Gracias a mi nunca profesionalizada formación jurídica, desde los tiempos en que en la Facultad de Derecho de la UNNE, en Corrientes, mamábamos con fruición los sucesivos tratados de Hans Kelsen, Sebastián Soler, Sofanor Linares Quintana y Luis Jiménez de Asúa, entre tantos otros, hoy puedo afirmar por lo menos dos cosas: que en aquella generación much@s jóvenes egresaban henchid@s de orgullo y patriotismo (vari@s lo pagaron con sus vidas) y que jamás ningun@ imaginó que el Derecho y la Justicia en la Argentina llegarían a parir un bandidaje judicial tan corrupto, antinacional y perverso como el que hoy padecemos.
Abogados amigos escriben, estos días, pidiendo que “haga algo” en esta columna, ya que siempre supimos que había taras en la administración de justicia, pero también creíamos que había límites. Y hoy es obvio que nos quedamos cortos. Azorados. Descompuestos ante la degradación y desvergüenza imperantes en un poder judicial que me obligo a minusculizar.
Y es que un ministro de Justicia operando para echar a un juez federal... Y un fiscal cuyas manos nadie decente estrecharía, negándose a testimoniar ante un juez federal... Y una patota de fiscales de dudosas conductas dispuesta a proteger a ese insostenible colega... Y otro juez federal cuyo rencor y ánimo vengativo (quién sabe de qué ofensas) se fanatiza persiguiendo en un montón de causas sin pruebas (pues nunca aparecen) a una ex presidenta a la que le niega las garantías legales de que gozaría cualquier ciudadan@... Y varios otros jueces federales para quienes el mismo enorme edificio sirve como gerencia de tropelías y dislates jurídicos... Y Cámaras de alzada que inexorablemente confirman y santifican barbaridades... Y todos patrocinados probablemente mediante aprietes y chantajes por un gobierno nacional que comete actos jurídicamente nulos, infantiles y psicóticos, con tal de quitarle al primer juez federal una causa fundamental para la república porque implica espionaje, servicios a potencias extranjeras, y genuflexión a intereses antinacionales... Todo eso junto es algo que jamás se había ni imaginado en este país.
“En 57 años de abogado, nunca vi algo así –escribe un veterano abogado laboralista, muy apreciado–. Por mucho menos que esto hicimos un acto frente a tribunales y logramos voltear la Corte de los Milagros de Menem. Ahora en cambio hacemos militancia quejosa por guasap”. Uno más joven y brioso, me escribe: “Beraldi, Dalbon, Rusconi y otros hablan de reunirse los abogadxs, pero ¿qué se puede esperar de las instituciones corporativas gobernadas por mafiosos aliados del Pro?”. Y otros más: “Habría que exigirle a la Corte Suprema que respalde a Ramos Padilla, ¿pero con qué esperanza de que escuchen?”
En las llamadas redes sociales –aunque muchas son antisociales y violentas, apenas grupitos de provocadores que nunca discuten conceptos y sólo descalifican– miles de ciudadan@s juntan firmas para protestar, aunque sabiendo en sus corazones que este gobierno es tan autoritario como una dictadura, y aún peor porque estos son más astutos que brutos, siéndolo.
Por supuesto que hay otros jueces, federales y de otros fueros, como Alejo Ramos Padilla. Quizás no sean much@s, pero son conscientes y están muy bien formad@s jurídica y éticamente. Y algun@ hasta conserva espíritu patriótico. Pero hacen un silencio prudente, se diría, porque saben que si asoman la cabeza los van a destituir. Los fantasmas de juicio político, las venganzas de casaciones y el sectarismo del consejo de la magistratura, detienen y silencian.
En tono conjetural, podría pensarse incluso que el caso de Florencia Kirchner se vincula con todo esto. Más allá de que su madre representa una ardua esperanza para millones de ciudadan@s –así como la furia irracional de muchos–, esta columna se pregunta qué sucedería si acaso no regresan al país. Y la respuesta necesariamente se vincula con lo que todavía llamamos justicia. Porque es un hecho que Florencia, enferma en país extranjero, igual será citada a la gran cloaca. Y suponiendo que no venga (¿lo aconsejable?), va a ser declarada en rebeldía, profugada, algo así. ¿O testimoniará por skype? Como sea, no escapará al repugnante show mediático. Y si Cristina –sintiendo y obrando como madre– también demora su regreso (¿lo aconsejable?) entonces agarrate Catalina. A ver si las fuerzan a pedir asilo político en Cuba. Serían las primeras asiladas del macrismo y su justicia. Lo cual no impediría la esperada candidatura presidencial de CFK.
Hipótesis inquietante, quizás así la desdicha argentina alcanzaría tremenda resonancia internacional. Y sobre todo incontrolable para el mentimediaje local, que en asuntos de entrecasa oculta todo para que el Soberano ni se entere, pendiente de la salud de un cantante accidentado o del próximo superclásico. Pero la pregunta que sobrevuela esta conjetura es: ¿Cuánto falta para que cualquier juez se decida a condenarlas, sin pruebas pero con “íntimas convicciones” al estilo Moro? Esta columna cree, apostaría, que no mucho.
El sistema goza de la impunidad que le da la certeza de que la ajuricidad es el principal hecho maldito de la Argentina actual. Las violaciones a leyes y modos judiciales tiene muchos nombres: Causa AMIA; Protocolo con Irán; Suicidio de Nisman; Entrada por la ventana de dos jueces a la Corte Suprema; Ataque y destitución de la procuradora Gils Carbó; Desplazamiento de los jueces Arias, Rozansky y otros; y un sinfín de vidas suntuosas de la “familia judicial”.
Todo eso que jamás debió suceder y parecía imposible, ahora se dio: el fiscal que es ladero favorito del juez más cruel de la Argentina, está hasta las manos en el caso D’Alessio, que es el de mayor gravedad institucional-judicial de la historia argentina. Una olla podrida en la que se cuecen espías nacionales y extranjeros, los gobiernos de por lo menos Estados Unidos e Israel, periodistas farsantes de la telebasura y los pasquines oficialistas, y algunos empresarios corruptos con pánico entre las patas.
Una cosa sabe la ciudadanía decente, que trabaja honradamente, paga impuestos y se mantiene informada porque tiene sanas preocupaciones democráticas: en la Argentina no hay justicia. La llamen como la llamen, no la hay. Y todos lo saben: los que la infectan, los que la padecen, los que se forran, los que pagan por temor, los que estamos hartos de vivir entre chorros y malandras.
Por todo eso, y más, es imprescindible detener a estas bandas. Hay que plantarse. Pacíficamente y sin violencia, que eso es patrimonio de ellos. Porque si en ésta nos ganan, chau república. No es que entonces vamos a estar en el horno. Es que ya nos habrán cocinado.