"Pero un día vinieron Ellos. Nos vencieron, y para que quedáramos para siempre domesticados nos insertaron la glándula del terror. Nos sacaron de nuestro planeta y nos llevaron a lejanos mundos..." (Confesión de un Mano, El Eternauta)
£Pensemos en un futuro distante pero posible, ese futuro teñido de elementos contemporáneos exacerbados, asomo fantástico de un porvenir tan incierto como probable.
Fantaseemos. Une líder político con apoyo popular triunfa en las urnas de unas elecciones venideras en Argentina y decide arremeter contra los intereses de la minoría poderosa. Supongamos que nuestre líder se planta y decide no pagar la deuda externa, pues la considera ilegítima al haber sido utilizada para sostener la timba financiera. Llegado este punto, no hace falta imaginar que la situación molesta a los Ellos del norte y que, tal vez, por la vía judicial los acreedores deciden quedarse con la reserva de agua potable de la Patagonia (incluso se habla de una intervención militar extranjera).
Imaginemos ahora que unes cuantes de quienes bancaron a ese referente popular deciden que no basta con tomar la calle de forma pacífica y se amotinan con lo que tienen. Surge la pregunta: si usted organizara un levantamiento, ¿Acordaría la hora del acto por whatsapp? ¿Compartiría a sus compañeres la ubicación de las armas a través de google maps? ¿Haría un tweet del estilo #vivalarevolución?
Un pasado distópico
En el Diario Nunca Más encontramos un archivo minucioso que describe el modus operandi de la última dictadura cívico-eclesiástico-militar. Una de sus estrategias consistía en la tortura de les detenides con el fin de que proporcionaran alguna información de interés. En muchas oportunidades, ni siquiera se realizaba una evaluación previa tendiente a merituar si la persona a secuestrar poseía realmente elementos de alguna significación para sus captores. De allí que fueran aprehendidos y torturados tanto los miembros de los grupos armados, como sus familiares, amigos o personas sin ningún tipo de práctica política o gremial. Bastaba figurar en una agenda de teléfonos para pasar inmediatamente a ser «blanco» de los tristemente célebres «Grupos de Tarea».
Volvamos al presente. Al descargar la app messenger lite en un smartphone, la plataforma requiere que aceptemos un marco legal para comenzar a funcionar. Acto seguido, acompaña la solicitud de nuestros datos personales con imágenes amigables y emoticones sonrientes: "escribe tu nombre completo, número de teléfono y fecha de nacimiento". Al iniciar sesión en Facebook, la red social nos sugiere amistades con personas que quizás conozcamos. Cuando conectamos un smartphone al televisor, nos solicita descargar una aplicación de Google con acceso a nuestros contactos, ubicación satelital, fotos, e incluso, nos pide que especifiquemos el lugar de la casa donde está colocado el dispositivo.
La tecnología avanza y con ella los sistemas de vigilancia masiva. En la actualidad, pocas empresas registran grandes cantidades de información de muchas personas en tiempo real. Comunicaciones, localizaciones, vínculos y asociaciones humanas que se organizan mediante la red son plausibles de ser visualizadas. Así, la predicción y la posibilidad de neutralizar cualquier tipo de "amenaza" resulta más cercana que nunca en la historia. Respecto de la información, ¿en qué momento nos volvimos tan confiades? Y sobre su uso, ¿cuándo fue que la tecnología se nos volvió tan amigable?, ¿cómo es posible que un elemento tan complejo, cargado de toda una historia de ciencia, como una computadora o un celular, se resuma a preguntarme en qué estoy pensando?
#10yearschallenge
Ya lo dijo Natalia Suazo (2019), "Facebook está indagando con investigaciones de aprendizaje automático" y explicó que "consiste en aprender de una serie repetida de imágenes para sacar conclusiones y tomar decisiones a partir de eso". En esa línea, abundó: "Lo que muchas veces se presenta como estos juegos y desafíos, en realidad, puede estar encubriendo otras prácticas. En este caso es recabar muchas fotos de personas (...) Entonces, voluntariamente se le están dando a la empresa todas estas imágenes seriadas a través de un hashtag".
