El hombre del presunto exabrupto fue seminarista, se ordenó sacerdote y revistó en las filas ultraconservadoras de la iglesia, de la que terminó desertando por una falda, pero no de sotana sino de mujer. Para el gran público, Alejandro Geyer cobró cierta fama el sábado pasado, cuando en una entrevista a cuento de la marcha antiderechos que lo tiene por organizador deslizó que tal vez la niña tucumana violada por un adulto mayor podría haber querido “tener sexo a los diez años con el abuelastro”, y que, además, debía “llevar adelante su vida y la del ser gestante” (sic). Pero en ámbitos de altares y política no es un nombre desconocido. Tan claro es el perfil del organizador de la versión local de la “Marcha por la vida” que el año pasado, durante las audiencias informativas en el Congreso previas a la sesión en Diputados, expuso (y aseveró también allí que una niña de 13 años no debía interrumpir un embarazo) y articuló parte del lobby legislativo antiderechos. Fue él también quien se ocupó de gestar la alianza entre sectores reaccionarios de la Iglesia católica y sectores afines de los credos evangélicos, una arquitectura en la que comenzó a trabajar en 2017, recién regresado a Argentina tras dos décadas en Italia.
Desde el año pasado, Geyer tiende a presentarse como “licenciado” y asegura haber cursado estudios de filosofía. Dice también que es un ciudadano carente de toda adscripción confesional y aún ajeno a toda identificación con ONG alguna; tampoco se define como un laico.
Según pudo saber este diario por fuentes eclesiásticas, Geyer, como al menos uno de sus hermanos, abandonó un seminario porteño para continuar sus estudios en el Seminario de Paraná en tiempos en que aún regía esa institución el arzobispo, y vicario castrense entre 1975 y 1986, Adolfo Tortolo. A la muerte del confesor de Videla, parte del alumnado decidió abandonar Paraná y se repartió entre dos destinos: el de San Rafael, donde el obispo León Kruk fundó el ultra integrista Instituto del Verbo Encarnado (una institución con la que hoy tiene fuertes vínculos el médico Abel Albino), y el Seminario Mayor de San Luis, adonde viajó Geyer. Allí, detallaron las fuentes, se ordenó sacerdote en 1982, un año antes de que su hermano Gustavo hiciera lo propio. Luego, se instaló en la diócesis de San Miguel, territorio del entonces obispo auxiliar porteño, José Manuel Lorenzo, a quien sucedió José Luis Mollaghan –quien hoy reviste en el Vaticano, luego de ser removido como arzobispo de Rosario por “desmanejo” de fondos y maltratos”–. “Era muy simpático en la charla personal, nunca fue un cavernícola, aunque si uno mira la lista de las diócesis en las que estuvo, son una más coherente con la ultraderecha que la otra”, evaluó una fuente.
Desde San Miguel, Geyer viajó a Roma para estudiar y vivió allí hasta principios de 2017. En alguna entrevista televisiva a cuento de su activismo antiderechos, omitió su profusa trayectoria en el integrismo católico y contó, en cambio, que antes de dejar Argentina hizo “un poco de todo”, como trabajar “en inmobiliarias y estudiar “filosofía”; agregó que viajó “para hacer un posgrado” y que allí conoció a quien es hoy su esposa. Las fuentes eclesiásticas consultadas por este diario acotaron un detalle: en Roma, por su vínculo con una argentina, empleada de la aerolínea de bandera (“y que era separada, ¡algo que es un pecado mortal!”), y la posibilidad de formar una familia Geyer abandonó el púlpito. Vivió en Roma hasta principios de 2017.En sus últimos años italianos, contó él mismo, también hizo “un poco de todo”: “terminé trabajando seis años en la embajada argentina para Italia. No la embajada ante el Estado Vaticano, ante Italia. Y los últimos dos años trabajé como guía turístico en Roma, porque me gusta mucho la historia, me gusta el arte”.
Es un misterio de qué trabaja hoy. Hasta el año pasado, solía presentarse como integrante de la Fundación Gospa (el nombre recuerda cómo se dice en Medjugorje, un sitio de peregrinación en Bosnia y Herzegovina, a la virgen María), la ONG dedicada a “y proyectos orientados a la defensa de la vida, la moral, la religiosidad y la justicia social, particularmente en los sectores marginados y/o más necesitados de nuestra sociedad” que en 2010 formó parte de la “Corriente Naranja”, que articuló la oposición al matrimonio igualitario. Desde mediados del año pasado, sólo se identificaba como organizador de la antiderechos “Marcha por la vida”, que en rigor de verdad no es un invento argentino sino el sucedáneo local de un movimiento internacional, que procura articular de manera global la agenda antiderechos y profundamente reaccionaria en lo político. (En lo que va del año, ya se realizaron esas manifestaciones en París -en enero, con concurrencia inclusive del senador jujeño Mario Fiad, en plena polémica por lo que había demorado el sistema de salud de esa provincia en interrumpir el embarazo a una niña violada que lo había pedido– en Madrid y claro, en Buenos Aires. Anuncian que habrá también en Bruselas, Praga, Ottawa, Londres, Roma, Berlín, Washington y San Francisco).
El hombre del presunto exabrupto que no es tal se considera amigo del pastor Alejandro Rodríguez, quien junto con su esposa, Martha, preside Juventud con Una Misión (Jucum), el espacio confesional evangélico que gestionó el apoyo del Ministerio de Desarrollo al 0800 antiderechos y –en diciembre pasado– que el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires incluyera el mensaje “Navidad es Jesús” en la cartelería electrónica pública de información ciudadana. También se dice amigo de Fernando Cecin, el articulador del espacio antiderechos Médicos por la Vida.
En una entrevista que concedió a un programa conspiranoico chileno (“Conociendo la verdad, juntos contra el nuevo orden mundial”) antes de que el Senado argentino tratara la legalización del aborto, dijo que vivía las “últimas horas de la noche de las tinieblas de las traiciones”, dijo al aire). Explicó que temía la legalización, impulsada por “el ecuatoriano Durán Barba, que es de la masonería, el gran abortero de Latinoamérica” y advirtió que las feministas “no descansan nunca, son bien anarquistas”. El peligro, alertó, es “esta gran mentira, gran revolución, este nuevo marxismo”.