Nadia Mamaní hoy se reconoce abortera. Hace diez vivió en su propio cuerpo los miedos, la culpa y la desinformación de abortar en la clandestinidad. Tenía poco más de veinte años, vivía en La Quiaca y tuvo que cruzar a Villazón, Bolivia, para dar con un médico que aceptara lo que podía pagar. A inicios del 2013 se mudó a Neuquén, y en esa ciudad terminó de cursar en el Instituto de Formación Docente Nº 12. Ahí conoció a Belén, una compañera activista de La Revuelta que le contó: “Con la Colectiva acompañamos a mujeres en la decisión de abortar. Les damos información y estamos ahí con ellas al teléfono”. Y a los pocos días la invitó a que fueran juntas a reunirse en el shopping con una mujer que las había llamado. Había llegado a La Revuelta por el boca en boca y estaba muy decidida a interrumpir su embarazo. Después de algunas preguntas, la mujer llenó la protocola (como llaman a la recopilación de datos que se hace en privado), y para despedirla, Belén la abrazó. Ese encuentro produjo, además, otra posibilidad. Nadia le contó a Belén sobre su propio aborto. Era la primera vez que lo hacía con alguien que no era de su familia. Contarlo fue liberador, como un oasis en el desierto, donde el agua y la vegetación convierten la desolación en sostén. “Me hice el test de embarazo en un mercado y dio positivo. Cuando lo vi lo único que pensé fue: ‘Esto no lo quiero’. Estaba devastada, sin saber qué hacer”. En algún momento había escuchado  historias de abortos haciendo fuerza, o actividad física extrema. Se le ocurrió agarrar la bicicleta y subir pedaleando a uno de los cerros de La Quiaca, uno bastante empinado. Nadia subía y bajaba en bici, subía y bajaba y pensaba ‘de esta manera posiblemente tenga un aborto espontáneo’. Terminó muy cansada y con todo el cuerpo dolorido. “Mi plan no funcionó porque obviamente no se aborta de esa manera. Era el año 2009, yo tenía 21 años y cero registro de un montón de cosas”, cuenta.

La historia que Nadia contó a Belén –su propia historia– dio lugar a un sentimiento nuevo: el socorro era el lugar que reparaba en Nadia ese aborto inseguro, lleno de desinformación y miedos. “Me di cuenta de que quería ser para ellas, la mujer con la que me hubiese gustado encontrarme. Quería ser eso. Hacerles saber que hay otras maneras en que se puede abortar. Abortar acompañada, cuidada, respetada.” Así empezó a recorrer el camino socorrista. Un camino que rompe con la indiferencia, que nombra, que pone palabras e instala en el espacio público nuevos sentidos, que pone en práctica una acción concreta. 

¿Cómo eran las primeras reuniones a las que asististe?

–Nos reuníamos en el bar del centro de la ciudad. Los mozos nos veían subir las escaleras con mujeres y no se aparecían en todo ese tiempo. Parecía como que ya sabían que íbamos a hablar de abortos, teníamos folletos, calcos y todo lo que necesitábamos para desplegar el socorro. Cuando Ruth empezó a hablar de los controles post aborto, vi por primera vez un listado de médicos y médicas “amigables”. Habían venido varias mujeres y Ruth, que tiene esa manera pedagógica de explicar el folleto mientras hace bromas, sacó la hoja de amigables del sistema público y privado y una de las chicas descubrió que uno de los médicos era su tío. Nos miramos y reímos sobre la pequeñez del  mundo. 

Nadia acompañó telefónicamente a una amiga cercana. Ella en Neuquén y su amiga, junto con una compañera socorrista, en otra ciudad. A pesar de la distancia, el feminismo revoltoso las juntaba. “El  acompañamiento de mi amiga fue uno de los primeros que hice. Cuando terminó le pedí que hiciera una carga de crédito a la línea con la que se había estado comunicando, una especie de retribución para que ese teléfono celular al que las mujeres hablaban tuviera crédito”. 

¿Qué te aportó la experiencia del socorrismo? 

–Me cambió la vida, la manera de pensar, de sentir, de relacionarme y de habitar este mundo. Aprendí a no juzgar. Al principio me enojaba con las mujeres que abortaban por segunda vez, sentía que yo había fallado como socorrista en no haberle brindado la información para usar métodos anticonceptivos. Con el transcurso del tiempo y de oír muchas historias fui desandando ese camino. Los métodos anticonceptivos fallan. Pero en ese momento cuando una mujer volvía, me enojaba conmigo misma, sentía esa carga yo también. Tal vez porque no me permití volver a quedar embarazada, entonces quería igualar mi experiencia con la de ellas, pero ¿quién soy yo para igualar mi experiencia con la de las demás? Cada una vive el aborto como puede. El aborto medicamentoso no es para todas una experiencia traumática o una experiencia difícil, o complicada, o sufriente.

Los socorros son encuentros cara a cara con quienes deciden abortar, la mayoría grupales y en espacios públicos. Que sean grupales es una decisión política ya que ahí circulan saberes, miedos, dudas, emociones e ingenierías. “Al principio en La Revuelta los socorros eran solamente reuniones individuales, luego de unos años los hicimos grupales porque sacamos al aborto del closet”. Hubo momentos en que “las revueltas” salían corriendo detrás de las mujeres que necesitaban abortar: ¿quién puede?, ¿quién está disponible para acompañar? La decisión de reunir a dos o tres mujeres, al principio tenía como propósito optimizar tiempos pero luego vieron ahí una gran oportunidad para capitalizar saberes, compartir experiencias y encontrar en la otra a una par. “Hubo un desborde de mujeres que se pasaban el dato, ya no podíamos responder a eso de manera individual. Ahí vimos la potencia de que ellas se encontraran”. 

¿Qué pasaba?

–La potencia estaba en encontrarse con otras que están tomando la misma decisión. Se escuchan las diferentes razones, aunque nosotras no las pedimos. A veces son como pedidos de disculpas a ellas mismas. Están juntas en un lugar hablando con otras mujeres de aborto, al principio tímidas y reservadas, luego entran en confianza, se animan a preguntar, a reírse, se pasan los teléfonos y siguen comunicadas. Más allá de que existe una relación entre socorristas y socorridas, se crea otro vínculo entre ellas, otros lazos, otras amistades. 

¿Qué es para vos el feminismo socorrista?

–Sacar la culpa, el estigma, la carga negativa y pensar que los abortos pueden ser otras experiencias posibles, que no tiene que estar vinculado al sufrir, a la hemorragia, a la muerte. Una puede tomar esa decisión y hacerlo en la comodidad de su casa, en las condiciones que una quiera, acompañada por quien quiera en ese momento, o solamente acompañada por una socorrista que está al teléfono. Es vincularse con ese íntimo momento en el cual decidimos no seguir adelante con un embarazo y elegir otras maneras de vivir la vida. Es estar ahí construyendo feminismos situados, arriesgados y libertarios. Porque aunque tengas el folleto y te sientas segura, estar en ese momento abortando, a veces, genera inseguridad, temores y miedos, y es tranquilizador saber que tu socorrista está pensando en vos justo en ese momento.