En Karachi, Pakistán. En Lausana, Suiza. En Tegucigalpa, Honduras. En Melbourne, Australia. En La Paz, Bolivia. En Phnom Penh, Camboya. En Yakarta, Indonesia. En Nairobi, Kenia. En Monrovia, Liberia. En Ciudad de México, Santiago de Chile, El Salvador, Sao Paulo, Lima, San José de Costa Rica, Quito, Asunción, Bogotá. En Bruselas, Oslo, Dublín, Roma. En Atenas, en Kiev. En San Petersburgo, en Lisboa… En fin, portodas las latitudes, a lo largo y ancho del mundo, mujeres, lesbianas, trans y travestis salieron a las calles el pasado viernes, histórico 8M, en pacífico reclamo por temas largamente pendientes: aunque con variantes según las urgencias de cada lugar, la equidad y el fin de la violencia machista fueron las grandes banderas de la jornada; también el derecho al aborto, acabar con la bendita brecha salarial, la educación libre de contenido sexista, romper el infame techo de cristal, no más explotación, basta de femicidios.
A modo de caprichoso recuento: en Estambul, una multitud se congregó en la avenida Istiklal en una protesta (contra las políticas del gobierno islamista) que había sido prohibida por Recep Tayyip Erdogan. “No tenemos miedo”, rezaban los carteles de quienes se manifestaban en forma ordenada y festiva, e igualmente fueron violentamente dispersadas con gases lacrimógenos y balas de goma por la policía turca. En Kiev, las ucranianas mantuvieron las pancartas en alto mientras recibían las provocaciones de grupos de derecha, que se hicieron presentes con el único propósito de amedrentarlas. En Malina, miles de filipinas dijeron basta a las políticas macho-fascistas del presidente Rodrigo Duterte, asegurando las activistas que los casos de violencia y abuso sexual contra las mujeres crecieron un 153 por ciento durante su gobierno. En Nueva Delhi, mujeres indias protestaron contra la violencia doméstica y la discriminación salarial. En Seúl, Corea del Sur, se hicieron presentes las brujitas con look temático que denunciaron la caza o persecución sistemática contra el movimiento feminista.
“Mujeres del mundo, luchemos juntas”, aclamaban las parisinas reunidas en la Plaza de la República, mientras otras se trasladaban a la embajada de Arabia Saudita para demandar la liberación de activistas presas que luchan, entre otras cosas, por el derecho a manejar. En Berlín, varios centenares se dieron cita en Alexanderplatz en un día que es, a partir de este año, feriado local. En Hamburgo, mientras tanto, las Femen derribaron un portón de Herbertstrasse por el que se ingresa al barrio rojo de la urbe: “Ni fronteras ni burdeles” decían las pintadas sobre las espaldas descubiertas de las muchachas. En Brixton, UK, hubo una caminata en honor a las invisibilizadas mujeres africano-caribeñas que lucharon por los derechos civiles y por la igualdad de género en Gran Bretaña.
“Nos quitaron tanto que nos quitaron el miedo”, se leía en algunos carteles que sostenían españolas de todas las edades, razas, religiones, profesiones en un día de huelga (laboral, de cuidados y de consumo), manifestaciones y concentraciones por la equidad, contra la violencia machista, contra la brecha salarial. Y de cara a las elecciones generales del 28 de abril, contra el ascendente partido de ultraderechas Vox, cuyas rancias políticas piden derogar la Ley de Violencia de Género, suprimir organismos feministas, eliminar el aborto de la sanidad pública. Solo entre Madrid, Valencia y Barcelona, se estima que a razón de 800 mil españolas salieron a las calles en una jornada decididamente multitudinaria.
Vale decir que muchas monjitas españolas se sumaron a la huelga feminista reclamando que se acaben “los techos de cristal dentro y fuera de iglesia”. Cabe presumir que a ellas tampoco les habrá caído en divina gracia el provocador mensaje del Papa Francisco que celebró “el valor de donarse” (sic) de las mujeres, la forma en que “embellecen el mundo”. No tan alejado al tono elegido por Vladimir Putin para referirse al Día Internacional de la Mujer: aplaudió cómo ellas “logran encargarse del hogar y aun así permanecer bellas y encantadoras”, y posando a caballo (ahorrándonos el torso desnudo, por fortuna) junto a policías montadas, se despachó con pregunta y respuesta: “¿Qué necesita una chica joven para mantener su figura? Tres cosas: una máquina para entrenar, un masajista y un pretendiente”. Ajá.
Párrafo aparte amerita el caso argelino. En un clima francamente esperanzador, el pasado 8M significó para lxs argelinxs su tercer viernes consecutivo de protestas masivas contra el régimen de Abdelaziz Buteflika, que aspira a ganar las presidenciales por quinta vez consecutiva. “El ambiente es precioso. Butef había prohibido las manifestaciones en Argel en 2001. Solo llevaba dos años en el poder y ya prohibió manifestarse. Convirtió la república en una especie de monarquía donde los asuntos de Estado parecen asuntos de familia”, explicaba una activista, a la par que otra se alegraba de que la marcha coincidiera con el Día Internacional de la Mujer “porque solo cuando llegan las mujeres, comienza la revolución”. “Sin igualdad no hay libertad”, destacó la abogada y escritora feminista Wassyla Tamzali, de 78 años: “Es preciso que las jóvenes reclamen, al mismo tiempo que la democracia, el derecho a la igualdad en el divorcio, a la herencia, a libertad sexual… Mi generación no creyó que era posible la equidad”. Da sus más justificadas razones: “Las mujeres combatieron en el maquis durante la guerra de la independencia. Pero ellos llegaron al poder y se olvidaron de ellas. Después, tras la guerra con los islamistas en los noventa, ellos cogieron el poder en nombre de los derechos de las mujeres. ¿Y qué hicieron? Nada. Hablan de libertades, pero después asumen la sharia, la ley islámica. El artículo primero de la nueva Constitución tiene que decir que todos los seres somos iguales en derechos y libertades, sin ninguna restricción. El islam debe adaptarse a eso. Y no al revés”.