El gobierno de Mauricio Macri fracasó. Sin embargo el modelo social y cultural que sus usinas de pensamiento pretenden imponer sigue vigente. Es una suerte de futuro peor e inevitable. Se podría resumir así: “La modernidad es esto y, aunque sea peor que ayer y hoy, es mejor porque es real”. Ante este panorama y frente a esta oferta, el desafío es construir otra esperanza.

El fracaso se traduce en crecimiento de inflación,tres años de recesión, el desempleo que vuelve al doble dígito, suba de la pobreza, caída de la inversióun y una gran parte del Estado en virtual estado de parálisis. Hasta ahora el único éxito parcial es la habilidad del Gobierno para que una parte de los argentinos suponga que esos resultados se deben a una supuesta herencia redibida o a la mala praxis de algún funcionario de Cambiemos. O sea que el macrismo viene tratando de salvar la receta sacrificando a sus propios cocineros.

A la vieja receta neoliberal este gobierno le ha sumado un relato sobre el presente y sobre el futuro en que hay pocos ganadores y una mayoría de derrotados. En ese sentido la coherencia entre gestión y comunicación es total. Hoy en día se busca imponer un modelo económico que selecciona algunos sectores a los que ve como competitivos y con oportunidades de negocios: energía, minería, algunos exportadores, turismo de alta gama e intermediación financiera. Por otro, identifica culpables: el peronismo,  las leyes laborales, los “planeros”, los jóvenes, los inmigrantes, las industrias no competitivas. 

El macrismo divide el mundo entre productivos y subsidiados. El problema es que para el gobierno los subsidiados somos la inmensa mayoría. Es la pyme del Conurbano, es la madre que cobra la AUH, es el estudiante de universidad pública, es el empleado público, es el sindicalizado, es el jubilado, es el pequeño productor agropecuario: al final del camino, los subsidiados somos todos. De más está decir que los subsidios al sector empresario cocentrado y financiero no son vistos como tales.

A este presente le proponen un futuro donde es virtuoso desprenderse de derechos para así arriesgarse a la adrenalina de lo incierto.  Un futuro de emprendedores de clase alta, donde es bueno vivir en 18 metros cuadrados (como lo permite el nuevo código de edificación de CABA), donde la precariedad de Globo, Rappi y Uber son festejadas; donde no hay más oficinas sino sólo co-working, donde trabajar hasta los 80 años es saludable y donde sobran universidades y hospitales.

El relato macrista permea por fuera de su núcleo duro (un núcleo cada vez más pequeño) y allí reside su éxito. Hay ciertos sectores políticos y sociales que piensan muy parecido al oficialismo. Lo que hace Cambiemos es “sincerar”: vivíamos en una sociedad vieja y de mentira. La justicia social se aleja entonces de la igualdad y pasan a ser “justas” las desigualdades. Instalan la mentira de que unos pocos sostienen a la mayoría que vive sin trabajar. Las certezas, las certidumbres laborales y sociales, son en realidad privilegios injustificados. La sociedad del futuro es inevitablemente precaria (para las mayorías). 

Ante esto puede ser tentador ofrecer pasado. Un pasado mejor, de derechos, inclusión, crecimiento y desarrollo. Pero sería un error. Debemos ir al pasado a buscar nuestras experiencias y valores, y traducirlos a nuestro tiempo. No podemos resignarnos a que vivir peor es virtuoso, a una sociedad donde cuanto tenes sea lo único importante. Necesitamos regulaciones que protejan a quienes trabajan y favorezcan las inversiones modernas y productivas. Hace falta darle forma a un modelo de desarrollo sustentable, tanto en lo social como en lo ambiental. Para insertarnos en mundo de inteligencia artificial, robótica y automatización necesitamos un sistema educativo que acompañe a cada ciudadano durante toda la vida, pues la formación debe ser continua. Una regulación sobre el manejo de datos, una agenda de género que no sea sólo maquillaje,un sistema energético previsible en su servicio y en sus costos. Poner al hábitat y la movilidad en el centro de la agenda pública; y combatir la inseguridad para recuperar el espacio público, una gran herramienta de cohesión social. Así como supimos construir pasados más felices tenemos que saber ofrecerle a la sociedad una modernidad socialmente más justa, donde el esfuerzo se recompense y donde el disfrute sea un horizonte. Una comunidad organizada con justicia social para el siglo XXI.