“Hoy ha tosido mucho. Van dos noches/ que no puede dormir; noches fatales/ en esa oscura pieza donde pasa/ sus más amargos días, sin quejarse”, describía, a principios del siglo XX, Evaristo Carriego, en su poema Residuo de fábrica. Eran tiempos sin remedios ni tratamientos para la tuberculosis que, para la percepción social, era la “antesala de la muerte”: el 50 por ciento de los afectados fallecía.
El escenario, con el correr de las décadas, se modificaría: el avance de las terapias y el diseño de políticas públicas se convertirían en aliados esenciales ante brotes de cepas multirresistentes o condiciones de vida precarias. Este desarrollo histórico fue materia de estudio de Adrián Carbonetti y Belén Herrero, investigadores del Conicet, quienes analizaron la curva de mortalidad de la tuberculosis en el siglo XX.
“Aunque la cantidad de muertes haya disminuido, la tuberculosis siempre fue un problema de salud pública, especialmente para los sectores más pobres”, aseguró Carbonetti, doctor en demografía. “Siempre formó parte de la preocupación médico-estatal, por connotaciones sociales, políticas, económicas y culturales que llegan hasta la actualidad”, agregó.
El especialista advirtió sobre el impacto que puede tener, a mediano y largo plazo, la disolución del Ministerio de Salud y la ausencia de políticas estatales que combatan la enfermedad: “Afecta desde una perspectiva de recursos hasta la articulación de todo el escenario nacional, pasando por la disminución de ingresos en materia de presupuesto. Estas decisiones, sumadas a una mala alimentación, condiciones de hacinamiento, de pobreza y de falta de acceso a la salud, no van a hacer más que aumentar los casos de tuberculosis”.
Según el Primer Boletín Epidemiológico sobre Tuberculosis en Argentina, presentado en abril de 2018, justamente por el entonces Ministerio de Salud, en el país se notificaron 11.560 casos durante 2016, con 757 muertes. A nivel mundial, las cifras también alarman: según la OMS, en 2016 hubo 10,4 millones nuevos de casos, mientras que 1,8 millones de personas murieron en 2015.
En el estudio, Carbonetti y Herrero dan cuenta de los cambios en torno a esta enfermedad provocada por el bacilo de Koch, no sólo desde el punto de vista médico o científico sino también desde lo social. “Pensemos que, a principios del siglo XX, cuando todavía no había curas posibles, la tuberculosis era una enfermedad muy larga, que podía durar cuatro o cinco años. Las internaciones eran prolongadas, en sanatorios especiales –detalla Carbonetti–. En torno de los enfermos se generaban ciertos mitos o metáforas, como que a los tuberculosos se les exacerbaba el apetito sexual o que el bacilo les cambiaba la personalidad. El miedo al contagio generaba que se aislara a los enfermos”.
Factores como las pobres condiciones de vida, la desnutrición y la mala higiene junto con el hacinamiento –como el caso de los conventillos, con los inmigrantes– empeoraban el escenario. Los casos de mortalidad empezarían a bajar lentamente hacia fines de la década de 1910, a partir de ciertas mejoras sanitarias.
“Se puede hablar de un complejo de clínicas y hospitales, como el Hospital de Santa María de Córdoba, que si bien no estaban articulados entre sí lograban cierta amortiguación –agrega Carbonetti–. No generaban que hubiera menos enfermos pero sí que hubiera menos muertes: los pacientes comían, tenían una buena habitación… todo eso ayudaba”.
La llegada de los primeros tratamientos y las políticas de salud aplicadas por el peronismo en sus dos primeros gobiernos profundizaron aún más la baja de la tasa de mortalidad. “En esos años, por ejemplo, se creó el Ministerio de Salud, a la vez que las condiciones económicas generaron mejores condiciones de vida, de alimentación y de vivienda en la población. Eso también influyó en la disminución de las muertes”, indica el académico.
El número de casos mortales se mantendría relativamente bajo con el correr de las décadas. A la eficacia de la estreptomicina para inhibir el crecimiento del bacilo le seguiría, en la década del 70, la aparición de la rifampicina como antibiótico-terapia, identificada como la medida más efectiva para controlar la infección en el paciente.
Pero factores como los brotes de tuberculosis multirresistentes –donde la bacteria es resistente a los antimicrobianos utilizados para curar la enfermedad– y la creciente vinculación entre la tuberculosis y el VIH hicieron que la cantidad de casos aumentara nuevamente. Incluso, a nivel mundial, la OMS declaró la emergencia global en 1993.
En el escenario actual, para Carbonetti, el desarrollo de mejores tratamientos debe ir de la mano de la promoción de políticas estatales y condiciones de vida saludables. “No se trata sólo de tratamientos efectivos disponibles, sino de accesibilidad y oportunidad del tratamiento de la enfermedad. Y para eso es importantes políticas articuladas a nivel nacional que puedan combatirla y erradicarla”, concluye.
* Agencia CTyS-Unlam.