“La conciencia es el teatro donde se desarrollan las miserias y alegrías de los seres humanos”, dice Enzo Tagliazucchi, uno de los referentes locales del proyecto. Es doctor en Física e Investigador del Conicet en el Instituto de Física de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA. La investigación, publicada en la prestigiosa revista Science Advances, fue realizada en centros internacionales de Francia, Bélgica, EE.UU. y Canadá, e incluyó 159 resonancias magnéticas de individuos sanos, pacientes en estado vegetativo y otros con mínima conciencia. Aquí explica qué es la conciencia, describe por qué puede considerarse un “todo dinámico y complejo” y narra las implicancias futuras que estos avances podrían tener en el campo de la salud y la medicina.
–¿Qué es la conciencia?
–Es un punto de vista acerca del mundo, aquella respuesta más directa frente a la pregunta sobre qué se siente ser un cerebro humano. Dicho de otro modo, quizás más metafórico, es una ventana a través de la que todos miramos, tenemos experiencias y las sentimos en primera persona. Sin embargo, todavía resulta difícil saber cómo las neuronas y la materia que conviven en una masa esponjosa como es el cerebro, de repente, desarrollan una propiedad única –que ningún otro sistema físico tiene– y sobre todo privada. Esta cualidad, su privacidad, despierta mucha incertidumbre, tal es así que podría hacernos dudar en algún punto sobre la misma posibilidad de estudiar de manera científica a la conciencia. Se generan grandes vacíos entre el conocimiento disponible y las experiencias sensoriales que cada persona pueda tener. Para el filósofo Daniel Dennett, el objeto de una ciencia de la conciencia debe ser la subjetividad que los individuos manifiestan respecto de la comprensión de sus propios comportamientos.
–Pero como decía Descartes, los sentidos engañan.
–Bueno, ese es uno de los asuntos que las ciencias que estudian las subjetividades no han logrado trascender. Uno puede intentar describir una sensación de dolor o alegría, pero como dato científico resulta bastante difícil de explicar. Existe un trabajo muy leído y citado titulado “¿Qué se siente ser murciélago?”, cuyo autor es Thomas Nagel. Se sabe que estos animales se desplazan por ecolocación, es decir, calculan la distancia a la que se encuentran los objetos mediante la emisión de sonidos que son reflejados por aquellos. Podemos examinar su cerebro de manera de entender punto por punto cómo funciona este proceso, pero no sabemos cómo se siente. No sabemos si se siente como escuchar o si, más bien, la ecolocación se parece a ver. Es una pregunta que, a menos que seas un murciélago, será imposible de responder.
–De aquí los límites de la ciencia. Por eso, tal vez, intentar conocer el mundo sea tan fascinante: por todo lo que todavía se desconoce. Más aún si nos referimos a la conciencia.
–Exactamente. Hoy solo podemos aspirar a encontrar los correlatos neuronales de la conciencia. A diferencia de cualquier otro objeto de estudio, aquí el propio sistema que estudiamos nos marca la pauta de cuáles son las condiciones experimentales. De hecho, si en los experimentos que realizamos las personas no nos comparten su subjetividad es imposible avanzar. En los departamentos de física, algunas veces, quienes estudian la conciencia no son observados con buenos ojos. Me esfuerzo en explicar que, en verdad, se trata de un sistema físico extremadamente interesante, tan enigmático que nos despierta nuevas preguntas a cada paso.
–Conversemos respecto de su última investigación. ¿A dónde va la conciencia cuando el ser humano está inconsciente?
–Nosotros trabajamos con diversas teorías que intentan responder a este interrogante. La conciencia posee múltiples configuraciones posibles, ya que la cantidad de escenas del sentir que se pueden presentar es astronómica. La postura dominante en este campo plantea que cada estado consciente depende de una disposición física particular del cerebro. Al mismo tiempo, también sostenemos que la conciencia determina un todo unificado: el ser humano no posee una conciencia separada para escuchar, otra para ver y una distinta para oler, sino que reúne a todos los sentidos, los pensamientos y las funciones. Intentar dividirla es como probar dividir los polos de un imán. Esto origina la teoría del núcleo dinámico –desarrollada por el psiquiatra italiano Giulio Tononi– que postula que la conciencia no constituye un lugar en el cerebro (no determina una zona física particular) sino un proceso dinámico en constante evolución. De este modo, cuando una persona pierde la conciencia –durante una anestesia o un sueño profundo– el cerebro adopta configuraciones que no le permiten soportarla. Se manifiesta como una ausencia de subjetividad. Lo más sorprendente no es que la conciencia se vaya, sino que después vuelva y uno siga siendo el mismo.