El 3 de noviembre de 1966 llega a la Paz, la capital de Bolivia, de forma clandestina y totalmente transformado desde el punto de vista físico, Ernesto Che Guevara. Su objetivo es trasladarse hacia la selva para desarrollar la lucha de liberación. Ingresa al país con un pasaporte a nombre de Adolfo Mena González y también cuenta con una credencial avalada con el cuño de la dirección nacional de informaciones de la Presidencia de la República de Bolivia, que lo presenta como un enviado de la Organización de Estados Americanos para efectuar un estudio y reunir informaciones sobre las relaciones económicas y sociales que rigen en el campo boliviano.
O sea que ya en 1966 un emblema de la resistencia sabía que era necesario pasar desapercibido. En pleno 2019, lo que está cada vez más neutralizado es la posibilidad de ser otro, de ser anónimo. Aun dejando de participar del juego de la red social, esa ausencia también llama la atención. Sea por la acción o por la supresión de la misma, se está identificado. Las tecnologías de gobierno han cambiado, hay control y vigilancia a escala microscópica, nuestros movimientos son anticipados, somos previsibles.
Ahora bien, si imaginamos ese futuro posible de ruptura, seguirá teniendo validez el axioma "a quién le pueden importar mis datos". Salvada la discusión de que estas empresas venden grandes volúmenes de información a otras empresas e incluso a Estados, preguntamos qué relación hay entre la carita sonriente del messenger, la pregunta por qué estoy pensando y una docilidad "a-política" planificada. ¿Qué sujeto hubo que producir para que la información, antes sacada a martillazos, fuera hoy dada compulsivamente? ¿En qué momento la confesión de nuestra intimidad se volvió indispensable para existir en el mundo?
La pregunta que le toca a la resistencia es cómo utilizar estas tecnologías sin que se vuelvan en su contra. Es decir, el problema está en que la misma herramienta que puede contribuir a formar un colectivo y organizar resistencias, abona, al mismo tiempo, a identificar los focos de levantamiento, los centros estratégicos.
No se trata del regreso a una etapa pre-smartphone, a una suerte de etapa del buen salvaje pre-virtual que suponga apagar nuestros celulares, desaparecer de las redes sociales, anular nuestra presencia en la red y clandestinizar nuestra presencia virtual. En la red, así como nuestra presencia se capta, se controla y determinadas actividades resultan sospechosas, logra también llamar la atención del ojo del poder el silencio total y el retiro completo.
Utilizar estas tecnologías para nuestros objetivos es un modo, sin olvidar que no tenemos el control de las mismas y sólo somos usuaries y consumidores, no sus creadores. Por eso el mayor de nuestros desafíos es cambiar el ángulo sobre la manera como pensamos las resistencias. Si el foco con el que solemos pensar las relaciones entre poderes y resistencias en el campo de la tecnología es el de la visibilidad-invisibilidad, cambiar el ángulo supone hacer de esta tecnología no un medio de comunicación, sino un objetivo para su detonación. Como dijera el combatiente: no podemos construir socialismo con las armas melladas del capitalismo y, precisamente, las tecnologías de comunicación no son neutrales en esta contienda.
Si al axioma "algo habrán hecho" respondemos con el de "efectivamente algo estaban haciendo", ¿qué pasaría en nuestro futuro de ciencia ficción cuando los Ellos digan "algo hacen, tenemos que hacer algo"?
A estar alertas, a Héctor Germán Osterheld lo desaparecieron el 27 de abril de 1977. Para aquella época ya habían desaparecido a sus cuatro hijas y tres yernos. Dos de sus hijas estaban embarazadas. Escribió Primo Levy respecto de los campos de exterminio en Alemania: "Si comprender es imposible, conocer es necesario, porque lo sucedido puede volver a suceder, las conciencias pueden ser seducidas y obnubiladas de nuevo: las nuestras también".
*Facultad de Ciencia Política y RRII, UNR. foucaultiate@gmail.com