Con la temática de la inclusión, conducción de Leonor Manso y Sergio Surraco, y destacados elencos de la escena porteña, se celebró un nuevo Día Mundial del Teatro en el Teatro Nacional Cervantes (TNC). Claudio Tolcachir y Constanza Maral leyeron los mensajes nacional e internacional, bloques habituales de esta jornada de celebración, y se sucedieron escenas de distintas obras que coincidieron en su calidad y en su capacidad de hacer reír y conmover al público, que accedió al coliseo ayer por la noche de manera gratuita. La sala María Guerrero se encontraba colmada.
El encuentro lo organiza el Centro Argentino del Instituto Internacional del Teatro (ITI). El Día Mundial del Teatro se celebra todos los 27 de marzo en más de noventa países. En Buenos Aires solía organizarlo el director Francisco Javier, secretario del Centro por 40 años, fallecido en 2017. Anoche se le dedicó un aplauso.
El mensaje que leyó Tolcachir, de la autoría del director cubano Carlos Celdrán, fue una suerte de oda a los maestros de la disciplina. Poderosamente escrito, destacó el “momento de encuentro con el otro en la oscuridad del teatro, sin más protección que la verdad de un gesto, una palabra reveladora”. “Con esos momentos únicos construyo mi vida, dejo de ser yo, de sufrir por mí mismo; entiendo el significado del oficio: vivir instantes de pura verdad efímera, donde sabemos que lo que decimos y hacemos es cierto. Refleja lo más profundo y personal de nosotros”, continuó leyendo el dramaturgo, docente y director de la compañía Timbre 4.
Un torbellino de energía grupal se apoderó luego del escenario. Los actores de Tierra partida, lo demás no importa nada, con dirección de Marcos Arano y Gabriel Graves, hicieron estallar en carcajadas al público, al bromear, en un comienzo, con la inclusión del teatro independiente dentro del oficial. El presente político también atravesó este pasaje. Y después comenzó una escena con la temática de los pueblos originarios. En una tónica distinta, pero también con el humor como herramienta para digerir lo más doloroso, el festejo siguió con otro grupo: el de la celebrada Mi hijo sólo camina un poco más lento (del croata Ivor Martinio y dirigida por Guillermo Cacace), que dejó expuestas las exclusiones que sufren quienes poseen discapacidades físicas, carecen de belleza o transitan la tercera edad.
Como vehículo de las palabras de Celdrán, Tolcachir había hablado de la precariedad en el ámbito del teatro, y lo había definido como el “viaje hacia el instante y el momento. Hacia el corazón de los semejantes”. El teatro apunta a “emociones y recuerdos”, la “conciencia cívica, ética y humana”, la “subjetividad”, “el imaginario”. Celdrán dice en su texto que no precisa moverse de dónde está: “Porque tengo el secreto de la velocidad”.
El mensaje que le tocó leer a Maral, perteneciente al dramaturgo neuquino Alejandro Finzi, tuvo bastante que ver con aquello, aunque agregó otros condimentos. Por ejemplo, el insuficiente apoyo del Estado que reciben los teatristas. “El teatro es un bien cultural que nos pertenece a todos por igual, sin distinción ni diferencias. Nuestra labor es precaria, se nutre de la resistencia y de convicciones. Somos profesionales, porque estudiamos siempre, exploramos soluciones y buscamos en los bolsillos flacos la alegría imprescindible para el día siguiente. El teatro es peligroso. Nos dice que cada cual es un hondo misterio. Por eso será la manera que tiene la historia humana de tomar conciencia de sí misma”, expresó Maral.
La inclusión en distintos ámbitos –desde el familiar al comunitario– hiló todo el relato, con curaduría de Ana Seoane y Carlos di Pasquo. En Absurdo criollo, la única de las obras que no estrenó de las que se presentaron anoche, un gaucho recorrió, en compañía de un guitarrista, el tópico de la inmigración. Este espectáculo es también dirigido por Arano y Graves. Hacia el final se vio otro fragmento de un trabajo de la dupla, la premiada Vientre, el hueco de dónde venimos. Allí las mujeres coparon la escena, ya que la obra aborda la resistencia y la lucha de mujeres latinoamericanas, a través de figuras históricas y también desde la comicidad. Fue una plataforma que habilitó la mención del reclamo por la legalización del aborto y el deseo compartido por muchos de que las mujeres puedan decidir sobre sus propios cuerpos.
Millones de segundos, de Diego Casado Rubio, instaló otro clima: la obra está inspirada en una historia real de un adolescente transexual con síndrome de Asperger, con una aplaudida actuación de Raquel Ameri. En una pequeña muestra de Sagrado bosque de monstruos, con concepto de Oria Puppo y Alejandro Tantanian –director del TNC–, Marilú Marini se metió al público en el bolsillo. El cierre estuvo a cargo del pianista Víctor Simón, y de Luis Longhi y su álter ego Mario Cárdenas, personaje que canta tangos. Antes de cada escena, Manso y Surraco se dedicaban a leer el listado completo de las personas que ocupaban los distintos roles que hacen al hecho teatral, tal vez para graficar su dimensión colectiva. De nuevo en la sala María Guerrero –el año pasado el evento había sido en la Orestes Caviglia, más íntima y pequeña–, el encuentro permitió a los espectadores encontrarse con el secreto de la velocidad desde la butaca.