–La conciencia como algo unificado que fluye en el tiempo.
–Si bien la conciencia no está fragmentada en átomos –como se creía en el pasado–, sostenemos que es posible que esté segmentada en momentos bien definidos. Para lograr integrarse necesita de un cierto tiempo, fundamental para que fluya la información. Como es un proceso, jamás es algo instantáneo.
–Su trabajo se realizó a partir de 159 resonancias magnéticas de individuos sanos y en estado vegetativo o con mínima conciencia. ¿Qué puede narrar al respecto?
–Quisimos comprobar si la conciencia tenía que ver con la comunicación que se produce entre las diferentes zonas del cerebro. Mientras que en las personas sanas hallamos un patrón rico de conectividad, en los pacientes con “mínima conciencia” advertimos que logran establecer comunicaciones funcionales de manera esporádica. Eso ocurre, por caso, cuando en una situación experimental le pedimos a un individuo que nos alcance un lápiz y quizás al primer intento no lo hace, pero luego de varios llamados atiende la solicitud. Experiencias como éstas marcan un mundo de diferencia con las personas a las que se diagnostica un estado vegetativo persistente; las que rara vez logran recuperarse ya que no exhiben, a través de resonancias magnéticas y otros análisis, esa integración que pudiera dar cuenta de la emergencia de sensaciones subjetivas. Es muy difícil distinguir a pacientes con mínima conciencia y aquellos en estado vegetativo, lo cual es muy sensible porque en muchos países se toma la decisión (como recurso humanitario) de discontinuar el soporte vital.
–Se trata de identificar las huellas de la conciencia en el cerebro. También utilizaron anestesia general en los tres casos. ¿Qué sucedió?
–Cuando suministramos anestesia general a los pacientes vegetativos advertimos que no se modificaba su situación porque ya manifestaban un estado de inconsciencia de antemano; los de mínima conciencia perdieron esos pocos fragmentos de lucidez que evidenciaban; mientras que los sujetos experimentales sanos también demostraron un patrón de inconsciencia. Y, luego, realizamos otro experimento muy interesante. Seguimos la pista de Adrian Owen, científico británico que trabaja actualmente en Canadá con pacientes en estado vegetativo. En un caso planteó que no lograban comunicarse porque sus vías sensoriales estaban cortadas, de modo que lo introdujo en un resonador y le pidió que imaginase estar jugando al tenis y caminando en su casa. Cuando hizo eso, los patrones cerebrales que emergieron fueron idénticos a los que aparecen cuando una persona sana imagina jugar al tenis o caminar en su casa. A tal punto que Owen logró comunicarse con el paciente y establecieron el código de que cuando quería decir “sí” se imaginara jugando al tenis. Nosotros replicamos este método y también comprobamos que funcionaba.
–Increíble. Estos avances podrían brindar nuevas pistas para el campo de la salud.
–La conciencia es el teatro donde se desarrollan las miserias y alegrías de los seres humanos. Estos resultados muestran de manera concluyente que las manifestaciones físicas de nuestra experiencia humana nunca van a ser inequívocamente identificadas con un grupo de regiones cerebrales. La noción de que es posible identificar una zona del cerebro para cada facultad humana se derrumba, al menos, para el caso de la conciencia. En el campo de la medicina, a veces es necesario comprender que es más importante tener una conciencia libre de sufrimiento que un cuerpo que funcione tan bien como una máquina. Me resulta escandaloso que a pacientes avanzados de cáncer no se les recete morfina, porque aunque tiene potencial para generar dependencia resulta cínico no suministrarla para aliviar las cargas cuando enfrentan un estado terminal.