PáginaI12 en Brasil
Desde Río de Janeiro
Han sido solo 48 horas, pero cada minuto de cada una de ellas se quedará para siempre en los mejores recuerdos de Jair Bolsonaro, el ultraderechista presidente brasileño. Al menos esa fue la impresión transmitida por él durante su visita oficial a Washington, la primera que realiza a un país extranjero desde que asumió el sillón presidencial.
Antes hubo, es verdad, otro viaje, en enero, cuando compareció al Foro Económico Mundial en Davos, un poblado en los Alpes suizos que reúne a cada año la más fina flor del capital mundial. Pero ir a Washington y ser recibido por Donald Trump, quien Bolsonaro confiesa que es su modelo, ha sido otra cosa.
Si en su estreno el capitán presidente cometió en Davos una secuencia de deslices, exponiéndose al ridículo, su estreno en visitas oficiales traerá consecuencias concretas, algunas muy preocupantes. Aunque no se hayan sido divulgados detalles de lo conversado y acordado, queda claro que habrá un cambio profundo en las relaciones entre Brasilia y Washington, con repercuciones en toda la política externa brasileña, que pasa a girar formalmente en la órbita de los Estados Unidos.
Bolsonaro, con incontenido entusiasmo, reiteró su firme compromiso de dar combate al socialismo y al comunismo en Brasil y en todo el hemisferio, y al ser preguntado por periodistas sobre la eventualidad de que su gobierno colabore con una intervención militar en Venezuela, contestó con aire grave que “hay ciertas cuestiones estratégicas que, si la divulgas, dejan de ser estratégicas”.
Haciendo a un lado la obviedad de la respuesta, lo que se discutió fue la posibilidad de que Brasil acepte que tropas extranjeras, léase de Estados Unidos, utilicen su territorio en una acción contra Nicolás Maduro. Hay fuerte resistencia, entre los militares brasileños, a que esa autorización sea concedida. En más de una ocasión el vicepresidente, general Humberto Mourão, reafirmó que para Brasil, la única vía es la diplomática, exponiendo de manera clara la opinión de sus pares.
Pero luego del encuentro entre Bolsonaro y Trump, el tema volvió a flotar en el aire. Y al no dar una negativa contundente a lo que le fue preguntado, Bolsonaro contribuyó para aparezca en el futuro en alguna mesa de negociación.
Un balance inicial de las 48 horas de la visita del ultraderechista brasileño a su par norteamericano muestra que Bolsonaro arribó a Washington cargando un baúl repleto de regalos y, a cambio, trajo de regreso puras vaguedades. Y tan pocas que cupieron en los bolsillos de sus pantalones.
Entre los regalos se destacan la eliminación de la obligatoriedad de visado consular para ciudadanos estadounidenses (además de australianos, canadienses y japoneses) para ingresar en territorio brasileño, sin que - tradición diplomática de décadas - ocurra lo mismo de manera recíproca. Además, Bolsonaro llevó una autorización para que Washington utilice la base militar instalada en Alcántara, en el norteño estado de Maranhão, para lanzar de cohetes, y la promesa de intensificar el comercio bilateral, aceptando exigencias hasta ahora negadas.
En el terreno de las inutilidades, Bolsonaro dijo que respalda plenamente la política migratoria de su par, defendiendo inclusive la construcción de un muro en la frontera de México. Una declaración que, en términos concretos, es pura bazofia, pero indispone con respecto a Brasil al país que ostenta la segunda mayor economía regional.
Abierto el baúl y distribuido su generoso contenido, Bolsonaro recibió a cambio un puñado de promesas. Trump dijo que favorecía el ingreso de Brasil a la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), panteón liberal de países ricos que otorga a sus integrantes el sello de buen destino para inversiones. Pero para que eso ocurra, el país de Bolsonaro deberá renunciar a la condición de que disfruta en la OMC (Organización Mundial de Comercio), o sea, dejar de ser considerada una economía en desarrollo, con los beneficios que tal situación le asegura.
Hubo, como se esperaba, un largo desfile de torpezas y actitudes patéticas de parte de Eduardo, el hijo cero-dos del capitán presidente. Sorprendió que Trump lo haya invitado a participar del “encuentro reservado, por no decir secreto”, en las palabras de Bolsonaro padre, que mantuvieron los dos mandatarios. El ministro brasileño de Relaciones Exteriores, el bizarro Eduardo Araujo, asumió su insignificancia en el pasillo.
La visita dejó una duda quedó flotando en el aire: ¿qué pasó en la visita que Bolsonaro y su ministro de Justicia, Sergio Moro, hicieron a la CIA? ¿Se firmó alguna especie de compromiso de cooperación? Ha sido la primera vez que un jefe de Estado visita el centro de inteligencia que vigiló y vigila, entre otros, al mismo Bolsonaro.
Otro punto no revelado: los detalles del acuerdo firmado con el FBI para dar combate “al narcotráfico, al lavado de dinero y al terrorismo”. En tal acuerdo, ¿qué es lo que se define como terrorismo? ¿Los movimientos sociales, por ejemplo, integran esa categoría?