La dramática situación en Venezuela –producto de fenómenos fundamentalmente internos y dinámicas complementarias internacionales que la han agudizado al máximo– tuvo un efecto devastador para la diplomacia sudamericana: contribuyó al derrumbe de Unasur a una década de su creación. Un conjunto de factores diversos convergieron en una coyuntura muy particular y ello hizo posible el deterioro y posterior desplome de aquel organismo de concertación sub-regional que tuvo, en sus primeros años, éxitos que merecen reconocerse y subrayarse. Desde 2014 se manifestaron cuestiones que facilitaron la irrelevancia y el declive de Unasur: a) el gradual desinterés de Brasil –durante el segundo mandato de Dilma Rousseff primero y aún con la breve presidencia de Michel Temer después– de invertir recursos diplomáticos en América del Sur; b) la desafortunada elección del ex presidente Ernesto Samper al frente de la Secretaría General de la Unión de Naciones Suramericanas; c) la acefalía en la conducción de Unasur desde principios de 2017 en medio de distintas estrategias simultáneas de diferentes países destinadas más a la obstrucción de candidaturas que al logro de un candidato de consenso; d) el fracaso de las gestiones de buenos oficios auspiciadas por Unasur con la participación de los ex mandatarios José Luis Rodríguez Zapatero, Leonel Fernández y Martín Torrijos, ante la profundización de la crisis en Venezuela en el marco de irresponsabilidades compartidas por parte del gobierno y de la oposición; e) el establecimiento del llamado Grupo de Lima en agosto de 2017 con el fin de debilitar, cercar y aislar al gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela; f) la mediocre presidencia pro témpore de la Argentina entre abril de 2017-abril 2018 que nunca citó una cumbre de mandatarios, de cancilleres o de ministros de Defensa; g) la suspensión de la participación de la Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Perú y Paraguay en el bloque sudamericano justo cuando la presidencia pro témpore pasaba a Bolivia; y h) la salida definitiva de Colombia (agosto 2018) y Ecuador (marzo 2019) del mecanismo de concertación.
En breve, el comportamiento concreto de la mayoría de los participantes de Unasur llevó a su descrédito y ocaso. Es como si los principales protagonistas hubieran optado, contra sus intereses de largo plazo para sostener un ámbito de acción conjunta con una voz unificada ante cuestiones regionales y globales, por una lógica de corto plazo dictada por cálculos político-electorales domésticos y por imaginar la quimera de una presunta “relación especial” individual respecto a Estados Unidos.
La sepultura de Unasur –a la que, repito, muchos contribuyeron– se materializó con la propuesta de los presidentes Piñera y Duque (foto) de crear Prosur. El cónclave de hoy 22 de marzo en Santiago de Chile será el lanzamiento formal de esta iniciativa; iniciativa bastante inoportuna, aún ambigua y que parece una nueva fuga hacia adelante del multilateralismo regional que se caracteriza por su alta formalización y baja institucionalización. En los escasos pronunciamientos de sus proponentes se ha invocado que el propósito principal es la “defensa” de la democracia y de la economía de mercado, al tiempo que se ha puesto de manifiesto su vocación expresamente ideológica como producto del avance de las derechas y el retroceso del progresismo en el área.
¿A qué apunta esta propuesta todavía indefinida? Se inscribe, de algún modo, en un cambio de eje geopolítico del Atlántico al Pacífico en momentos en que el gobierno de Donald Trump acentúa los elementos de contienda, en desmedro de los de colaboración, en relación a China. Dos actores medios de la región –Colombia y Chile– aprovechan el vacío de dirección y credibilidad del Brasil de Bolsonaro y de la desorientación estratégica de la Argentina de Macri. Es sorprendente que el otrora poderoso eje Buenos Aires-Brasilia haya quedado supeditado a las confusas aspiraciones de Santiago y Bogotá. Los postulados de corte neoliberal de los convocantes parecen generar una adhesión inmediata como si ello fuese funcional a un modelo de desarrollo productivo, inclusivo y competitivo de la región en medio de fuertes polarizaciones a nivel de todos los países de América del Sur. Habrá que ver, asimismo, en que traduce la idea de “defensa” de la democracia y de la economía de mercado.
La actitud hasta ahora poco constructiva –en el sentido de la ausencia de un aporte concreto a salidas pacíficas– de los participantes del nuevo foro respecto a la angustiosa crisis venezolana, la resignada aceptación sin cuestionamiento a las sanciones materiales impuestas por Washington a Caracas y la desconsideración de alternativas exploratorias de diálogo político como las sugeridas por el Mecanismo de Montevideo (México y Uruguay más el Caricom), el Grupo Internacional de Contacto para Venezuela (involucrando países de Europa y Latinoamérica) y aún por el Vaticano, insinúan que Prosur está más inclinado a seguir al Norte que mirar al Sur.
En síntesis, asistimos a la inauguración de otra experiencia de comunidad sub-regional que sin un mínimo balance del precario estado de la integración en el área, se auto-postula como una modalidad novedosa de aglutinación a pesar del sesgo ideológico que lo caracteriza. Y lo hace en momentos en que Estados Unidos vuelve a proclamar la vigencia de la vetusta Doctrina Monroe y usar el discurso propio de la “diplomacia de las cañoneras”.
Juan Gabriel Tokatlian: Profesor plenario de la Universidad Di Tella.