Pinta tu aldea, serás global. Empecemos por el video de Necochea en el que un grupo de policías con patrulleros y despliegue querían convencer a un grupo de chicas de que tomar sol en tetas estaba prohibido, cosa que resultó no ser cierta. Hay quienes opinan que este tema de las tetas de Necochea es una banalidad distractiva más. Distractiva es, porque pasan a diario cosas mucho más graves. Pero a esta altura podría decirse que todo es distractivo, en el sentido de que hasta algo grave distrae de otra cosa grave. No importa la filiación política de las chicas en cuestión, cosa que se llegó a discutir en las redes, porque chicas a las que les gusta estar en tetas en la playa hay de izquierda y de derecha, y tampoco importa si mostrar las tetas para alguien es liberador o irrelevante. Creo que de todos modos el caso se presta para un breve análisis y un par de asociaciones.
Se decían muchas cosas en ese video, había una violencia institucional evidente, la policía no llegaba a dialogar ni a escuchar razones ni a mediar, sino a ordenar a esas mujeres que se pusieran los corpiños. Otras mujeres habían protestado –lo que le daba validez, según los agentes, al reclamo, por un lado, y por otro nos dice algo del patriarcado–, y un policía explicaba, en una escena que a los productores de BayWatch les hubiera dado vergüenza incluir, que su misión era restablecer “el orden en la playa”. Las que se quejaban eran mamis con niños, lo cual indica que la policía estaba convencida de que ésa era la población que definía el orden, y que las que lo rompían eran las mujeres a las que les gustaba tomar sol en tetas. Esa escena es un micro statu quo.
No es menor el hecho de que hayan sido otras mujeres las que pusieron el grito en el cielo, porque ellas vieron tetas sexuadas donde había sólo tetas como las de ellas, pero no en función reproductora-lactante. Pareciera que según ese punto de vista, la teta que no da de mamar (aunque ahora también se rechaza la lactancia en público, porque la ola conservadora, cuáquera, regresiva se caracteriza por una hipersexuación del cuerpo femenino, y es, como los censores de todo tipo, onanista y morbosa) es peligrosamente competitiva.
Quiero decir: ni las tetas son lo mismo para las propias mujeres, ni es unánime el reclamo por ejercer derechos de género, ni culturalmente hemos reconciliado las figuras arquetípicas de la madre y la puta, dejándolas convivir como se debe, tanto en distintos roles de distintas mujeres como en el interior de una misma mujer. Siguen siendo los opuestos por excelencia, tanto en imaginarios femeninos como masculinos, porque en esa escisión de lo que a ese statu quo se le antoja que es la “naturaleza femenina”, se excluye de la ternura a la mujer que despierta morbo, y se expulsa del morbo a la que mujer que despierta ternura, y es esa escisión la base simbólica del patriarcado en relación con las mujeres. Sobre todo del patriarcado occidental, cuya principal mujer es una virgen madre, es decir, más allá de su significado religioso, una mujer que logró la excepción máxima: lograr la maternidad sin pasar por el vapor del sexo.
Pero también hemos visto muchas otras cosas que coinciden, hacen juego, forman parte del combo bestial y global que nos arrima el agua al cuello cada día, y este es el link que creo que merece ser pensado: este momento de fabulosa exclusión, en el que se están minando las bases para aplastar a poblaciones sacrificables, está fabricando millones de diferentes. Un trabajador estatal es un diferente, un trabajador informal es un diferente, el rumbo es que los trabajadores en general sean diferentes, en el sentido que conocimos hace décadas a través de diversas minorías. Esta gente quiere hacer de las mayorías minorías discriminadas.
Estamos viendo cosas que son la expresión de este nuevo tipo de barbarie, que concentra todos los equívocos, los prejuicios, la ignorancia y las metodologías que la humanidad sufrió durante siglos, en largas épocas de oscuridad. “Lo nuevo” es este medievalismo pre-estatal, porque cuando Trump afirma que está a favor de la tortura de prisioneros cuya inocencia o culpabilidad se desconoce, lo que está defendiendo en el fondo es un mundo anterior a la creación del Estado moderno. Es un mundo en permanente beligerancia cuyo motor es el interés, su método es la sangre y su expresión de poder es un poder que se representa sólo a sí mismo.
El triunfo político del odio al inmigrante, allá, acá, en todas partes, dice algo que también forma parte del mismo y ácido relato, digno de televidentes más que de ciudadanos. Los mismos televidentes que han mirado una y otra vez los videos del ISIS que muestran las decapitaciones en las que Trump se ampara para justificar su aprobación de la tortura. La mitad del mundo, que detesta estos tiempos, sabe que al ISIS lo crearon ellos para usarlo primero como ariete y después como pretexto. De esto no hablan los demócratas.
Estamos ahí, en esa inflexión histórica, en una fase tan expansiva del capitalismo que puede presumirse terminal. Pero el capitalismo quiere llevarse puesto al mundo. Estamos ahí, en la grieta de la civilización contra la barbarie, pero en la más antigua, la más arraigada y global, en la que lo que se dirime es si volvemos a la caverna o no. La televisión es la nueva caverna. Sus sombras concentradas proyectan cada día estupideces mayores, injusticias insoportables y sobre todo, negociados a gran escala que el periodismo profesional autóctono deja pasar porque tiene acciones o sobres. Esa inflexión es global y la rige no un corpus ideológico sino un rejunte de prejuicios y suposiciones dignos de cotorradas de almacén, a las que “lo profundo” de algunos pueblos adhieren. Apelan a los mismos bajos instintos que quemaron a las brujas de Salem. Reapareció el KuKluxKlan.
La grieta se avecinaba y ahora viene de frente. En Estados Unidos asombra la frontalidad de los exponentes de la derecha bestial, que han abandonado no sólo la corrección política, expresión fuertemente devaluada por la doble vara que le creció adentro, sino las bases civilizatorias que nacieron con los Estados modernos. Esta gente inculta, brutal, de papa en la boca, sin apego por ningún suelo, arribistas del mundo del dinero, lo que necesitan liquidar son los Estados, diluir la idea de nación, arrasar con la noción de que unos se hacen responsables de los otros por ser miembros de la misma comunidad. Les resulta intolerable lo público, porque reside básicamente en esa idea, que a su vez remite, si vamos al origen de la grieta, a Caín y a Abel. Y otra vez sin peso religioso sino filosófico, esa grieta ya estaba marcada en el Génesis y se abría cuando Dios le preguntaba a Caín “¿Dónde está Abel?”, y Caín contestaba, después de haberlo asesinado: “No lo sé. ¿Acaso yo soy responsable de mi hermano?”.
La grieta se hunde en esa pregunta por los otros, los que no son hermanos ni primos ni esposos ni amantes ni amigos ni ex compañeros de colegio ni de organización ni partido. Las nuevas mayorías de todo el mundo deberán contener todo ese descontento, que brota precisamente de las múltiples diferencias que en las últimas décadas hemos aprendido a reconocer como signos de civilización y de justicia. Estamos obligados a licuar entre nosotros algunas diferencias parar preservar nuestra existencia en libertad.