El poema surgido de la contemplación de la obra pictórica supone una aguzada percepción que desde lo físico a lo simbólico interroga la suma de colores, trazos y estructuración, y puede, no sólo sopesar cada uno de los componentes sino mucho más, ver en el conjunto lo que cada uno de esos íconos resultantes irradia. Y a partir de allí es posible conjeturar su génesis, el espacio-tiempo en que emerge cada obra y vislumbrar el impulso creativo que se hizo imagen visual para a la vez reponer con la palabra aquel instante y su interpretación. 

Esto supone remontarse al impreciso momento en que el pintor halla la forma que su estilo perseguía. Si esto demanda una sostenida tarea exegética respecto de una obra plástica o un conjunto de ellas, el desafío se extrema cuando, como sucede en el grueso volumen titulado Extracción del agua de la niebla de Eduardo Mileo, el propósito, según dice el subtítulo, evidencia un afán totalizador: “Una historia poética de la pintura”. Lo concerniente a “historia” puede verse en la sucesión cronológica, desde la Prehistoria –las cuevas de Altamira– al siglo XXI de nuestra era. En tal recorrido se confirman elecciones: al apartado “Antiguedad” sigue el Siglo XV, hay reiteraciones de un mismo pintor y saltos temporales. Lo cual se explica porque en la sucesión se elige en clave de búsqueda de una “poética”: la del pintor visto por el poeta. 

El título evoca el poemario de Alejandra Pizarnick Extracción de la piedra de la locura que a su vez remite al pintor holandés El Bosco. Podría decirse entonces que las “figuraciones” –la manipulación de los materiales primigenios–, deparan resonancias en el devenir histórico, que se expresan en aquello esencial de las obras que testimonian “distintas épocas, creadas en sociedades muy alejadas entre sí, no sólo geográficamente, sino en sus modos de producción, sus ideologías, sus valores morales, su cultura en general”, como se afirma en el necesario “Prólogo”. 

En la concepción de esta historia, el momento creativo (las motivaciones del pintor transmutadas en “poemas inspiración” y colocados en las páginas impares) se confronta y visualmente, enfrenta, con los “poema-cuadro”, alineados en las páginas pares. Tal diseño muestra la visión de quien intenta reponer estilos y concepciones estéticas desde el presente para luego ofrecer una especie de hipótesis sucedánea al recorrido en acto. En cuanto al Bosco, por ejemplo, la obra elegida por Mileo es Las tentaciones de San Antonio, el poema interpretativo señala: “Sus grandes adefesios humanos y animales producen cierta gracia, pero es lógica suponer que aterrarían al hombre medieval”. 

Un modo de retrotraerse a qué problemas, representaciones, juicios o convicciones, persistentes y actuantes desde el pasado, alimentaban las mentes humanistas y posteriores. En el retorno a ese magma de ideas también podría inscribirse, como un eco, la “extracción” (¿de la piedra de la locura, del agua de la niebla?). La creencia de que la locura se debía a una piedra que, alojada en la cabeza, producía trastornos psíquicos, se manifiesta en las huellas ancladas en aquel relato que trazaba la relación entre lo carnal y lo mineral, y consciente de tal vinculación, puede el poema actual decir “hoy que el alma y el cuerpo se han unido, la pasión es otra cosa, pero sigue quemando como entonces”. 

El presente –nuestro tiempo– habla de lo que persiste bajo distintas formas, anuda interrogantes para que el pintor en el poema de la creación diga: “... vivimos a tientas:/un instante y nos vamos./ Yo desearía un poco más”. En este el plus de deseo hallamos la justeza de aquello que decía Roberto Juarroz sobre el texto de Pizarnik: “El poeta comparte con el pintor la necesidad ineludible de hacer existir los objetos de su espíritu (imágenes, representaciones), los cuales exigen, a fin de existir con entera plenitud, la máxima precisión”. 

Si Juarroz observaba que en el poemario de Pizarnik “una voz corroe la distancia que se abre entre la sed y la mano que busca el vaso”, es justamente este íntimo acercamiento lo que da a Extracción del agua de la niebla su sesgo particular: atrapar de la difusa realidad (la niebla) el momento que inspira e impulsa para transmutarse en la pura liquidez concreta de la palabra (el agua). 

Lo cual recuerda a su vez lo que Roland Barthes definió como inspiración: “el pasaje dialéctico de una postura amorosa a la escritura productora de otro nombre... para que la obra del otro pase a mí, es necesario que la defina en mí como escrita para mí, y que al mismo tiempo, yo la deforme, la haga Otra a fuerza de amor”. 

Por amor al arte, como dice el dicho, este ambicioso poemario no es sino una gran historia de amor a aquello irreductible a la mercancía, que nos ofrece su vital fuerza y sentidos. Y lo hace apelando a los poderes de la imagen, que, según José Lezama Lima, es la última de las realidades posibles.