Desde Achiras
En 1974, León Gieco y Raúl Porchetto llegaron con sus respectivas parejas hasta este pueblo serrano de Córdoba, que entonces era mucho más chico que ahora, con la idea de pasar unos días de vacaciones. El viaje resultó un tanto accidentado, cuenta León más de cuarenta años después, pero aquella visita dejó algo que quedaría para siempre: la canción “La colina de la vida”, que el cantautor compuso aquí, en el gallinero de una pensión, y que corrió a mostrarles a sus compañeros de Porsuigieco apenas llegó a Buenos Aires. El pueblo de Achiras reconoció al santafesino y aquel momento de creación, y además de nombrarlo Huésped de Honor, y de declarar Patrimonio Cultural a la pensión en cuestión, le erigió una estatua en su honor. Que lo muestra igualito, igualito, a la época en que compuso la canción.
“Ese hombre de carne y hueso que comió un asado con nosotros, es un emblema de la cultura popular”, lo presentó el periodista Marcelo Abillaga en el acto informal que tuvo lugar ayer por la tarde, y que comenzó en la mismísima pensión. Allí esperaban a Gieco Amalia, Martha y Judith Suárez, las hijas de doña Chicha, la señora que cuatro décadas atrás albergó a los visitantes. Entre torta fritas y anécdotas guardadas de generación en generación (también estaban los nietos y bisnietos de Chicha), el cantautor recorrió el lugar que, milagrosamente, permanece casi intacto, hasta con los mismos muebles. Recibió regalos y firmó CDs de la familia: los que editó PáginaI12, que, cuenta el nieto, Chicha mandaba a comprar especialmente a Córdoba, a casi trescientos kilómetros, porque no se conseguían ni en Achiras ni en Río Cuarto, la ciudad más cercana.
“Habíamos venido porque la compañera de Raúl tenía alojamiento gratis por la mutual. Ella fue la madre de sus hijos y luego se separaron. Yo quiero dedicar este momento a Alicia, que sigue siendo mi compañera desde aquella época: vinimos acá el primer año en que nos conocimos y todavía seguimos juntos”, contó Gieco. En la entrada de lo que ahora es una casa (la familia ya no ofrece alojamiento) hay desde ayer una estatua que hicieron los artistas plásticos Liliana Mabel Fernández y Edgardo García Nieto. Probablemente reproduzca una escena real, o muy similar, del pasado: ahí está sentado un Léon pelilargo, flequilludo, de barbita, chaleco y jeans. “El primer León”, bromeó Gieco al verlo, en lo que era una sorpresa que le tenían preparada los organizadores, entre ellos el intendente, Jorge Otamendi. Las anécdotas de la época incluyen la de la panadera del pueblo, que le tenía miedo a León “por la facha” (llevaba poncho y lucía un tanto hippie, por decirlo de algún modo), y la del vecino que pedía que los músicos se callaran porque no lo dejaban dormir la siesta y porque “eran unos perros”.
“‘La colina de la vida’ terminó siendo muy importante en mi repertorio y en ese momento: fue la canción más importante del disco, que a su vez fue uno de los discos que más vendió en la historia del rock nacional. Y que quedó un poco en la mitología, porque con Porsuigieco jamás tocamos, jamás presentamos en vivo ese material. Cuando se la mostré a Charly, le pareció buenísima. Y fue una canción que me salió de un tirón, acá en el gallinero del hospedaje, en una madrugada”, contó Gieco. “Yo estaba desvelado, quería salir a dar una vuelta porque llegaba el olorcito de la panadería, pero la puerta de entrada estaba con llave. Así que me vine acá, entre las gallinas, me senté con la guitarra y me vino, así de golpe, la letra y la melodía. Solo me pasó eso con otras dos canciones: ‘Solo le pido a Dios’ y ‘Cachito, campeón de Corrientes’”, recordó.
Las fotos se multiplicaron: con las hijas de Chicha, que ahora rondan los 70 años (otra de ellas, Bety, ya falleció), con los nietos y bisnietos. “Veo que así como creció la canción, creció la familia”, bromeó Gieco. Entre la visita guiada de la familia por la casa (incluida la habitación donde durmieron en el ’74, con las mismas camas), las anécdotas de las anfitrionas, los vecinos que espontáneamente se juntaron en el lugar y cortaron la calle, para conocer y aplaudir al visitante ilustre, la escena cobró alguna dimensión de realismo mágico, como dijo el presentador. Pero también plasmó la cercanía especial que el cantautor establece con el público, ese modo entrañable en el que la gente sabe considerarlo, a través de sus canciones, uno de ellos.
La localidad de Achiras tiene 3500 habitantes y está ubicada en el oeste cordobés, bien en el límite con San Luis. Hoy es un punto turístico con diferentes atractivos, entre otros el paraje Los Nogales, que además de las cercanas formaciones rocosas, esculpidas por el viento, conserva la posta por donde pasó San Martín cuando iba a formar su ejército libertador, y el lugar quedaba en pleno Camino Real. La familia Gigenas todavía vive, como entonces, en este paradisíaco paraje, y muestra con orgullo un documento firmado por el general que da testimonio de su paso por aquí: un vale por caballos y monturas. Fue uno de los lugares que recorrió Gieco, en una visita que compartió con el cineasta Tristán Bauer y otros invitados, recibidos por amigos de Achiras, grandes anfitriones.
La visita de Gieco a Achiras se dio en el marco de su nombramiento como Doctor Honoris Causa, título que le otorgó la Universidad Nacional de Río Cuarto, reconociéndolo como “un autor comprometido con su pueblo”, en una emotiva ceremonia. En esa ciudad, además, se proyectaron las películas Mundo Alas y El camino de Santiago, con la presencia de su director, Tristán Bauer, y de parte del equipo de realización. En esas proyecciones, en el centro Cultural El Viejo Mercado, hubo tiempo para que Gieco tomara su guitarra, su armónica, y compartiera algunos de sus clásicos.
También en Achiras, luego de la visita al famoso hospedaje de la calle Córdoba esquina Sarmiento. Allí, por supuesto, volvió a sonar “La colina de la vida”, esta vez junto a un músico local en flauta traversa, Marcos Meroni. El gesto de Gieco de invitar a un joven artista –surgido en el momento, y con muy buenos resultados musicales–, repitió el que el cantautor tuvo tantas veces, en tantos escenarios, grandes y pequeños, en ciudades y pueblos. Y reafirmó otra de las razones por las cuales, como alguien dijo, Queremos tanto a Gieco.