Cambiemos nos tiene acostumbrados a sus frases altisonantes. Que se acentúan a medida que pierden la compostura, la paciencia o los domina la angustia. Ese susto lacerante crecientemente los devasta. Tienen miedo. No hay una que les salga bien. Entonces se desbocan. Laura Alonso, una fervorosa macrista al frente de la Oficina Anticorrupción, dijo: “Atacan a Stornelli porque no pudieron meterle un tiro como a Nisman”. Cuánto odio hay en esta frase. Esto es más que la grieta. Es el abismo de la guerra. Que no es la continuación de la política por otros medios. Es la muerte de la política. Tan brutal y directa como ella es su compañera Carrió. Todos conocen a este personaje. Dominada por un fervor místico que la lleva a creer que habla con Dios y hasta que Dios le habla, se asume como la fiscal de la república y con derecho a condenar a todo aquel que le disguste. En un instituto que tiene y al que le ha puesto el nombre de Hannah Arendt le respondió a un cronista de calle de C5N: “Ustedes son todos delincuentes”. Algunos de los suyos trataron de atenuarla: “Los trabajadores no”. Entonces centró la furia en el dueño de ese canal rebelde: Cristóbal López. Se sacó los anteojos negros y con actitud desafiante dijo: “Yo lo metí preso. Y yo puedo mirarlos de frente, ellos no”. A la salida, el periodista de C5N le pregunta: “¿Hace mucho que no lo ve a D´Alessio?” Y la líder de la Coalición Cívica decidió ignorarlo. Esta mujer es increíble. Sólo el desvarío místico que la posee explica sus frases retumbantes, sus gestos altaneros y algo que la alienta en sus actos que se parecen a la venganza más que a la justicia. En cualquier momento se volverá contra su aliado Macri, como ya lo ha hecho. Es la que probablemente rompa a Cambiemos. Hoy es una tendencia apartarse de esa organización gubernamental. Los radicales de Córdoba ya lo hicieron y se nota en varios periodistas un afán por despegarse de la yeta que encarna el iracundo presidente.
Macri cabalga sin estribos porque los perdió desde su discurso del 1º de marzo. Desde ahí alza la voz, golpea la mesa, muestra los dientes. ¿Qué le pasa? ¿Tantos malos modales porque va a perder las elecciones? La culpa es suya. Se la podrá cargar a los setenta años de peronismo (como gusta decir), pero se trata de una frase absurda. En esos setenta años el peronismo estuvo proscripto durante dieciocho. Luego vino la dictadura, con un pre-Macri como fue Martínez de Hoz. ¿También el peronismo es culpable por los dislates neoliberales de la economía videlista, o por la Convertibilidad de Cavallo? Que, nadie lo olvida, fue implementada durante el gobierno neoliberal de Menem-Alsogaray. Caramba. Qué mala fe. Es tan disparatado hablar de los fracasos de los últimos setenta años como afirmar que el equipo de gobierno es el mejor de los últimos cincuenta años. Pero Macri ya no sabe cómo descargar su ansiedad. A Majul le dijo que hay que destituir al juez Ramos Padilla. ¡Un presidente pidiendo la destitución de un juez! De no creer. Luego, en un discurso ante los suyos, dijo que estaba “caliente”. “¿Quién no quiere crecer?”, se preguntó. Pero ocurre que para Macri lo que debe crecer es la macroeconomía. “Primero lo básico, las estructuras”, dijo. Ni eso ha logrado. El país está endeudado, el dólar a 43 pesos y el default a la vista. Un país crece cuando crece su industria. Una industria crece cuando hay un mercado interno consumidor. Existe un mercado interno consumidor cuando hay buenos salarios. Este es el capitalismo que quería Adam Smith. Y Keynes, desde luego. Todo lo demás es gobernar para los que más tienen.
Entre tanto, el juez Alejo Ramos Padilla está a punto de develar la completa trama mafiosa en la que este gobierno de republicanos se ha enlodado. Cada vez tiene más apoyo. Su exposición ante la Comisión Bicameral del Congreso que sigue los servicios de inteligencia dejó alelados a los diputados del oficialismo. Ya nadie desconfía de Ramos Padilla. Salvo la inefable Carrió, que le deseó la muerte. A él, a Aníbal Fernández y a otros. “Están muertos”, dijo. “Que vayan pasando al depósito.” Que una persona religiosa diga una brutalidad semejante, y sobre todo en la inminencia de otro 24 de marzo, sólo se explica por el odio. Están todos calientes, se desbordan, pasan los límites. Pobre gente. Y todo porque van a perder una elección.