A veces pareciera que no queda otra opción más que la de escapar. Huir del miedo con la ilusión de que,a la distancia, termine por apaciguarse y dar una tregua: el olvido. Alejarse de una promesa de venganza pese a no poder evitar llevarla a cuestas como un paranoico con sus obsesiones. Desaparecer un día  para salvar a los demás o protegerse de los otros. Nadie sabe realmente hasta qué punto una persona es capaz de cumplir con su palabra, sobre todo si se trata de dinero de usureros, prestamistas que no desean otra cosa más que la devolución de lo pactado sin importar en qué se haya invertido ese dinero. 

Cuesta aceptar que las cosas no salieron como uno deseaba luego de tantos cálculos en medio de noches desveladas, confiando en la propia intuición de comerciante o que no habrá cambios en las políticas de importación o al menos no lo suficientemente bruscos como para derribar la gran maquinaria emprendedora. 

El problema es cuando el dinero ya no está: no hay modo de devolverlo por más que se venda el country o el departamento.  La empresa va camino a la quiebra y los empleados reclaman lo que les corresponde porque no están del otro lado del escritorio y su fuerza de trabajo es todo lo que tienen para traducirlo en derechos que reclaman justicia, el pago de la quincena. Y enseguida el sindicato, delegados y proveedores que golpean la puerta sin dar demasiado espacio al diálogo. En este contexto, la imaginación se convierte en el peor enemigo. “Lo torturaba la idea de deberle los jornales a sus empleados”; “lo atormentaba también la vergüenza, el escarnio público, la posibilidad de que tomaran la planta y la noticia apareciese en los diarios, la quema de cubiertas en la esquina de su casa, como le había pasado a otros empresarios cuyos hijos durante días ni siquiera pudieron ir a la escuela” Y sobre todo la represalia del prestamista, la interpretación de un mensaje de tinte  mafioso y el espanto que irrumpe en medio de la madrugada cuando piensa en su familia. Y estos son algunos de los aspectos que aborda Martín Baintrub en su primera novela Descansar en paz. “Yo no te fui a ofrecer plata, vos viniste a rogarme que te prestara. Si era cara no la hubieses pedido. Espero hasta el viernes, traeme algo y de ahora en más vení a verme todas las semanas con efectivo. Pagar vas a pagar”, le dice el prestamista a Sergio. Porque lo cierto es que Sergio se la había jugado y logró embarcar a alguna gente en su proyecto, incluido su cuñado. “Ya no se fabricaban  en el país motores de limpia parabrisas y todos los autos necesitan al menos dos, muchos tres. La industria automotriz estaba en expansión y para hacer esos motorcitos no hacía falta tecnología de punta ni grandes inversiones, eran simples. Parecía que sí, pero no, no funcionó. El gobierno un día abrió las importaciones y resultó mucho más barato traerlos de China que hacerlos localmente”. 

Un hombre desesperado puede caer en todo tipo de atajos y desvíos. Ahora lo que Sergio necesita es una coartada y la encontrará en aquel lamentable atentado a la AMIA. 

Con un buen trabajo en los diálogos de estilo indirecto y sus variantes en los registros, de pronto la trama de Descansar en paz se divide en dos planos narrativos perfectamente estructurados; por un lado estará la nueva vida de Sergio una vez que cruce la frontera y se instale en el Paraguay con una identidad falsa, un trabajo nuevo y una serie de personas que lograrán que llegue al fondo del conocimiento de sí mismo. Lugar donde se paga un precio bastante alto. Y por el otro lado, el giro que realiza Baintrub alrededor del prestamista, la esposa de Sergio y sus hijos. Sin dudas lo más logrado de la novela pasa por su dimensión reflexiva, aunque subrepticia, en torno a ciertos grandes temas que atraviesan nuestra contemporaneidad. El dinero y su incidencia sobre el concepto de la felicidad, la soledad y la imposibilidad de ser otro, los mandamientos  que recaen sobre el hombre en tanto proveedor de bienestar económico, la familia como institución o sociedad ligada a intereses que no siempre coinciden, los parámetros del amor donde se cruza  la idea de la fidelidad o la lealtad.  

Y los hijos: todo lo que una persona es capaz de hacer por amor a sus hijos. Trágica, cruda y tierna a un mismo tiempo, en Descansar en paz Martín Baintrub cuestiona los andamiajes culturales contando una buena historia.