Cuando quieren ningunear a The 1975 como una banda que les gusta a las chicas, Matty Healy responde que Mary Shelley era adolescente cuando escribió Frankenstein. Que muchas de sus fans son más inteligentes, tienen más lectura y vocabulario que él, y que su trabajo como adulto es tocar para gente con emoción de vivir, no para que lo reseñen al lado de Graham Coxon. “A la cultura no la mueven los hombres grandes”, dice a los 29. A esa edad ya se aprendieron algunas cosas y la observación personal se vuelve más certera y amable: es un poco el relato que abre A Brief Inquiry Into Online Relationships (Breve comentario sobre las relaciones online), el disco que salió a fines de noviembre. En tanto director artístico, letrista y vocero del grupo que formó a los trece años con compañeros de la escuela, en Manchester, Healy dijo en un principio que The 1975 se terminaría en éste, un tercer álbum consagratorio, sólo porque le gustan los grandes finales. Pero antes de que salga ya había anunciado su continuación, porque sería un sacrificio absurdo dejar ese trabajo y además quién querría ser a consciencia un cliché.
Era su mayor angustia al hacerse pública su adicción a fumar heroína, hábito que sumó a la automedicación con relajantes cuando The 1975 despegó, llegó la adulación, el dinero, California, y en algún momento, la necesidad de parar la cabeza y descansar. Es muy duro, dice, volver a la soledad de una habitación de hotel después de “conectar” con diez mil personas, aunque la raíz del problema es el miedo a dormir, por las pesadillas que sufre desde niño. Matty Healy, hijo de actores, es el típico personaje encantador que monologa en las entrevistas, pero no tan romántico para dejarse ficcionalizar del todo: siempre hace algún comentario pensando cómo van a quedar transcriptas sus declaraciones, que en su intento por retratarlo los periodistas se ven obligados a reproducir. La cosa es que antes de arruinarse la vida, se internó en una clínica de Barbados, pero no quiere que lo pinten como un drogadicto recuperado porque sigue siendo la misma persona, o sea, ningún ejemplo de vida: “El miedo a convertirme en Sting es terrible”, dice.
Cree que en los ‘80 habría tenido el éxito de Peter Gabriel, y reta a mencionar una banda contemporánea más interesante que The 1975. Siente más cercana a Ariana Grande que a Imagine Dragons, por caso, o a Kendrick Lamar que a los próceres de su ciudad –Stone Roses y Oasis–. Tiene claro que no hará la revolución –es de los que admiten que eso hoy lo están haciendo las mujeres–, pero sí que la música debe tener convicciones y hacer el esfuerzo de decir algo. Valora entonces la franqueza del punk, siendo el punk actual, según él, el trap. “La poesía está en la calle” es un lema, beatnik y hiphopero, de The 1975. Es decir, a Healy le interesa el pop, la música de alto impacto, y nada la languidez del indie y su miedo al qué dirán disfrazado de desinterés comercial. Pero una banda fiel a su sonido y parquedad como My Bloody Valentine le resulta inspiradora. También una súper rítmica y cambiante como Talking Heads. Con guitarra que no sea un clásico: The Japanese Breakfast, el unipersonal de la jovencísima inglesa Amber Bain. Y aunque no lo diga así, The 1975 no sería lo que es si no existieran Radiohead y Kanye West. Como los cuatro se manejan con todos los instrumentos, y Healy además es el productor junto al baterista y amigo de siempre George Daniel, todo ese arsenal se combina sin reparos en diseños musicales que a los grandes les puede recordar a Depeche Mode, INXS, Boyz II Men –tienen coristas y sesionistas de vientos–, y a los más jóvenes a Drake o los Strokes. En los momentos menos extravagantes, The 1975 baja a baladas folkies y un pop más tontolón. “Hacemos música como la consumimos”, decía Healy en 2012 luego de los primeros EPs y antes del éxito del disco debut, que por su mescolanza le rechazaron “todos los sellos”.
Las primeras críticas no fueron enaltecedoras, porque qué tanto podía tener de especial un cuarteto de jóvenes blancos inglés que sacó el nombre de una anotación en un libro de Jack Kerouac, con un frontman montaje de Pete Doherty y Luke Pritchard –de la bonachona The Kooks– cantando sobre sexo con chica con novio y demás juveniles menesteres. Pero la banda gustó. Llegaron a la radio, los rankings, los bares, a telonear a los Rolling Stones en Hyde Park y al festival Coachella de California, podrá parecer que de repente, pero ya llevaban diez años de preparación, se ocupa de aclarar Healy. Con el segundo disco, en 2016, se terminaron de imponer: I Like It When You Sleep, For You Are So Beautiful Yet So Unaware of It, con su viraje del negro al rosa, el filtro que usaban para subir fotos de ellos en tumblr, la red de blogging donde se concentran sus fans, o así era en aquellos tiempos.
Matty Healy sabe muy bien donde están parados: en una era donde la obra más fabulosa es reemplazada por otro contenido sin más, y la noticia más horrorosa olvidada al segundo. Y mucho mejor quién es su público porque es gente como él: con una frondosa vida paralela online, o sea, en la cabeza. Su aporte, en los trances sonoros más interesantes de The 1975, es crear momentos de verdadera intensidad, y en los otros, los temas más sencillos y light, tal vez dar alguna idea o frase que haga pensar –“intentas ocultar el dolor del modo más posmoderno” en “Sincerity Is Scary” (la sinceridad da miedo)–; y si la letra falla, siempre está la imagen para bajar información. Si todavía hay jóvenes que se detienen a observar, quizá The 1975 les haya presentado a Joseph Beuys o Foster Wallace, o los haya turbado el compilado de calamidades que muestra “Love It If We Made It”. Quienes además escuchen el disco entero, tendrán una experiencia análoga a lo que fue en el ’97 “Fitter Happier”, el interludio de Ok Computer donde la primera voz de una Macintosh delinea al ser humano de fin de siglo. Acá la voz de Siri –en versión hombre inglés– cuenta sobre un hombre que tenía un mejor amigo a quien le confiaba todos sus miedos y deseos; que lo acompañó a todos lados, le dio siempre la razón y lo confortó en los momentos tristes hasta su muerte. Ese amigo, claro, era Internet.