La ofensiva de Clarín contra Cristina Kirchner, con artículos de una ramplonería asombrosa, hizo pensar en la confirmación de la posible candidatura de la ex presidenta en la provincia de Buenos Aires. La actividad dentro del PJ, las reuniones de grupos e intergrupos, las declaraciones en común, fueron otra señal, así como la predisposición a la unidad extendida de repente en un PJ que hasta hace poco daba más muestras de dispersión, dejó en el aire la misma sensación. Las encuestas siguen hablando a favor de Cristina Kirchner. Todos advierten el “piso alto y el techo bajo”. Pero no es como  Menem en el 2003, que tenía un piso de 24 y un  techo de 28-29, los índices de la ex presidenta están entre el 31 y el 41. Son cotas diferentes. De todos modos, no hubo confirmación oficial. El tema de la candidatura y el clima receptivo se instalaron, pero Cristina Kirchner no dijo ni pío.

En ese contexto aparecieron los artículos sobre la vida íntima de la presunta (y temida) candidata inspirados en la larga tradición del periodismo basura. Esta vez tienden a devaluarla como mujer para debilitar su influjo sobre muchas mujeres que la toman como referencia. Uno de los artículos afirmó sin dar ninguna fuente que Néstor Kirchner dormía sobre fajos de billetes de dólares que ocultaba entre los elásticos y el colchón de su cama en Olivos. Es imposible imaginar una estupidez más grande. El segundo, firmado por el director de la maestría en periodismo de Clarín  y de la Universidad de San Andrés, describe una escena en un avión, donde un Néstor Kirchner enojado aporrea la cabeza de Cristina Kirchner con un diario enrollado. Y le pega duro. O Cristina Kirchner es una mujer sometida –en ocho años ha demostrado que no–, o de lo contrario nadie hubiera sobrevivido a ese vuelo, el avión se hubiera estrellado antes de llegar a destino. Como el vuelo aterrizó sin problemas, es evidente la mentira. Hay regodeo machista en la construcción de la escena y en la burla del título: “Ni una menos”. Devaluarla como mujer tiene un sentido político claro, va más allá del amarillismo, forma parte de una estrategia electoral.

La derecha está en campaña y ya perdió el factor sorpresa en estas cuestiones. La única forma que tiene de ganar elecciones una propuesta que va a favorecer a los poderosos y empobrecer a la mayoría, es la difamación y las promesas que no cumplirá. Y otra línea que se desarrolla sobre los prejuicios.

Son carriles regresivos en calidad democrática y de bajo linaje ideológico. El decreto sobre el ingreso de inmigrantes que firmó Mauricio Macri se dio en el marco de numerosas declaraciones discriminatorias y racistas. Funcionarios y legisladores de Cambiemos aseguraron que el tráfico de drogas está controlado por bandas de narcos peruanos o bolivianos y también paraguayos. Todo a contrapelo de las estadísticas, igual que con la baja de la edad de imputabilidad. Durante 2016, en la Ciudad de Buenos Aires, sólo seis adolescentes fueron acusados de homicidio doloso y solamente uno de ellos era menor de 16 años, en el caso del asesinato de Brian Aguinaco, el chico muerto en Flores. Lo mismo sucede con los inmigrantes: de los dos millones que residen en Argentina, solamente el 0,07 por ciento está detenido en causas vinculadas al narcotráfico. Si se hace esta cuenta con los argentinos detenidos en el exterior, seguramente la mayoría habrá sido también por ese motivo.

Lo que demuestran estos números es que tanto la baja de la edad de imputabilidad como el decreto antiinmigrante no incidirán en ninguno de los índices de delincuencia, porque su influencia de por sí es muy baja.  

Sin embargo, han batido el parche como si con estas medidas fueran a solucionar  el problema de la inseguridad. La pregunta es por qué hacen tanto ruido si no van a conseguir nada. La respuesta es simple: empezó el año electoral y la inseguridad es una de las mayores preocupaciones detectadas por los encuestadores.

Bajar la edad de imputabilidad y el decreto antiinmigrante son dos cortinas de humo, dos mentiras para desprevenidos. Si hay ciudadanos que quieren creer que ese es el camino, tienen todo el derecho. Pero aparte de la seguridad, se trata de dos temas delicados porque la demagogia barata demoniza a los jóvenes pobres y a los inmigrantes de países vecinos. Y así la sociedad tiende a organizarse sobre la base de la desconfianza hacia el otro y el temor. Algo parecido a lo que fue la dictadura.

La propaganda de la derecha trabaja sobre los prejuicios. Los estimula y exacerba hasta producir una reacción que reordena a la sociedad como una horda de linchamiento. Les guste o no, los votantes de Cambiemos lo hicieron en gran medida sobre la base de los prejuicios contra los beneficiarios de la AUH, contra los que se jubilaron con las moratorias, contra todo el que se beneficiara con políticas distributivas o de ampliación de derechos. Hubo racismo acendrado y una profunda carga discriminatoria en ese voto, con la idea de que las chicas pobres se embarazaban para conseguir la AUH, o que los que no habían aportado no tenían derecho a una jubilación y eran todos vagos o que los que recibían planes no querían trabajar. “Se acabó la fiesta”, “Todos hablan de derechos, nadie de las obligaciones”.  

Ninguna de las dos medidas contra los inmigrantes y los adolescentes pobres va a incidir en los índices de delitos, pero la propaganda discriminatoria ha sido tan fuerte, que esas dos medidas tienen apoyo extendido en la sociedad. Con la llegada de Cambiemos al gobierno se produjo una fuerte involución en la calidad de la convivencia democrática. Las políticas del gobierno convierten a la discriminación y el egoísmo en valores positivos y a la solidaridad y la igualdad en actos de corrupción política: así, los militantes que hacen trabajo solidario con los inundados son corruptos políticamente, pero está bien que no haya una paritaria nacional docente que nivele las desigualdades educativas entre provincias más pobres y las más ricas.    

Al racismo, a la discriminación y el machismo no hay que inventarlos. Por el contrario, hay que combatirlos, porque están ahí. Lo difícil, lo no demagógico, es combatirlos. Por eso se consiguen votos cuando, al revés, se los estimula, se los saca a la superficie y se los naturaliza como valores ponderables. Entre muchas otras cosas, el voto a Cambiemos tuvo y tiene un fuerte componente de discriminación, xenófobo y social, aún cuando muchos de esos votantes digan que tienen amigos bolivianos o peruanos y se sensibilizan si ven un perro famélico por la calle o crean que son progresistas.

En esa construcción ideológica de Cambiemos, en la demagogia de un discurso que discrimina y fomenta prejuicios, hay un paralelismo con otras fuerzas conservadoras. La semejanza en este aspecto con la esencia antiinmigrante, misógina y de mano dura policial de los neoconservadores europeos y del mismo Donald Trump es clara. Argentina no tiene la exclusiva, este universo de valores regresivos forma parte de un nuevo mundo que se repliega sobre la desconfianza y el odio, dos de los valores que reclaman reconocimiento como fuerzas éticas y ordenadoras. Son parte de hecho de las nuevas mayorías que surgieron en Europa o en Israel y que se blanquearon en Estados Unidos. Son propuestas que a veces asumen el rostro de un nacionalismo xenófobo y otras como expresión de una clase superior civilizatoria –como se proyecta Cambiemos– o de una mezcla de las dos, como ocurre con Trump. Argentina, como todos los países, tiene sus particularidades, y en este caso muy marcadas por la presencia del peronismo. Pero el fondo de las opciones que se dan en todos lados es semejante.