“Le sostuve la mirada y a partir de ahí todo cambió”, dice Medea, la protagonista de Lo mejor de mi está por llegar. Acaba de enfrentar, por primera vez, a Jasón, su marido, y solo fue una mirada. Todo cambió, es cierto, pero ¿para bien o para mal? La obra, versión libre de la Medea de Eurípides escrita en el siglo V antes de Cristo, propone un viaje: la vida de la protagonista desde sus inicios felices en su La Limpia natal, su llegada a un Bragado que nunca la acepta y una resolución potente (y polémica) para intentar acercarse a una felicidad que siempre le quedó en el pasado, pero el deseo que la consume anhela que, al fin, esté por llegar. “Todos suponen que mejoró su vida pero solo ella, que lo está viviendo, sabe que eso la hace infeliz. El final de la obra habla de que quiere volver a ser niña, cuando la vida era mucho más simple. Puede barajar y dar de nuevo”, cuenta a PáginaI12 Jorge Acebo, el director, sobre el espectáculo que puede verse los domingos a las 17 en El Arenal Teatro (Juan Ramírez de Velasco 444).
La protagonista vive, feliz, en su pueblo. Una infancia idílica, que sin embargo respeta las jerarquías heredadas de la tradición rural. Esa felicidad empieza a desmoronarse cuando el doctor Jasón ingresa en su vida, primero como ilusión pero luego como tragedia. Y allí empieza su calvario: se convierte en extranjera, paria, esclava, loca. Solo la maternidad (en un punto, también obligada) resulta un bálsamo entre tanto sufrimiento. ¿Qué hacer cuando el propio deseo está subordinado a los intereses de otros? “Logró comprender que la que tiene que sostener su vida es ella”, reflexiona el autor, y reconoce que puede parecer “sarcástico” el título de una obra que trabaja con la Medea griega, pero defiende su versión. “La mejor versión de ella es cuando se reencuentra con ella misma porque no pudo ser feliz desde que irrumpió en su vida la obligación de tener que casarse con alguien”, compara, “como sigue sucediendo en algunos casos hoy.”
La obra fue escrita hace siete años, detalla Acebo, pero recién hace un año se decidió a dirigirla. “Venía trabajando el mundo de la mujer desde hace mucho, porque me tienta la sensibilidad de la actriz, lo femenino y lo que implica sobre el escenario”, explica el director. “Tener a la mujer en un escenario me parece algo muy potente”. El tema de la violencia de género, entonces, aparece de manera instintiva en el texto, y se actualiza en el marco de las luchas feministas que hoy marcan la agenda social y política. “Lo que le sucede está en el contexto de ser mujer, no pasa por ella el deseo de la lucha feminista”, analiza. “Cualquiera puede tomarlo como parte de la lucha, obviamente, pero no es un objetivo artístico. Es la historia de esta mina, que se sostiene como se sostienen tantos matrimonios, tantas familias, tantas cosas en estos días”, destaca.
La puesta en escena es absolutamente minimalista, sostenida por la excelente actuación de Florencia Galiñanes, que le pone el cuerpo al texto de Acebo y Juan Carlos Rivera. Un monólogo en el que sin embargo los demás personajes (su padre, su marido, sus hijos) aparecen claros en diálogos e interacciones imaginarias, y que encuentra apoyos y respiros en el trabajo en video de Nicolás Condito, que con una proyección sobre la pared de su cámara en mano aprovecha recursos cinematográficos para el teatro, como saltos temporales para ubicar a los espectadores en los distintos momentos de la historia, primeros planos en momentos específicos o el uso de imágenes para los flashback, recuerdos que Medea narra mientras la imagen los muestra; y la música en vivo a cargo de Maximiliano Pugliese, que acompaña las inflexiones del texto adaptando su trabajo al ritmo de Galiñanes.
La obra de Eurípides resuena en Lo mejor de mi… en varias dimensiones, desde una mujer que vive un exilio interno (entre Cólquide y Corinto en el caso griego, entre La Limpia y Bragado aquí) y que asume las riendas de su vida y transforma todo a su alrededor hasta la centralidad de las decisiones que toma para producir esa transformación.