León tenía 15 años cuando, en 2007, conoció a Eduardo Lorenzo, sacerdote y capellán general del Servicio Penitenciario. Ese año, según denunció León (nombre ficticio para preservar su identidad), Lorenzo comenzó a abusar sexualmente de él y de otros 3 jóvenes que formaban parte de un grupo misionero en Gonnet, La Plata. En mayo del año siguiente, sus padrinos llevaron el caso al arzobispado y pidieron su intervención. Tres meses después, decepcionados ante la falta de respuestas, realizaron la denuncia judicial, que finalmente fue archivada “porque nos dijeron que no había actividad probatoria que justificara seguir con la causa”, contó el padrino de León. Ahora, vuelven a la carga con el reclamo para desarchivar la causa.
“Pedimos que se tomen las medidas periciales, testimoniales y documentales necesarias. En su momento no se hicieron pericias de León ni de las otras víctimas. Tampoco del abusador. Se tendría que haber hecho, además, una inspección del hogar y de la casa parroquial donde ocurrieron los abusos. Nada de eso se hizo”, subrayó Julio César Frutos, padrino de León, con la esperanza que finalmente su ahijado sea escuchado.
El caso de León fue difundido la semana pasada por la revista La Pulseada. Frutos y su esposa Adriana conocieron a León cuando tenía 12 años y vivía en situación de calle.
Por decisión de un juez de menores, León comenzó a vivir en el hogar “Esos Locos Bajitos” (508 y 10) de Gonnet, en el que permaneció durante un año y medio, y después fue traslado al hogar “Los Leoncitos”, en la misma localidad, que estaba –ya no existe– sobre el camino Centenario y dependía de Cáritas diocesana.
León formaba parte de un grupo de misioneros que colaboraba con la Iglesia Inmaculada Madre de Dios, de la que dependía el hogar, cuando, en abril de 2007, conoció a Eduardo Lorenzo.
“Él estaba recontento con el grupo, eran chicos que se juntaban a tocar música, que salían a misionar”, recordó Frutos. “Pero en un momento dado Lorenzo saca a 4 jóvenes de entre 15 y 16 años del grupo, entre ellos León, y los hace formar parte de su núcleo íntimo. Ahí empezaron las reuniones”, recordó Frutos. Esas reuniones se llevaban a cabo en la casa parroquial, “que estaba dividida en piso de abajo y piso de arriba pero Lorenzo le pidió a la persona que vivía arriba que se fuera, porque iba a necesitar ambos espacios. Se quedó él solo con la casa y le puso rejas, cámaras, portero eléctrico. Armó un espacio al que solo tenían acceso él y los jóvenes de este grupo reducido”, agregó. Durante el verano, la misma situación se repetía en una quinta de vacaciones de Villa Elisa.
León, ahora de 28 años, vive con mucho dolor el recuerdo de esas reuniones. “Nadie podía decirle que no, nadie podía contradecirlo porque era muy agresivo. Te llamaba a cualquier hora, no tenía horarios. Un compañero dormía con él, era como su pareja: hablaban sobre intimidades que hacían entre ellos durante la noche. Después todo empezaba con mediciones de cómo era el (pene) de cada uno, quién lo tenía más grande, de qué color. Quería que estemos con él o con su compañero (un hombre ciego, también cercano a los 50 años, que aún no fue reconocido)”, contó León. “Yo confiaba mucho en él. Todo se me desmoronó, me tiró todo para abajo. No llegué a tener relaciones íntimas con él pero hubo manoseos, me tiró al piso, me tocó”, agregó León.
“Jugaba con la necesidad de la gente, nos mostraba la caja fuerte. Teníamos que ser sus esclavos”, recordó. “Hacía dos papeles, uno frente a los jóvenes pobres y otro frente a los ricos. A mi me trataba como a una basura”, agregó.
Luego de varios intentos por irse del grupo, y ante las presiones de Lorenzo para evitarlo, León tomó un cuchillo tramontina y se autolesionó con cortes en ambos brazos. Así fue como Julio y Adriana, sus padrinos, se enteraron por lo que el joven estaba pasando. “Ese fue el último día que lo vi cara a cara. Me sacó del hogar, sin preguntarme, y me llevó a comer. Me dijo que yo tendría que haberme matado (por los cortes). Estaba asustado, porque se daba cuenta de lo que iba a pasar. Mencionaba sus contactos en el poder. Me ofreció plata, un auto, todo lo que quisiera. Quería comprar mi silencio”, recordó León. Después de ese día, sus padrinos lo sacaron del hogar, lo llevaron a su casa y luego le alquilaron un cuarto en una pensión.
Según contó su padrino, además de estos cuatro jóvenes de Gonnet hay otras víctimas que tuvieron que soportar los abusos de Lorenzo y aún no se animan a hablar.
El año pasado, luego de varios años de silencio por parte de la Iglesia, Frutos presentó un pedido de informe al Arzobispado. “Me dijeron que habían agotado la investigación y que en ningún momento llegaron a la conclusión que hubiera conductas sexuales reprochables del cura, pero que así y todo le habían puesto una reprensión canónica invitándolo a que evitara conductas equívocas”.
La semana pasada, Frutos y su abogado, Juan Pablo Gallego, que también asiste a las víctimas por las cuales Julio Grassi fue condenado por abuso sexual, se presentaron nuevamente ante la justicia para pedir por el desarchivo de la causa. “Pedimos que se tomen las medidas periciales, testimoniales y documentales necesarias”, explicó Frutos. “Y pedimos que se tome a Lorenzo como imputado, porque en la carátula de la causa no figura ni el delito ni el imputado”, agregó.
Lorenzo fue confesor de Grassi y de Christian Von Wernich. En diciembre, el arzobispo de La Plata, Víctor Fernández, había intentado trasladarlo a una iglesia de Tolosa pero un grupo de padres del Colegio Nuestra Señora del Carmen –lindero al templo– se organizó y logró impedirlo. El brazo protector igual se extiende. Este domingo 24 de marzo, mientras miles de personas volvían de las plazas para recordar a los 30.000 detenidos desaparecidos durante la última dictadura, el Arzobispo Fernández celebró una misa en la parroquia de Gonnet junto a Lorenzo, a quien ratificó en su cargo 6 años más.
Informe: Azul Tejada.