La vida de Roque Narvaja siempre ha sido una hoja en la tormenta pero ahora, y después de varios años, tiene la forma zen de la suspensión en el aire, los cielos sin límite, un placer, para él, “muy parecido a la libertad”. La montaña rusa detuvo su marcha y la foto que queda es la de un hombre intenso que cabalgó su tiempo: Narvaja fue furor beat a fines de los ‘60, militante peronista en los ‘70, titán en el ring de la canción pop en la España de los ‘80... Ahora se bajó de todo rasgo epocal y se reconfiguró en un obsesivo, pasional aviador. Si en algún momento en su biblioteca abundaban los libros de poesía y de biografías históricas, ahora sumó inextricables volúmenes técnicos sobre aviación. “Leo mucho, siempre hay para aprender. Volar es el eje de mi vida”, dice.
A los 68 años sabe perfectamente lo que representa en la historia del rock argentino, incluso desde el lado exterior de esa historia: su sitio es el de un personaje incómodo que fue borrado de un plumazo de las sacras páginas de la Pelo –que determinaban qué era el bien y qué era el mal– porque su banda, la banda que está cumpliendo 50 años, La Joven Guardia, era “comercial y pasatista”. A los pocos años vivió en la casa de la calle Conesa de los Pedro y Pablo –el solo de guitarra de “Catalina Bahía” le pertenece–, metió su cuña en otro disco maravilloso como Muerte en la catedral, de Litto Nebbia, y se entregó a la idea del cambio radicalizado. “Hice un curso acelerado de militancia. Estaba en una agrupación sindical de la izquierda peronista. Era un cuadro político, pero cuarenta y pico de años después veo que en el fondo fui un perejil. Siento que en su momento no me contaron la historia completa”, dice, muerde un sándwich, toma gaseosa y va desplegando otra de sus virtudes: la del buen conversador. Esos años de política arrojaron tres discos que los cultores del rock argentino más profundo, ese que quedó bajo la alfombra, juzgan como una trilogía insuperable. Narvaja cambió guitarra eléctrica por charango, miró más hacia los Andes que a Liverpool y editó entre 1972 y 1974 Octubre (mes de cambios), Primavera para un valle de lágrimas y Chimango. Obras estupendas que esperan su reivindicación, empezando por la de su propio creador. Porque da la impresión de que Roque Narvaja tiene un vínculo algo difuminado con su pasado, no toma demasiado en serio los zigzagueos de su trayectoria. Como si no hubiese sido el compositor, por caso, de “Mienten”, una de las más perfectas canciones sobre el drama de la desocupación.
EL ANGEL DEL PELO LARGO
Además de los festejos del medio siglo de La Joven Guardia, que lo tiene de aquí para allá, un poco por la efeméride redonda y otro tanto por la insospechada resignificación en 2018 de “El extraño de pelo largo” de la película El ángel –cómo una canción pasó de hablar de la insatisfacción de un hippie a ilustrar la deriva psicópata de un asesino serial–, Roque Narvaja está presentando un disco nuevo. Su título tiene elocuencia: Instrucciones para madurar. Es definitivamente un gran disco, artesanal, hecho de buenos textos. “El título tiene que ver con lo de Cortázar, está de alguna manera inspirado en las ‘Instrucciones para subir una escalera’. Al fin es una reflexión sobre el paso del tiempo y la humildad. Yo estuve subido a un caballo, y pude bajarme. La noche española fue intensa”.
Hay algunas canciones del flamante disco que remiten a aquellos temas que decoraron los años de la movida madrileña. Otros, como “Cafulcurá”, sobre el legendario lonco mapuche, honran a la trilogía de la primera mitad de los ‘70. Son llamativos los cambios de piel de Narvaja, cómo en un momento se puso a escribir en el exilio español desde un lugar equidistante entre la balada rock y la juglaría. “Menta y limón”, “Santa Lucía”, “Yo quería ser mayor”, “Ni una palabra” lo pusieron en un nivel de popularidad y de roce social inéditos, que le costó manejar. Estas Instrucciones para madurar tienen la misma matriz, pero en plan sereno, otoñal. “Yo debo haber vendido cinco millones de discos en total. Una bestialidad. Ahora estoy casi retirado. Primero está la aviación y después estos festejos de La Joven Guardia y el disco nuevo. De alguna manera, la música subvenciona mi necesidad de volar. Los derechos de autor. Es muy caro volar.
¿Y por qué sacaste el disco?
–Es raro. Sinceramente me había bajado del caballo, había desensillado, lo había mandado a pastar al campo, y me metí en un simulador de vuelo. Saqué el disco Palabra x palabra que fue maltratado, sobre todo por el sello. Y estoy grande para que me digan qué tengo que hacer. Bueno, me picó el bicho de volar, mal, me puse las pilas y me recibí de piloto comercial y de instructor de vuelo. Es muy sacrificado este metier. No te podés distraer, es full time. Pero un día hablé con Mariano Braum, que es músico y productor. Y le mostré algunos temas que me rondaban en la cabeza. Y como tengo un estudio en Rosario... La cosa se fue armando. Ahora no es complejo sacar un disco.
Destaca una suerte de flamenco rock (“Noche de coplas”), un tema que vuelve a hablar de las sombras que lo habitan y que es asimismo un guiño a Borges (“El otro”), una historia situada en un hipódromo (“Las hojas muertas”)... Instrucciones para madurar es un disco que se engrandece en su pequeñez; son las barajas nobles de un tahúr de la canción con una obra sedimentada, ya clásica en múltiples direcciones. Tal vez por eso puede desplegar una hoja de ruta de la madurez. Alguien que, por otra parte, cantó aquello de que “quería ser mayor” siendo muy joven. “Ahora sé que soy viejo. Un viejo cada vez más anarquista, con ideas libertarias, que trata de ser cada vez mejor, de registrar más al otro”.
