¿Qué impulsa a una celebridad de la música latinoamericana a bajarse de las extensas giras por el mundo, mudarse de su país natal y adoptar un perfil bajo? ¿Qué lleva a una artista de renombre a abandonar los festivales mainstream y tocar para 100 o 200 personas en salas íntimas, sin una campaña de difusión ni hacer demasiado ruido? En eso anda la cantautora y multiinstrumentista mexicana Julieta Venegas, quien hace casi dos años reside en Buenos Aires y pasa inadvertida por las calles porteñas. Vanegas necesitó tomarse un tiempo sabático de la gran industria musical y mandarse a tocar lo que le viniera en gana, en espacios pequeños, sola con sus instrumentos y su voz dulce y versátil. El viernes, de hecho, se presentó en el Torquato Tasso ante un auditorio privilegiado que se rió con sus anécdotas, se dejó envolver por su timidez y carisma, y disfrutó de un repertorio que recorrió varios clásicos y nuevas canciones que no piensa registrar en un estudio por el momento. "He estado escribiendo mucho, pero no tengo ganas de grabar todavía, quiero salir a tocar. Estoy en un momento de volver a la esencia de las canciones", contó al comienzo del concierto.

Apenas subió al escenario, la mexicana se sentó al piano, su instrumento principal a la hora de componer. Y anticipó que sonarían canciones inéditas y "de artistas que me gustan, una mezcla de mexicanos y argentinos". En piano, arrancó con "Ilusión" (una canción brasileña), "Amores platónicos" (de Otra cosa, 2010) y una versión de "Ojos de videotape", de Charly García, uno de esos músicos que admira. Luego fue intercalando momentos con la guitarra, el cuatro y, claro, el acordeón, cuyo sonido traza un punto de contacto con la música tradicional norteña. Venegas es oriunda de la zona fronteriza de Tijuana, Baja California, pero su música empezó a proyectarse cuando se fue a vivir a la Ciudad de México. Ahí la fichó una compañía, trabajó con el productor Gustavo Santaolalla en los primeros discos y después la historia es más o menos conocida. Pero ahora está ahí, en la sala de San Telmo, pidiendo prestada una púa a alguien del público. "Estoy muy despistada hoy, no encuentro la mía", dijo con algo de rubor en el rostro y se acercó al centro del escenario con la guitarra.

"Esta es una canción viejita a la que siempre regreso. Habla de las palabras, tengo una obsesión por las palabras. Hay cosas que no decimos", introdujo antes de "Debajo de mi lengua" esta compositora aficionada a las novelas literarias. "Llevo un rato viviendo en Buenos Aires y estoy aprendiendo a ser más lanzada. Allá en México somos más tranquilos ¡Me están enseñando mucho los porteños!", remató y el guiño fue respondido con aplausos.

Con soltura y tranquilidad zen, la mexicana mostró algunas canciones nuevas, como una a la que llama "'La triste', pero no tiene nombre", "Sin palabras" o "Sola", un poema de Idea Vilariño musicalizado. Con ese mismo carisma, hizo "Una respuesta", una especie de balada visceral que ella cantó estirando las vocales, con pasión y desenfado. Una tradición de canciones desoladoras y "despechadas", como dijo antes de interpretar con el cuatro una del prócer mexicano Juan Gabriel: "Se me olvidó otra vez". O la ranchera "Canta, canta, canta", de José Alfredo Jiménez, otro maestro de sus pagos.

Luego, con el acordeón, llegó el turno de clásicos propios, como "Lento" (Sí, 2003), "Eres para mí" y "Me voy" (ambas de Limón y sal, 2006), canciones adhesivas que sonaron como un loop en todas las radios latinoamericanas; o una sobre "la inocencia de la infancia", "El camino", de su último disco editado hasta la fecha, Algo sucede. Entonces, llegó uno de los momentos más emotivos de la noche: la mexicana hizo una canción nueva "inspirada en la ola verde", escrita al calor de las multitudinarias marchas al Congreso en el debate por la legalización del aborto. "Está repercutiendo mucho en México (el movimiento feminista argentino). Creo que la ley va a salir, va a suceder. Es importantísimo recuperar el derecho por nuestro cuerpo", dijo y regaló la bellísima "Déjenla dormir", en piano. Una estrella del pop que se corrió de la agitada industria musical para conectar de una manera más cercana con su público y la música misma.