Desde Barcelona
UNO Hay veces en que uno sueña y abre los ojos tranquilo porque no hay ningún misterio en ese sueño que acaba de despertar: su interpretación es, al mismo tiempo, su versión oficial. Y los sueños de Rodríguez se han vuelto tanto más claros y vívidos y mejor filmados y actuados desde que no tiene televisión por cable o por como se llame ahora todos esos canales que tenía y que ya no están allí.
Así, en su sueño de ayer mismo, un operario de Movistar/Telefónica llegaba a su casa para intentar solucionarle/decodificar el problema de captación/emisión que Rodríguez viene teniendo desde hace ya dos meses con/en su televisor. Allí, el hombre se paraba frente a su televisor (que en el sueño era marca Whirlwind modelo Thorn Tree) y le decía que ya nada tenía solución. Y le cantaba que todo sería revelado en un inminente Armageddon y que se aproximaban –”sin shalom ni salam”– cuatro bestias y un caballo pálido entre gaitas y trompetas y coros de ángeles y de vírgenes y un hombre que venía a pasar lista y a llevarse a sus pollos a casa y... Entonces Rodríguez reparó en que el reparador de la compañía tenía la voz y el rostro de Johnny Cash.
DOS “Los sueños siempre han desempeñado un importante papel en mis asuntos. Por ejemplo, varias veces he soñado con canciones nuevas que nunca habían sido cantadas, y entonces me despertaba y las escribía”, explica Johnny Cash en la introducción –por mucho lo mejor del libro– a ese extraño artefacto con mucho de auto-exorcismo y acción de gracias que es su meta-novela parabólica El hombre de blanco (Reservoir Books). Uno de los libros que Rodríguez ha estado leyendo en los últimos días. Y El hombre de blanco es el fruto raro de un cantautor en horas bajísimas del año 1986 (había sido abandonado por Columbia, su discográfica de cabecera) narrando la vida y padecimientos y gloria del apóstol Pablo como si fuesen propios.
Quince años después, Cash (1932-2003) estaba de regreso en lo más alto. Se había producido el impensable milagro transmutante de símbolo de todo lo reaccionario a icono cool-hip de las nuevas generaciones cortesía de la resurrección magistralmente orquestada/manipulada por el productor Rick Rubin para su serie de American Recordings. Entonces, un hoy impensable para los tiempos que corren y huyen video-clip para “Delia’s Gone” con una Kate Moss baleada por él mismo y cantándole a su tumba. Y allí también Cash registraba con esa voz la que sería su última gran canción y una de las mejores entre las suyas, tan importante y duradera como “I Walk the Line” y “Ring of Fire”. Canción que, sí, le llegó en un sueño en el que visitaba el Palacio de Buckingham y la Reina le decía “Johnny Cash, eres como un árbol de espino en un tornado”. Y la canción – “The Man Comes Around”, una serie de postales apocalípticas describiendo lo que sucedería cuando se produjese la segunda venida de “El Hombre”– se movía entre flamígera imaginería bíblica y domesticidad campesina. Y conseguía una mezcla poderosa reafirmando su convencimiento de ser pecador y evangelista y demonio y profeta y, finalmente, mito viviente y sobreviviente a su propio mito.
TRES Su gran biografía de Robert Hilburn (en Es Pop Ediciones) da cuenta de todo ello. Y presenta a Cash como a uno de los mitos fundamentales de la música de los Estados Unidos. Y, también, de los más completos. Cash no se conformó con una sola etiqueta para su estilo pero sí se las arregló para apuntarse a todas las fiestas. Salió de farra con Elvis, defendió a Bob Dylan cuando todos lo atacaban y grabó junto a U2. Y, sobre el final de su discografía, versionó a Nine Inch Nails (abdujo a su “Hurt” para hacerlo suyo con un video casi agónico pero inmortal), a The Beatles, a Will Oldham, a Simon y Garfunkel, a Beck, a Nick Cave, a Depeche Mode, a quien se le diera la gana, sabiendo que ya nada le era ajeno porque él era de todos. Iguales modales mostró fuera de los estudios. Fue Jekyll y Hyde. Cristiano apasionado pero no fanático y patriota confeso lejos de todo patrioterismo. Lo que no le impidió disfrutar de la condición de lobo feroz a la hora de la corrección política o corrección a secas: adicto “a 100 pastillas al día”, capaz de arrojar un tractor desde un acantilado para “ver cómo cae”, siempre dispuesto a derribar a hachazos una pared de cuarto de hotel “porque tenía ganas de hacerme una suite”. Fue a la cárcel varias veces y salió de la cárcel otras tantas y volvió a la cárcel para registrar dos discos de antología repletos de canciones asesinas: Johnny Cash at Folsolm Prison (1968) y Johnny Cash at San Quentin (1969). Así, Johnny Cash como el perfecto cómplice, el implacable autor intelectual, el hombre que –a no olvidarlo, nada es casual– fue uno de los mejores “asesinos invitados” en toda la historia de la serie Columbo. También, claro, su relación con June Carter: una love story paradigmática si alguna vez la hubo y merecedora de una biopic correcta pero que mostraba apenas una parte de un curriculum que lo llevó a los Halls of Fame de songwriters, rockabilly, rock and roll, country-music y gospel (fue el único hasta la fecha en conseguir los cinco títulos) y que requeriría de unas siete temporadas de HBO o Netflix. Hilburn, sin embargo, cuenta todo lo que hay para cantar y el propio Cash lo reescribe religiosamente con Pablo rumbo a Damasco. Así, están advertidos, en más de unas cuantas páginas del libro de Hiburn, el empático y estudioso de la naturaleza humana Cash es un cretino y un mentiroso y un maltratador y una ultraviolento de cuidado. Y no es casual el que, en 2015, una nueve especie de tarántula avistada en las proximidades de Folsom Prision haya sido bautizada como Aphonopelma johnnycashi.
Del lado oscuro y de la luz encandiladora –cada uno a su manera pero, sí, orientándose por una misma estrella– tratan estos dos libros. La obra y la vida de un soñador que podía llegar a ser una pesadilla. Alguien quien poco antes de morir e interrogado por una periodista acerca de cómo imaginaba el Paraíso respondió: “No tengo la menor idea. Espero que sea grande”. Cuando la periodista le preguntó a continuación si se sentía enojado con Dios por la mala jugada de tantas enfermedades, Cash gruñó: “¡No! ¡No! Yo nunca me enojo con Dios. No tengo nada que reprocharle”. Entonces en voz baja y con sonrisa torcida y mientras la enfermera se lo llevaba de regreso a su habitación, Cash añadió: “Mis brazos... Mis brazos son demasiado cortos para boxear con Dios”.
Aquí, en dos libros que son como rounds que van del o.k al k.o., El Hombre –de Blanco o de Negro– vuelve por aquí.
Y vuelve para quedarse.
CUATRO Y Rodríguez se despierta y enciende la tele y descubre que han vuelto todos su canales, que su sueño se hizo realidad, que el soñador vestido de negro consiguió lo que ya pensaba imposible, que ha terminado la pesadilla de más de dos meses y que su sueño se ha hecho realidad: Movistar/Telefónica le ha devuelto sus canales perdidos.
Gracias también por esto, Johnny.