabrina Olmedo, Marcela Baños, Vito Marchessi, Juan Orol, Raúl Calandra, Tito Gómez.

Duración: 82 minutos.

Distribuidora: 3C Films Group.

Salas: Hoyts, Nuevo Monumental, Village.

4 (cuatro) puntos

 

Por Leandro Arteaga

£La definición que aporta el actor Guillermo Francella entre anécdotas personales es precisa: "verlo me despertaba alegría". Cualquiera sea la persona entrevistada o el recuerdo evocado, la figura de Alberto Olmedo se acompaña de su sonrisa. Una sonrisa perfecta, en un rostro que el tiempo esculpía de modo indeleble.

Parece increíble que no existan películas dedicadas a recrear su vida, en plena euforia por las biopics. El intento lo tuvo el propio Mariano Olmedo, y fue en Rosario donde El Negro Olmedo contó con conferencia de prensa junto a los hermanos Mariano y Marcelo Olmedo (autor, a su vez, del libro El Negro Olmedo. Mi Viejo) con el actor Martín Bossi, rapado y afectado por el duende de un personaje que ya lo carcomía de ganas. Pero no hubo caso, la película no prosperó, y ahora es el propio Mariano Olmedo quien (re)articula aquel proyecto en la forma documental de Olmedo: El rey de la risa.

Y lo hace desde una estructura demasiado trivial, sostenida por una entrevistadora (Marcela Baños) ansiosa por encontrarse con él, con el hijo de esa leyenda a la que ella admira. ¿Me animo, no me animo?, se pregunta. Para luego acudir rauda a la cita y encontrarse a Mariano apenas salir del ascensor. Evidentemente, si la puesta en escena de esta secuencia no ofrece mella en su legibilidad cuasi escolar, tampoco habrá nada que oficie de modo discordante durante el resto de la propuesta. Como si se hubiese organizado una película de manera expeditiva, con el material y contactos de los que se disponía.

Lo que sobresale con una intención mayor es lo que quedó de aquella intención primera, con recreaciones en la ciudad de Rosario, y un Olmedo pibe y adolescente (Juan Orol) en escenas familiares, barriales y de amigos. Con una reconstrucción esmerada y actuaciones subrayadas -de diálogos recargados, de retórica gruesa-, esos momentos pueden mínimamente figurar lo que habría sido la biopic olmediana de haber prosperado el proyecto.

En este sentido, se aprecia la construcción de un Olmedo de raigambre humilde, madre dolida, padre ausente y amistades masculinas -rasgos consabidos-, junto a su predilección por la actividad gimnasta y sus primeros pasos laborales: de encargado del claque en el teatro La Comedia a shows bailarines en El Centro Asturiano. Así como los grandes humoristas del cine, la historia de Olmedo evidentemente comparte rasgos sociales y formativos. También intuitivos. Tal como se explica apenas más adelante, al abordar la génesis del Capitán Piluso, su nombre e indumentaria: el gorrito eventual que Olmedo incorpora sin premeditación, bien podría tener correspondencia con el vestuario sin previsión del que Chaplin dispuso para crear a su vagabundo inmortal.

Sólo por fugaces momentos la película

deriva hacia algún imprevisto, gracias a

la predisposición de algún entrevistado.

Ahora bien, los momentos antes aludidos, a pesar de la redundancia informativa desde la que se construyen, son un aporte estético distintivo. Que permite también una cronología más o menos precisa, antes de arribar al año 1954 con la partida del actor a Buenos Aires. Hasta llegar a la aparición del Capitán Piluso -con Palito Ortega evocando sus tiempos de vendedor de café, tarea que interrumpía para ver a Piluso- podría decirse que hay un rumbo narrativo orientado. Luego, la información se mezcla, se dispersa, y permite una coparticipación de anécdotas y fragmentos televisivos y cinematográficos sin el hilo conductor inicial. Podrían ensayarse elucubraciones al respecto. Por ejemplo, no hay análisis alguno sobre el lugar ocupado por el humor de los hermanos Hugo y Gerardo Sofovich durante las diferentes épocas, no hay distinción alguna entre tiempos de dictadura cívico-militar y democracia, ni historia rememorada que permita mínimamente indagar en tales circunstancias. Solamente los años de las películas referidas -en tanto citas tangenciales- permiten construir preguntas en torno al contexto, y desde ya (re)pensar mucho de lo allí expuesto, como ciertos chistes sexistas y machistas.

Desde luego, abordar la figura de Alberto Olmedo es también la de una necesaria revisión del pasado, de sus humores y temores sociales. Pero tal cuestión aparece soslayada, mientras sobresale la guía de ciertas preguntas invisibles, que delatan las respuestas de los entrevistados: ¿con cuál personaje o sketch le hubiese gustado participar?, ¿cómo era ser hijo/hija de Alberto Olmedo? Sólo por fugaces momentos puede la película derivar hacia algún imprevisto, gracias a la predisposición oportuna de, por ejemplo, el citado Palito Ortega (cuando refiere la ayuda que Frank Sinatra le brindó en Estados Unidos y cómo lo adoraban a Olmedo en Cuba) o Diego Capusotto, quien desde cierta remembranza personal hace coincidir la eventual compra de un libro dedicado a Olmedo con el inicio de su programa televisivo De la cabeza: una manera admirable de apreciar un vínculo estético.

Entre los testimonios de Palito Ortega,

Francella, Dady Brieva, Moria Casán, se

extrañan otros, curiosamente ausentes.

Por otra parte, así como sobresale algún material de archivo, rescatado para la ocasión -como el fragmento de un noticiero donde Olmedo refiere sus proyectos para el 1960 que comienza, junto a su mujer y recién nacido hijo, Fernando Olmedo-, lo que invariablemente aparece como lamento es el estado deplorable del material televisivo y cinematográfico argentinos, si es que no se ha irremediablemente perdido. Basta con repasar cuáles son los poquitos fragmentos que YouTube ofrece de Piluso.

Entre las voces que prestan testimonio -Francella, Ortega, Dady Brieva, Moria Casán- se extrañan otras, curiosamente ausentes, como las de compañeras y compañeros de trabajo, también de amigos. El recorte parece decidido sobre el grupo familiar, al que privilegia y sin fricción. No hay mención a los presumibles excesos del actor. Además de dejar con puntos suspensivos lo que podría ser un capítulo bien atrapante: ¿cuál es esa "hilacha" que dejó entrever Jorge Porcel, para que Olmedo decidiera alejarse de él? Por otra parte, la película decide dejar fuera del registro -y nada tiene de reprochable- el momento de su muerte. Antes prefiere concluir en el sketch con el que se inicia el periplo, entre las botellas que sorprendentemente descorchan solas ante la vista impávida del propio Olmedo.

Olmedo: El rey de la risa oficia de modo correcto, impostado, sobreactuado, sin disimulo sobre lo que quiere dejar claro: un brindis para el actor, también para el padre. Habrá tiempo para acercamientos más incómodos. E incorrectos.