Luego de años de estar "cautiva" en el "infierno" generado por su progenitor, M. se declaró "libre" cuando Mario Rubén Castillo fue condenado por abusos reiterados, el 20 de febrero pasado. Esta semana, el tribunal conformado por María Chiabrera, Facundo Becerra y Román Lanzón dio a conocer el fallo sobre M. En el juicio, además, una hermana más chica denunció haber sido abusada mientras vivían en Chaco, y calificó al acusado como un "animal" que golpeaba y mantenía amenazada a la familia. En el fallo, los relatos del calvario fueron considerados como "coherente y contundentes".
Desde la silla de ruedas donde permanece hace cinco años, M. se desahogó. Declaró que todo empezó cuando tenía 12 años; que a los 14 quedó embarazada y tuvo su hija, que hoy tiene 8. La primera vez que fue sometida estaba acostada con su padre y éste la empezó a tocar, a manosear los pechos y la vagina. Finalmente la penetró. Sucedió en su casa de Granadero Baigorria. El tribunal evaluó que la víctima se definió en varias oportunidades como "cautiva"; y que describió que el modo de imposición de Castillo era la violencia, el terror y el miedo, que la "cagaba a trompadas, piñas, con cintos, palos, patadas y siempre bajo amenazas". Incluso, el agresor tenía un fierro y un arma de fuego calibre 38 con el que le disparó en noviembre de 2013. La chica tenía 17 años.
Víctimas de esa violencia fueron su madre y todos sus hermanos. A M. la golpeó incluso estando embarazada, con un machete. Dijo que tanto ella como su madre eran tomadas por Castillo como "un saco de boxeo".
N., hijastra de Castillo, también fue sometida de los 10 a los 17, cuando logró escapar; y recordó que el imputado le ponía a su madre las manos en las hornallas de la cocina, que en una oportunidad la ató con una cadena, y hasta le puso veneno para ratas en el té. Fue el hermano más chico quien lo vio y evitó que la mujer bebiera. El chico declaró que a él lo golpeaba con mangueras y palos en la espalda, cara, piernas, brazos.
M. relató que se encargaba de sus hermanas, su hija, la casa, la limpieza y de satisfacer al condenado; que no tenía vida social y que sólo salía de su casa para ir a la escuela. Recién después de tener a su hija pudo relacionarse con personas de su edad y quiso hacer una vida normal; pero, la violencia de Castillo empeoró. La chica aseguró que tuvo "una vida de mierda"; y habló de sus deseos: dijo que siempre luchó por ser libre. Para eso recibió contención del equipo interdisciplinario del Centro de Asistencia Judicial, y de Fiscalía.
La hermana menor de la muchacha rompió el silencio en el juicio. "Siempre eran golpes, abusos; nunca un consejo", dijo. Cuando le mostraron la foto de la casa donde vivían en Baigorria, la chica dijo que allí "vivíamos en esclavitud". El hermano dijo que era "muy raro" lo que pasaba con M. y su padre. "Ella era como su mujer, no tenía derechos; él era celoso de ella y no la dejaba salir, la perseguía por todos lados", aseguró.
Cuando M. quedó internada por el disparo, Castillo le dijo en el hospital que quería "recomenzar todo, que era una crisis normal de pareja y le propuso ser una pareja feliz". "Soy la hija, no su mujer. Me arruinó completamente, me robo todo, mi inocencia, mi infancia, mi adolescencia, me arruinó el futuro también", aseguró frente al tribunal, que no tuvo dudas.