“Desindustrializar la Argentina” se titula una nota de Adrián Ravier publicada recientemente en el Cronista Comercial. El economista austríaco –por adherir a una secta ultraliberal nacida en Austria– afirma que el país padece un “exceso de industrialización”. Para apoyar su temeraria sentencia muestra que el peso de la industria en el Producto argentino es superior al de una serie de países desarrollados. De ahí concluye que la industria argentina es una carga para los demás sectores, que deben sostenerla soportando elevados impuestos que genera informalidad laboral. Por último, propone eliminar “controles de precios y salarios, políticas arancelarias y para-arancelarias, regulaciones y subsidios, burocracia y corrupción” y dejar que los empresarios “en forma espontánea” se adapten a la “robotización”, la “globalización” y a la “era digital”.

El planteo de Raiver se funda en un dato dudoso, ya que países como Suiza, Suecia, Alemania, Japón, Irlanda o Finlandia tienen un peso de la industria similar al argentino, y otros como Corea del Sur lo superan ampliamente. Aun así, el bajo peso de la industria en países otrora industriales se relaciona con la deslocalización de parte de esa producción en regiones de mano de obra. Un esquema cuya consecuencia sociales cuestionada por el voto “antiglobalización” a favor de Trump o en apoyo del Brexit, un dato político no menor que se le ha escapado al joven economista.

Por otro lado, su argumento es el mismo que se utilizó en Argentina de los noventa cuando se intentó presentar la destrucción de la industria local generado por las políticas liberales como el ingreso a las sociedades post-industriales del “Primer Mundo” donde los servicios ocupaban a la mayoría de la población. Paradójicamente, fue en esos años de eliminación de “controles de precios y salarios, políticas arancelarias y para-arancelarias, regulaciones y subsidios” cuando el empleo informal pegó un muy fuerte incremento ya que los despedidos realizaban changas ofreciendo servicios de baja calificación. De acuerdo a datos publicados por el Ministerio de Trabajo en 2013, el empleo no registrado que rondaba el 30 por ciento de los trabajadores a comienzos de los noventa, saltó al 40 por ciento a mediados de esa década y alcanzó el 50 por ciento en la crisis del 2002. Por su parte, durante los siguientes años de “populismo industrial” se redujo nuevamente a valores cercanos al 30 por ciento. 

Ravier no reflexiona sobre las consecuencias de la “robotización”, “globalización” y la “tercera revolución industrial” sobre el empleo en los servicios que dejan de estar protegidos de la competencia externa y empiezan a ser ofrecidos directamente desde el exterior. El comercio, la oferta audiovisual, servicios profesionales, financieros, de atención al público, por nombrar algunos, son crecientemente sustituidos por software u ofertados digitalmente desde el exterior. De ahí la aplicación del libre mercado en el Siglo XXI destruirá empleos no sólo en la industria sino también en los servicios, empujando masivamente a la población hacia el desempleo y la informalidad.

@AndresAsiain