Fueron miles y no importa realmente el número. Sí que una marea humana convergió durante horas sobre la Plaza de Mayo siguiendo el camino que, a primera hora, emblemáticamente trazaron Madres y Abuelas. Y las columnas surgieron de aquí y de allá, con distintas estéticas, diferentes colores y perfiles políticos. Otros y otras se sumaron espontáneamente, como personas, como grupos, como familias. Pero eso poco interesa cuando se trata, como cada 24 de marzo, de expresar el sentir común de un pueblo que está dispuesto a seguir construyendo su futuro, con capacidad de lucha y sin resignaciones.
Las banderas se impregnaron con el aroma de los choripanes que, en este caso, sortearon proscripciones municipales. Los cantos y las consignas, unos y otros, se compendiaron en el bullicio y sobre todo, en el estruendo de los bombos que, sumados, entonaron melodía popular.
Es el clima y el sentir distintivo de los 24 de marzo. Igual a tantas otras manifestaciones populares, pero siempre único e inconfundible. Porque todos esos colores, aromas, sabores y decires, constituyen la síntesis de una voluntad popular que se asume como historia común, a pesar de las fracturas que generan los propios disensos y por encima de estos.
Como en otras ocasiones, el 24 de marzo sumó abuelos con hijas y con nietos. Abuelas con hijos y nietas. Todo en absoluta paz y armonía. Quizás porque ese es el clima más favorable para transmitir vivencias, producir enseñanzas. Es acaso la expresión de una pedagogía popular de la vida que tiene la capacidad de educar y de aprender, de entre aprender, a través de las generaciones.
Por eso la marcha y la plaza de la “Memoria, verdad y justicia” se engalanaron ayer con las pinceladas de los artistas, los grafitis espontáneos, los carteles improvisados que recogiendo la consigna histórica sin embargo no olvidaron los reclamos de hoy, incluyendo el repudio a quienes ahora, por amnesia o por cinismo, pretenden desandar los derechos conquistados y hasta borrar sus huellas. Por eso en muchos cartelas y banderas y junto a los pañuelos de las Madres, flamearon también las inconfundibles pañoletas verdes de indubitable significado.
Quizás más que nunca, por las circunstancias que atraviesa el país, pero también porque esto se hace más evidente a medida que nos alejamos del momento histórico de la dictadura militar, cada 24 marzo, con su marcha y con su plaza, enuncia un espacio de síntesis entre generaciones. Son los abuelos y las abuelas, los padres y las madres, hijas e hijos, expresando con su presencia colectiva, poniendo sus cuerpos para manifestar y, de esta manera seguir construyendo una historia común. No solo para decir de dónde venimos, sino para vivir el presente y proyectarse al futuro a través de la práctica de la participación que constituye a un pueblo a través de sus generaciones.
En ese y en todos los sentidos la plaza del 24 de marzo fue ayer un espacio de síntesis, porque es armoniosa polifonía, el lugar del disenso y del encuentro, de la diversidad y de la unidad en la diferencia de un pueblo que quiere ser protagonista de su destino.