CANTO GENERACIONAL
Nació en la ciudad de Córdoba, hijo de un juez “de una honestidad total”, que adhirió al peronismo y se volvió un referente político de la provincia. “Se llamaba Roque Fernández Narvaja. La sociedad cordobesa lo expulsó. Defendía a los más débiles, era un católico muy convencido y muy decente. En uno de los traslados como juez, nos fuimos a vivir a Núñez. Cuando yo empecé a militar mi papá me contó todo lo que iba a pasar. ‘Los van a usar’, me decía... Tuvo razón en todo. Mi generación tenía el berretín del hombre nuevo, estábamos con los curas del Tercer Mundo, el Che en La Higuera era como Jesucristo para nosotros. Nos interesaba la austeridad, el trabajo manual. Pero eso fue después. En casa a través de mi vieja se escuchaba folklore, todos los gloriosos salteños, y música clásica. Después explotaron en mí los Beatles, empezamos con La Joven Guardia y todo cambió”.
Era el más chico del cuarteto. Con el liderazgo natural de Félix Pando (teclados), más el hoy periodista y hombre de los medios Enrique Masllorens (bajo), el fallecido Hiacho Lezica (batería), Roque Narvaja era el talento precoz y descollante de una banda que, concede, era “medio pop comercial”. El nombre lo tomaron de la novela “La guardia joven”, del escritor ruso Aleksandr Fadéyev. En su breve vida tuvieron éxitos rutilantes, que se conservan rozagantes a través de las décadas en las hinchadas de fúbol, como “La extraña de las botas rosas” y “La reina de la canción”. Pero el tema que arrasó fue “El extraño de pelo largo”, un canto generacional en sintonía con la insatisfacción stone. Se puede escuchar también como el reverso amoroso del personaje de “La balsa” de Los Gatos. Indestructible en su potencia pop, con versiones que van de la que hicieron con alcances panamericanos Los Enanitos Verdes hasta la punk de Los Violadores, el tema le cambió la vida. “Con la guita me compré un auto al contado, me fui a los Estados Unidos a comprar equipos y el resto se lo di a mis padres. ¡Yo todavía vivía con mis viejos! A los 22 me fui de casa con una estudiante de psicología, de Junín, y estuvimos juntos durante décadas aquí y en España”.
El tema tiene coautoría de Masllorens... ¿Cómo surgió?
–Enrique vino con una secuencia de acordes que siempre dijo que cree que sacó de una canción francesa. A mí me gustó pero, en principio, no me decía nada. Yo en esa época escuchaba mucho soul, mucha música negra. Organicé la canción con base de blues. Definí la melodía y escribí la letra. Pero me pareció justo que la firmáramos los dos. Y me sigue pareciendo. Cuando la canto pienso en dos cosas: en cómo llegar a las notas originales con mi voz y en cómo era aquél pibe de 17 años.
Terrible éxito.
–Terrible. Vino la película, con Litto Nebbia y Liliana Caldini. Nosotros éramos unos pichones y estábamos locos con la Caldini. Y ella lo sabía. Llamaron a medio mundo para la peli, era como un mini Hair. Una mezcla muy rara. Fue todo muy brusco, muy vertiginoso. Después empezaron los problemas.
¿Por qué?
–No era fácil la convivencia en la banda. Pando era, cómo decirlo, muy tiránico. Pero un gran arreglador. Una vez que nos reencontramos me dijo una gran verdad: ‘Nos habíamos acostumbrado a faltarnos el respeto’. El maltrato entre nosotros era algo naturalizado.
¿En qué cosas se faltaban el respeto?
–Varios registros... Había muchas jodas como de secundario. Chicles en el pelo, esa onda...
¿En serio?
–¡De colimba! ¡Una vez me tuve que cortar un mechón de pelo! Yo como era muy chico cobraba siempre. Y a veces las bromas pasaban de castaño a oscuro... Se había vuelto todo muy complicado.
A dos años del chicle en el pelo, entraron tres veces a la fuerza a su departamento de Las Heras y Ugarteche. En la primera pensó que habían sido ladrones: revolvieron todo y se llevaron hasta los discos de oro que estaban colgados en las paredes. Después advirtió que no eran precisamente ladrones, que eran avisos, y no dudó: huyó a España con su mujer. En Madrid alternó el éxito con la lucha contra todos “los vicios y excesos imaginables”, que fue dejando uno a uno. Por eso sobrevuelan con cierta liviandad los malentendidos que se proyectaron sobre su figura desde los años de la Pelo, allá lejos y hace tiempo. Al fin al cabo, minucias de las internas del rock que convocan a un monólogo final: “No reniego de nada. Mucho menos de La Joven Guardia. No suscribo a las filosofías estrictas de cierta parte del rock. No sé, me acuerdo que en el ERP estaba cuestionado tener hijos... No me gustan los dogmas. Tengo mi público, me siento bien. Tal vez en Buenos Aires no exista una dimensión real de lo mío, porque La Joven Guardia fue una banda del interior. La rompíamos en las provincias y en el Conurbano más que en Capital. Adoro los caminos. Yo quiero pasarla bien, subir a tocar con trajecitos, andar por ahí. No siento nada por no pertenecer al paraíso del rock. ¿Qué querés que te diga? No me gusta mentir. En la época de los hippies, en Conesa, yo prefería dormir en mi cama y bañarme todos los días”.
Se ríe de su frase final, toma de a sorbos y mira a los ojos: “La historia está escrita. Es difícil que el rock me perdone. Y yo no necesito su perdón”.