Con el segundo Plenario Nacional de Ciencia y Técnica (el primero fue realizado en Córdoba), se reanudaron las acciones públicas de los diversos gremios y agrupaciones de científicos. La cita fue en la explanada del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva de la nación y se extendió desde las 9 hasta las 18 horas. Allí, los investigadores afectados se reunieron con el objetivo de concretar un plan de lucha nacional que permita continuar con la movilización iniciada en diciembre pasado. El propósito de máxima es solucionar la situación laboral de los 508 investigadores que, pese a haber sido evaluados positivamente en todas las instancias de exámenes, aún no fueron incorporados a Conicet ni reubicados en instituciones universitarias y otras dependencias, como estipulaba el acuerdo firmado el 23 de diciembre. Por su parte, las autoridades convocaron a la apertura de la Comisión Mixta de Seguimiento y propusieron el 9 de febrero (a las 11 horas) como el próximo escenario de encuentro.
Dentro de las principales líneas de acción, los científicos señalaron la necesidad de frenar el ajuste presupuestario en el área, y concretar una serie de reivindicaciones vinculadas al recorte en el número de las becas doctorales y postdoctorales asignadas, la recomposición salarial, la defensa de los derechos laborales para los becarios de investigación y un convenio colectivo de trabajo. Además, una de las principales novedades fue la conformación de la Red Federal de Afectados/as por los despidos: un logro inédito constituido de diciembre a esta parte. La Red redactó un pliego de reivindicaciones laborales para presentar ante las autoridades del sistema científico durante la próxima reunión.
“Nuestros papers no están en Panamá”
Desde bien temprano, en Godoy Cruz 2320, se agruparon cientos de investigadores que, entre saludos y abrazos, aprovecharon los vacíos que dejaba el edificio del Centro Cultural de la Ciencia para colgar sus banderas con diversas consignas. Allí, pudieron observarse frases tradicionales, generalistas y llanas como “No al ajuste”, ironías del tipo “Nuestros papers no están en Panamá”, así como también enunciados potentes y sintéticos como “Investigar es trabajar”. A la sombra de un sol espeso y aproximadamente a las 11 horas comenzó la ronda de discursos que los delegados regionales ensayaron.
A su turno expusieron sus ideas los referentes de ATE Conicet, del Movimiento Socialista de Trabajadores, Becarios Empoderados, Jóvenes Científicos Precarizados, Científicos y Universitarios Autoconvocados, y los representantes provinciales de Buenos Aires, Tucumán, Santiago de Estero, Salta, San Luis, Mendoza, San Juan, Córdoba y Santa Fe, entre otras. De esta manera transcurrió la maratónica jornada (de 9 horas) que combinó exposiciones e intercambios, música de apertura y cierre (con la habitual hegemonía del Indio Solari), y la distribución de bebidas frescas para superar el calor.
Para ser justos con el diagnóstico: la historia de los que luchan siempre es mucho más atractiva. Y resulta que los científicos en Argentina han aprendido a marchar sin retroceder. Porque cuando los pasos son acumulados de esa manera levantan polvo e imprimen huellas. En febrero de 2017, su posición emerge como una pequeña dosis de auténtica democracia, en medio de tanto decreto, decisión caprichosa, unilateral y cortoplacista. Una porción de oxígeno encarnada en un puñado de cuerpos, bocas que muestran los dientes y ensayan discursos encendidos que, finalmente, pese a ser expresados por un grupo de elegidos, condensan las aspiraciones de todos. Porque investigar es trabajar y eso, a esta altura, se constituye como axioma.
No da lo mismo pelear (por lo que se quiere y se merece) que no hacerlo. No da igual enfrentar los problemas que conformarse con las realidades. Salir de los laboratorios y las oficinas, arremangarse los guardapolvos, atarse la camisa a la cintura y discutir a plena luz del sol, que esperar recostados sobre los escritorios para ver qué ocurre. Discutir, argumentar y transpirar. Organizarse, generar consensos y reclamar justicia, entre todos y para todos. Porque si hay algo que puede rescatarse es que la ciencia es un acontecimiento y un fenómeno social. Un patrimonio colectivo, un derecho ciudadano.
Algunas veces, sin embargo, la paradoja es tan pesada que tiende a desanimar y a frenar la inercia. Sobre todo, cuando en la soñada “sociedad del conocimiento” se les cierran las puertas justo a aquellos que pretenden generar valor con sus cerebros. Así, de tan repetido el cuento termina por aburrir: la estabilidad laboral destaca como utopía y la flexibilización se naturaliza por su cotidianeidad, tan de carne y tan de hueso.
Toda lucha por el reconocimiento se levanta sobre dos columnas –que también son razones–. La primera es casi antropológica (por su positividad y su vínculo con el lenguaje y el poder) y emerge a partir del propio proceso de comunicar y hacer circular el argumento; un discurso que robustece la identidad de los actores al interior del propio sistema de relaciones establecidas y, al mismo tiempo, construye una identidad de grupo hacia el exterior. La segunda, un tanto más opaca y escurridiza: el propio acto de reclamo contribuye a erosionar las expectativas. La misma sensación de injusticia es la que enciende ese doble juego de acción y malestar. Porque cuando el reclamo es transparente, las explicaciones sobran. Porque la comunicación sin respuesta no es comunicación y porque la autojustificación desgasta y cansa, aunque afortunadamente no agota. Del mismo modo que los golpes sacuden pero no doblan, las voces se alzan hasta el cielo y las ideas se sostienen por horas.
No da lo mismo un país con científicos que uno sin ellos. No da lo mismo organizarse que no hacerlo. Construir precedentes es saludable, porque devuelve el oxígeno e inyecta una bocanada de vida. Esa electricidad que recorre el cuerpo social y que solo se siente en el preciso instante en el que se escribe la historia.