Christchurch vivió una jornada de luto entre el desconcierto y el horror por los ataques a las dos mezquitas que causaron 50 muertos con mensajes de unidad contra la islamofobia. La apacible ciudad de la Isla Sur, de unos 388.400 habitantes, todavía no da crédito al ataque con armas semiautomáticas a dos mezquitas de la ciudad y a plena luz del día, en la peor masacre que ha padecido el país oceánico.
“Uno creía que eso pasaba en Estados Unidos, en ciudades grandes como Londres o París, pero jamás en Nueva Zelanda y mucho menos en Christchurch”, decía durante todo el trayecto Pita, un vecino que lamentaba una y otra vez: “no puede ser, parece increíble”.
El cielo gris de Christchurch acompañaba el humor de desolación de los habitantes de esa ciudad, que acudieron en grupo o solos a dejar flores en un semáforo cerca de la mezquita de Al Noor, cuyos alrededores estaban acordonados por la Policía. Lo hizo un residente que llegó en bicicleta para dejar un ramo seguido de un grupo de hombres del Pacífico que también llevaban flores entre sus fornidos brazos, mientras adolescentes sollozantes y familias acongojadas se abrazaban al pie del improvisado altar.
Junto a las flores había un cartel en árabe y otro en inglés en el que se leía “no importa de dónde vengas, no importa tu religión, estoy feliz de ser tu vecino”. Oceana, una colegiala con una discapacidad física, llegó a ese altar espontáneo sobre un carro de la compra junto a su familia. “Estoy muy triste, tantas vidas perdidas (...) lo siento por esas familias”, dijo. Delante de la mezquita, otros vecinos se arrodillaban delante de una pancarta blanca para dejar sus impresiones en forma de corazones multicolores y mensajes que apelaban a la solidaridad y la unión, salvo algunos que no podían evitar el resentimiento: “recuerden sus nombres. Prohíban las armas. Jódense, nazis,” dijo un hombre con evidente mal humor.
“Ellos son nosotros. Estamos unidos como comunidad”, era la consigna que más se repetía en ese manto blanco y en otros ramos de flores a lo largo de la zona acordonada que abarca los alrededores del inmenso parque Hagley.
Esas palabras se hacían eco de las que pronunció la primera ministra, Jacinda Ardern, cuando condenó los ataques terroristas y explicó que éstos se perpetraron a pesar de que Nueva Zelanda es una sociedad en donde viven en armonía decenas de nacionalidades.
“Estas personas tenían que estar seguras aquí. Te rompe el corazón que esto pase en este hermoso país con toda esta gente de todo el mundo, de tantas nacionalidades, orígenes étnicos y religiones”, dijo Beck, un adolescente isleño, quien confesó: “es difícil sentirse seguro ahora”. La solidaridad de los neozelandeses no se limitó a palabras de apoyo sino que también se expresó en una colecta para ayudar a las víctimas de la masacre que logró reunir 3,5 millones dólares neozelandeses (2,4 millones dólares).
Mientras la ciudad se entregaba al luto y al dolor en esos altares improvisados bajo la mirada de decenas de cámaras de fotógrafos locales y extranjeros, la Policía buscaba frenéticamente pistas entre los jardines y zonas boscosas de los alrededores de la mezquita.
A poco más de 1,4 kilómetros de la mezquita Al Noor, el personal médico luchaba intensamente en el hospital de la ciudad para salvar las vidas, especialmente de una decena de víctimas que se encuentra en estado crítico.
Ayer el saldo de la masacre subió a 50 muertos, mientras que otras 50 personas resultaron heridas, de las cuales 36 permanecen hospitalizadas indicó la policía.
Otras familias se preparaban para los funerales de sus muertos, mientras algunos sobrevivientes luchan contra el trauma y la rabia, según dijo el testigo Mahemmed Ashif, quien dijo haber estado en Linwood, en declaraciones a la prensa. “Estuve a tres o cuatro metros de él, pensaba que estaba a punto de morir, que iba a morir pronto”, dijo Ashif.
El superviviente confesó que en ese momento “tenía mucho miedo” pero que ahora tiene “mucha rabia contra ese tipo que nos atacó cuando estábamos más vulnerables, rezando, sin armas”.