Una enciclopedia caprichosa del arte universal y local, fantasiosa, personal, artesanal, en donde las pinturas (y algunos objetos) invaden la sala como ensoñaciones anacrónicas, que atraviesan el tiempo y el espacio virtual en los paisajes y escenas. 

El salón de los caprichos, la retrospectiva de Max Gómez Canle (Buenos Aires, 1972) en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, con curaduría de Carla Barbero, abarca veinte años a través de 136 obras y genera inmediatamente complicidad con los visitantes porque da cuenta de un cuerpo de obra realizado con gran habilidad pictórica y un humor que apela a los hits de la historia del arte. El artista pinta una (y otra vez, una enciclopedia popular del arte) que sepamos todos. 

Gómez Canle traza claramente la genealogía, los cruces y encuentros en un túnel del tiempo donde todo puede convivir e interactuar. El pasado produce un presente que a su vez modifica el pasado, en un horizonte que circula sin duración, donde la temporalidad queda suspendida en pos de la simultaneidad. 

Un listado muy parcial relevado entre los títulos de las obras exhibidas en la muestra establece un registro de situaciones, escenas, paisajes, personajes y criaturas fantásticas a través de “sombras”, “invasiones”, “oscuridad”, “caprichos”, “monstruos”, “bestias”, “fantasmas”, “abismos”, “nubes”, “montañas”, “cuevas”, “túneles”, “viajes”, “antiventanas”, y así siguiendo.

Y junto con las citas del Renacimiento, la pintura flamenca, el Barroco, el Romanticismo, ciertos modernismos y diferentes vanguardias, aparece un salpicado de artistas en celebrado desorden: Felix Vallotton, Josef Albers, Roberto Aizenberg, Brueghel el viejo, Carlo Carrá, Lucio Fontana, Malevich, Van de Velde, Raúl Lozza, Pettoruti.

Desde una cueva, una ventana (o antiventana) o un túnel, se divisan la historia del arte como paisaje, donde el capricho de un personaje de Goya, con cabeza geométrica, sueña con el arte madi. El ensueño de Max Gómez Canle engendra monstruos.

Como se explica en la publicación desplegable que acompaña la muestra: “De sus exploraciones materiales y espaciales, El salón de los caprichos comprende tanto sus obras en cobre, madera y bronce –con las que el artista refuerza la dimensión objetual de la pintura– sus trabajos en los que desarrolla superficies ornamentales como molduras, estantes y estructuras, lo que aporta al espacio características escenográficas. En este sentido, en sus obras más recientes, el artista entra en diálogo con la arquitectura apropiándose del volumen de las paredes para intervenir nuevos planos, perforando o ampliando espacios…”

Se trata de una obra que prácticamente quedó completamente planteada hace veinte años, en su lógica y su poética. Podría decirse que, con en su obra estableció un programa futuro que, con matices, se viene cumpliendo desde 1999.

Según dice el folleto desplegable: “cuando se pronosticaba que con la llegada del año 2000 y el consiguiente cambio de milenio se produciría un colapso en los sistemas informáticos, Max comenzó a trabajar con un método temporal no lineal, en el que su visión de la pintura contemporánea avanzaba, paradójicamente, hacia atrás, hacia los costados y hacia delante. El método MGC alcanza su presente perfecto en pinturas anacrónicas en las que conviven en armonía elementos de mundos diversos, cada uno con su propia naturaleza, condición y temporalidad. En esa operación arremolinada, aunque piadosa, aparece su imaginario fantástico surgido de elaboradas combinaciones analógicas y digitales”.

La circularidad del montaje de la exposición rompe con la cronología, respetando la coherencia anacrónica del artista, y cumple a su vez con la etimología del sentido enciclopédico popular que guía el capricho creativo de Gómez Canle: la palabra “enciclopedia”, de origen griego, quiere decir algo así como “instrucción o educación circular”. 

La obra de Gómez Canle tiene algo de miniatura, tamaño asociado a la que muchas veces es su procedencia: la página de un libro. Los formatos de sus cuadros son siempre pequeños y medianos. La escala reducida y la condición de obra (literalmente) menor, han estado indisolublemente asociados en este artista. No sólo por el tipo de pinturas y movimientos que toma como fuentes sino porque una parte considerable de sus trabajos se desarrolla en medidas aproximadas a las página de la pinacoteca de los genios, reconvertidas por la imaginación y la cualidad pictórica del artista. Esa es su lógica de funcionamiento: la de un libro que se consulta y despliega.

Capricho sudamericano, de Max Gómez Canle.

Pero el enorme volumen de la sala (de unos cuatrocientos metros cuadros y una altura que del piso al techo supera los cinco metros) contradice la lógica que la obra de Gómez Canle tenía hasta ahora. El tamaño módico no es accesorio en su trabajo, sino constitutivo, generador de sentido y funcional al “programa” artístico y poético del pintor, que siempre buscó el detalle y la concentración de la mirada en superficies exiguas. Se trata de un pintura de cámara y no sinfónica.

Por eso también decepciona la enorme pintura/instalación Capricho sudamericano (a pesar de las sogas y la base, que aportan artificio y teatralidad), realizada especialmente para esta muestra. La gran pintura de acrílico sobre lino mide 3 metros de altura por 10 metros de largo, y la plataforma de madera mide 12,55 metros por 1,5 x 0,7 metros. La gran escala, en este caso, puede producir un efecto de dispersión tan distorsivo como las diferencias de tamaño entre el pequeño óleo Capricho sudamericano (obra número 21 de la sala, de 19,5 por 57 cm) y la homónima citada más arriba, de 10 metros de largo, que se vuelve retórica. Se trata de la inoculación del virus inflacionario en las artes visuales.

* En el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, Avenida San Juan 350, hasta el 11 de agosto. Lunes, miércoles, jueves y viernes, de 11.00 a 19.00. Sábados, domingos y feriados, de 11.00 a 20.00. Martes, cerrado. Entrada general: $50. Miércoles, gratis. Jubilados, menores de 12 años y estudiantes, sin cargo.